Entre los primeros tranvías que asombraron (y aterraron, en más de un caso), en 1880, a los porteños, importados por Julio y Alberto Lacroze (tíos abuelos de una mujer que sería leyenda), y el colosal museo de arte de Puerto Madero en cuyo frontispicio se lee FORTABAT, inagurado en el 2008, corrieron 128 años de historia patria…
Pero 90 de ellos, con luces y sombras, pasaron por el insoslayable nombre de una mujer: Amalia Lacroze Reyes Oribe.
Entre 1942 y 1947, mujer del abogado Hernán de Lafuente Sáenz Valiente –padre de María Inés de Lafuente, hija única de la pareja. Y desde 1955 hasta 1976, mujer del empresario de Azul, provincia de Buenos Aires, Alfredo Fortabat. El hombre que en Olavarría edificó Loma Negra: la mayor fábrica de cemento del país y de toda América Latina.
Si la sangre azul fuera realmente azul y no un símbolo de la realeza y la aristocracia… Amalita –su eterno diminutivo– sería un inmenso lago de ese color.
Porteña nacida el 15 de agosto de 1921, aprendió a hablar en inglés y en francés antes que en castellano.
Bellísima y de medidas perfectas ("un figurín"), como se decía en aquellos años, en plena juventud –y acaso sin sospechar su refulgente destino– fue el ícono de la moda de la high class nativa. De casta le viene al perro, reza el refrán… El tío tatarabuelo de la niña Amalita fue el presidente uruguayo Manuel Oribe, cuya sobrina bisnieta fue Amalia Reyes Oribe (1892-1980)… madre de la niña Amalita.
Familia de médicos famosos, de políticos, y de audaces que creyeron en el progreso. La línea de tranvías verdes fundada por sus tíos era, al principio, de tracción a sangre: tirada por caballos.
Y llegó a ser no sólo una potencia: un nombre –"el Lacroze"– impreso a fuego en la aldea que, como el gusano en mariposa, se iba transformando en ciudad…
La niña abrió los ojos en una casona histórica: Rodríguez Peña y Charcas (hoy Marcelo T. De Alvear). Corazón de la Recoleta.
Aunque no hay registros exactos, resuena un dato verosímil: al cumplir un año, Amalita llegó a París con sus padres. París. Por entonces, la meca de la cultura y la civilización. La niña no lo sabía… pero respiró su aire. Y oyó los primeros vocablos en la lengua de Molière…
Pasos obligados. La primaria en la Escuela Superior de niñas Onésimo Leguizamón. Preadolescente, cuatro años en el Colegio Esclavas del Sagrado Corazón.
Quiso estudiar Medicina, como su padre, pero la familia se espantó:
–¡Cómo va a ver cuerpos desnudos de hombres muertos!
Sin embargo, ejerció brevemente como enfermera en un hospital… de mujeres.
La presentaron en sociedad –usanza de la época– en 1939. Ocio total. Oro y oropel. Cenas de beneficiencia. Desfiles de caridad. Fastos en salones de lujo. Celebraciones por todo lo alto. Pero no sin resonancia. Fue la reina indiscutida en una fiesta benéfica de Vanity Fair y en un ballet dirigido por la súper coreógrafa Biyina Klappenbach en el hotel Alvear.
Con eco.
Luego de un desfile de modelos, la refinada columnista Josefina Vivot Cabral escribió: "La juvenil personalidad de Amalia Lacroze Reyes imprime una gracia extraordinaria, destacándose en sus modelos la sobriedad que realza su esbeltez".
Naipe sin marcar, pero naipe ganador. Y vademécum de esos tiempos y de esa clase. Se necesita un marido. Y Amalita se compromete con Hernán de Lafuente Sáenz Valiente. Un pura sangre de la Guía Azul.
Boda en septiembre de 1942. Luna de miel en los Estados Unidos. Nace (1944) su única hija, María Inés, que le daría tres nietos.
Pero la verdadera historia de Amalita todavía era una crisálida. Algo por explotar. Quién sabe qué. Pero algo.
Y sucede en el 41.
Escenario digno de la historia que seguiría. El teatro Colón. Función de caridad. Objetivo: ayudar a las familias pobres del Norte Argentino (Nada ha cambiado…). En un palco, un empresario pionero, rico, tenaz, imbatible. En otro, Amalita. La más bella de su tiempo.
No hablemos de Cupido ni de sus flechas, por favor… Sus sangres empiezan a hervir sin intervenciones divinas ni mitológicas.
Llega el invierno de ese año. Guerra en Europa. Tango en Buenos Aires.
Fortabat, astuto como una araña, invita a Hernán y a Amalita a su estancia San Jacinto. Está casado con Elisa Corti Maderna. Pero se las compone para poner en las manos de Amalita una caja de cerissetes. Cerezas bañadas en chocolate… ¿Afrodisíacas?: un mito. Pero…
Amalita tiene 19 años. Alfredo, 49. Y millones de dólares nacidos cada año de Loma Negra. La gran empresa cementare. Cemento: la matriz de cuanto edificio se levanta en la ciudad…
Intervención humana, no divina. Jorge Saint, un amigo de Alfredo, invita a Amalita y a Hernán a navegar en el Pichi Hue, el impresionante yate del Rey del Cemento. Una hábil jugada de ajedrez…
Alfredo tira una estocada a fondo:
–Estoy enamorado de usted. Quiero casarme con usted.
–Pero apenas nos conocemos. Nos hemos visto una o dos veces…
–Las cosas importante no necesitan más.
Ella lo invita a su casamiento.
Respuesta de Alfredo:
–No voy a ir. No puedo soportarlo.
Pero le manda una pulsera de oro de Ghiso. Lo más, como se dice hoy.
Abril del 45.
Fin de la guerra. Pero Alfredo sigue en combate. Nueva invitación a la pareja. Escenario: otra vez la estancia San Jacinto. El dueño de casa viste breeches y calza botas. Pero eso no basta…
Marzo del 47.
Amalita y su marido vuelan a Roma. Llegan en primavera. Y primavera en Roma –se sabe– es irresistible. Pero la chispa recién se enciende en París: la siguiente escala.
Un baile. Y de pronto, Amalita y Alfredo quedan cara a cara…
Él, como en los negocios, juega fuerte. A cara o cruz.
–Estoy profundamente enamorado, y voy a casarme con usted.
La resistencia cede por primera vez.
–No puedo abandonar a mi hija. No sobreviviría…
Pero don Alfredo no sabe, no quiere, no concibe perder.
Las dos separaciones (Amalita-Hernán y Alfredo-Elisa) son una larga y compleja batalla de abogados, altos (¡altísimos!) honorarios, chicanas… No hay manera de casarse por la ley nativa, pero Alfredo y Amalita se casan en medio mundo. En Montevideo. En Las Vegas. En San Francisco. En Los Ángeles. En París. Y hasta en un ignoto pueblito mexicano: Techiltenango…
En Egipto conocen a dos leyendas vivientes: el todopoderoso Ali Khan y su mujer, Rita Hayworth, aquella diosa de los guantes negros más allá del codo, y del célebre cachetazo de Glenn Ford en el film "Gilda"…
Pero no es el máximo hit: también se codean con Nelson Rockefeller, con el rey Farouk, con quien quieran…
Los regalos de Alfredo no cesan. Carteras de Cartier fuori serie: con broche antiguo. En Kenia, África, debajo de una servilletas, una pulsera de oro, brillantes y esmeraldas con forma de cabeza de león.
–Como no podés llevarte un león vivo, te regalo este recuerdo…
Perón promulga la ley de divorcio. Alfredo y Amalita pasan a ser legales. Cierta confesión de él explica lo que seguiría:
–No sabría vivir sin vos. Me gusta todo lo tuyo, pero sobre todo lo que acá –dice, tocándole la frente.
La convivencia es y no es fácil. Ella lo llama Shu, que en francés es "repollo" (¿?), pero también "querido".
Viajan, por placer, hasta el hartazgo. Tres vueltas al mundo. Montan un elefante y un camello.
Ella no soporta ciertos hábitos de él.
Su colonia alemana 4711 (histórica, prestigiosa y encantadora según millones de fans).
Tampoco sus cigarros.
Mucho menos su manía de cubrirse los pies con talco.
O de vestirse con trajes de la década del 40: un pionero del vintage…
Aunque no desdeñaba ropas de Lanvin, zapatos de Hermès a medida, y lujos similares que en su fortuna eran apenas una gota en el mar.
Amado por sus obreros (les regaló casas y futuro a todos, y ellos le levantaron un monumento en vida), se jactaba:
–Setenta y cinco años… ¡y ni una cana!
Pero la Dama de la Guadaña se lo llevó a los 81 años. Fue el sábado 10 de enero de 1976. Derrame cerebral. Apenas dos meses antes de que empezara la tragedia de la última dictadura militar.
En su duelo, Amalita no pudo olvidar la predicción de una gitana, hecha muchos años antes:
–Te vas a casar con un maharajá.
Sola, quedó dueña y señora de un legado de fábula.
Terrenos: 23.
Equivalente en hectáreas: 160 mil.
Cabezas de ganado: 170 mil.
Una finca en Virginia, Estados Unidos.
Un…
El inventario es tan largo como opulento. Tan tedioso como alucinante. Según la revista Forbes: una fortuna calculada en… ¡1.800 millones de dólares!
La mujer más rica de la Argentina. La Dama de Cemento.
Tres días después de la muerte de Alfredo tomó la presidencia de Loma Negra. Su luto: cinco meses. Presidió el cortejo funerario que acompañó el cuerpo de Alfredo hasta su mausoleo en Loma Negra.
En los siguientes años duplicó el poder y las ganancias de Loma Negra.
Al frente del imperio, se levantaba a las siete de la mañana y terminaba de trabajar a las ocho y media de la noche. Llegó a tener cinco mil empleados y una producción de… ¡200 mil bolsas de cemento por día!
En un reportaje, confesó:
–Trabajé con mi marido, pero muy poco. Cuando murió, se me cayó todo encima. Pero me puse a trabajar como si entendiera todo el negocio. Y lo entendí muy bien…
No volvió a casarse. Pero se le adjudicaron romances con Juan José Camero, Alberto de Mendoza, Palito Ortega, y durante años, con el coronel retirado Luis Prémoli.
Como decían nuestras abuelas… "Allí estuvo quien lo vio".
Año 1994. Accidente doméstico. Fractura de cadera. Rápido deterioro.
Muere el 18 de febrero de 2012.
Hoy hace exactos cinco años.
En sus últimos años vendió gran parte de sus bienes. Creó una fundación muy poderosa que premia a la pintura, la escultura, la literatura.
Dejó este mundo a los 90 años.
Pero sigue siendo lo que empezó a ser cuando era la niña más joven y mimada de la high society nativa.
Una mujer inolvidable.
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