"Lo peor que tiene el escándalo es que uno se acostumbra"
(Simone de Beauvoir, París, 1908–1986)
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De negro van. Todas. A las cinco en punto de la tarde, como escribió García Lorca en un poema sobre una muerte. Pero no de una mujer.
El tenaz viento del sudeste no tiene piedad por ellas. Sigue azotando la ciudad y esa plaza, la de Mayo. Viento y lluvia, lluvia y viento sobre la multitud doliente. Multitud de mujeres de negro.
De ese color que no podía faltar en el guardarropa de una mujer, según Cocó Chanel. Ese vestido negro con prosapia: ante la duda, la mujer que lo elige nunca se equivoca, juran los modistos. Pero esas frivolidades, esas distracciones, pertenecen al mundo ideal. Feliz. Ajeno a esta tarde del miércoles 19 de octubre en el que tantas y tantas y tantas, con el corazón partido, se han puesto de negro por las niñas muertas, por las madres muertas, por esa ola salvaje, sangrienta, asesina, que golpea cada día más.
Octubre 19. Hace apenas diez días escribí, en el final de una nota: "El huracán que desatan los monstruos. Esos hombres que son de este mundo y viven entre nosotros. Esos que tienen en sus documentos un largo número equivocado. Debería ser el 666. El bíblico número de La Bestia".
Apenas diez días, porque dos o tres monstruos habían asesinado en Mar del Plata a Lucía Pérez. Drogada, violada, empalada. Un festín diabólico.
Tenía apenas 16 años. Cómo Ángeles Rawson asesinada en el sótano de su casa y arrojada a un volquete de basura. Como Lola Chomnalez asesinada en una solitaria playa del Uruguay.
Pero mientras la marcha de negro sigue, y la sudestada no cede, y las nubes van pasando calladas, como tropas de espectros que dispersan las ráfagas heladas (bella, inmejorable figura del poeta Rafael Obligado),
arden ciertos números anotados en mi cuaderno de viejo cronista.
En mi país, en este país nuestro, entre el 2008 y el 2015, según estadísticas de La Casa del Encuentro, bestias que presumen de su sexo, que se llaman "hombres" a sí mismos, mataron a 2.094 mujeres. Dejaron sin madres a 2.518 hijos e hijas. De ellos, 1.617 eran (y algunos siguen siendo) menores de 18 años…
¿Cuántas murieron así desde que empezaron las estadísticas, desde que la palabra "femicidio" es hábito fatal y noticia de primera plana?
No se sabe. Pero el dato más cercano aterra: una cada 30 horas.
Es posible que entre el principio y el final de la marcha, entre el obelisco y la Plaza de Mayo, entre las cinco de la tarde y el anochecer, algunas dejen este mundo de esa manera.
Los micrófonos capturan espantos. Hablan mujeres quemadas, mujeres con huesos quebrados, mujeres con cicatrices imborrables. Pero sobre todo, mujeres de negro que se han convocado, ¿quizás sin esperanzas?
Coinciden. Todas. "Las leyes contra el maltrato a las mujeres no se cumplen". "No hay protección legal ni social para las golpeadas que no dejan su casa porque no tienen adónde ir ni pueden abandonar a sus hijos". "Es muy común que una mujer denuncie al golpeador en una comisaría, y la respuesta sea 'No tenés marcas, no puedo tomarte la denuncia'". "Eso de 'Ni una menos' es muy lindo, pero la realidad dice todos los días 'Una más'".
Por eso, por el escepticismo, por el desencanto, por la desconfianza de que algo cambie, por esa batalla que creen perdida de antemano, es que la marcha conmueve hasta las lágrimas.
Algo, sin embargo, ilumina el dolor y el desamparo. Hay hombres entre ellas. Hay también familias enteras: padre, madre, hijos. No hay edades.
Y sus relatos se multiplican, y también crece la cámara de horrores que describen: frente a algunos, no hay palabras posibles. El diccionario queda mudo.
Y el viento y la lluvia, peores cada vez, destiñen y hasta borran las caseras pancartas que exigen "Basta de muertes", "Justicia", "Protección", "¿Qué hace el Estado?", "¿Hasta cuándo el machismo?".
La multitud define, es cierto. Pero más define cada caso. La que dejó su trabajo, o faltó: riesgo de menos sueldo. La que fue a buscar a sus hijos al colegio, para después ser otra mujer de negro.
La columna con fondo de Obelisco, pasadas las seis de la tarde, firme, compacta, como un río, tiene una extraña belleza. Es una lenta danza de paraguas. De paraguas de colores. Que hacen todavía más evidente y poderoso el negro de la consigna.
En la década del 50, el periodista y escritor italiano Curzio Malaparte escribió una impactante obra de teatro: "También las mujeres han perdido la guerra". La Segunda Guerra Mundial.
Pues bien. Estas, nuestras, de hoy, de negro, heroicas ante una sudestada que también parece castigarlas, vienen perdiendo una guerra desde hace largo tiempo, y con tantas bajas que horrorizan y avergüenzan.
Pero, aunque ni ellas lo crean, pueden ganarla.
De algún modo y en algún tiempo: no viven de optimismo ni de ilusiones. Pero habrá de suceder.
Y recién ese día la palabra "Justicia" dejará de ser una palabra olvidada por tantos, aunque hoy la lluvia la haya desteñido.
Hoy, miércoles 19 de octubre.
Hoy, el día en que todas vistieron de negro.
Hoy, un día histórico en que se levantaron contra los hombres malvados.
Los que golpean. Los que matan. Y los peores: los que no hacen nada desde el llano ni desde el poder.
Para ellos también hay un círculo en la Divina Comedia.