Los niños y los ancianos son las dos franjas etarias más distantes. Unos se encuentran al comienzo del recorrido que implica la vida. Los otros se acercan, aun contra su voluntad, hacia un inexorable final. Sin embargo, aunque suene absurdo, los últimos años de la vida se pueden remontar a los primeros.
A partir de la tercera semana de gestación, cuando el cerebro humano hace su aparición, no es más que una mancha minúscula de células indistintas. Esa mácula inicial luego crece a un ritmo intenso durante los primeros años de vida cuando cada una de las células toma una función específica para desarrollar. Por su parte, las células nerviosas migran hacia sus destinos finales y establecen las conexiones neuronales más relevantes que dan lugar a -por ejemplo- la memoria, la emoción y el pensamiento.
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Un artículo de la revista Science News remarcó que dos procesos en apariencia opuestos, como lo son el desarrollo y el envejecimiento, podrían estar conectados. En la infancia, las neuronas realizan una serie de conexiones bajo un orden estricto, que da lugar a un cerebro firme capaz de funcionar en forma óptima durante décadas. Ese proceso, en la vejez, se vería replicado pero de modo inverso y lo más llamativo es que algunas células estarían implicadas en ambos fenómenos.
¿En qué consiste el estudio escocés?
Entre 1932 y 1947, casi todos los niños escoceses de 11 años se sentaron a realizar una prueba de inteligencia sin saber que serían la llave para un descubrimiento científico muy posterior. En 1999, un equipo de especialistas de la Universidad de Edimburgo dirigido por Ian Deary se contactó nuevamente con los examinados de entonces. El resultado fue la conformación de un grupo superior a las 1.000 personas de entre 80 y 95 años.
Luego de un estudio minucioso de cada uno de los miembros del grupo, se detectó que las personas con niveles elevados de inteligencia a los 11 años eran propensos a tener mejores habilidades cognitivas en la vejez, lo que abriría la posibilidad de predicción del potencial cerebral a muy temprana edad.
Pese a la aparente conexión natural entre la infancia y la vejez, Deary y sus colegas tuvieron en cuenta desde un principio factores que podían influir en el desarrollo neuronal: la genética, las rutinas diarias y niveles de sociabilidad de los participantes. "Estábamos en lo cierto al considerarlas, porque son pequeñas influencias que intervienen en el envejecimiento cognitivo", dijo el líder de la investigación.
La Dra. Carolina Feldberg, especialista en Neoropsicología Clínica y colaboradora del Instituto de Neurociencias de Buenos Aires (INEBA), señaló a Infobae: "El hecho de que un temprano indicador de coeficiente intelectual nos señale el nivel de rendimiento cerebral en la senectud no resuelve los problemas reales y no da una respuesta concreta y eficaz. Es un indicador más respecto de la importancia que tiene la conformación de una adecuada reserva cognitiva".
Asimismo, opinó: "El estudio puede ser un poco limitado y tal vez reduccionista en la idea de que el envejecimiento cerebral solamente consiste en desandar un camino de conexiones sinápticas hasta su punto de máxima expresión, que es a los 40 años".
La forma en que está construido el cerebro incluye materia blanca, que son extensiones de tejido que conectan regiones distantes del mismo y permiten una rápida comunicación entre ellas. En los participantes del estudio con mayor materia blanca saludable se registraron mejores resultados en las pruebas de función cerebral a través de resonancias magnéticas.
Además, los investigadores escoceses consideraron oportuno agregar que existen vías neuronales que demoran décadas en desarrollarse; algunas hasta cerca de los 30 años. Entre las áreas que progresan con más lentitud se encuentran aquellas que supervisan puntos débiles típicos de la adolescencia como las reacciones y juicios impulsivos, que según otros estudios, son las primeras funciones en decaer llegada la vejez.
Claves para mantener una mente joven
Una cuarta parte de cómo el cerebro asimila la vejez se debe a una cuestión genética heredada. El resto se debe, en gran medida, a la incorporación de hábitos que influyen en forma notoria a la hora de mantener la lucidez acaecida la tercera edad.
Según una investigación que examinó a 383 mujeres ancianas de Australia a través de tests de memoria, se demostró que hacer ejercicio durante la adultez contribuye a la consolidación de recuerdos más nítidos. A su vez, en el estudio escocés mencionado en el comienzo, se detectaron peores registros en las pruebas de capacidad cerebral en los participantes que todavía fumaban a los 70 años. Curiosamente, no se reflejaron diferencias entre ex fumadores y aquellos que jamás habían tenido contacto con el cigarrillo.
"Ya hace algunos años se sabe que lo que le hace bien al corazón (dieta saludable, actividad física y no consumo de tabaco) resulta también favorable para el cerebro ya que reduce los riesgos de enfermedad vascular", añadió la especialista.
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El nivel de sociabilidad también toma un rol vital. Los cerebros sanos dependen de otros para mantenerse en actividad y disminuir el riesgo de deterioros severos, como la demencia, en la vejez. "Desde múltiples líneas teóricas, se resalta el rol beneficioso que la actividad, especialmente aquella que es de tipo social, tiene en el envejecimiento cerebral saludable", coincidió la doctora.
Y concluyó: "Resulta urgente que desde el Estado se promueva un envejecimiento saludable, en donde exista la posibilidad de acceso a la educación y a la realización de actividades en el tiempo libre. Por ejemplo, el entrenamiento musical o el aprendizaje de una segunda lengua, más la incorporación de hábitos apropiados que juegan un papel fundamental".