Todos los días las personas enfrentan situaciones en las que deben elegir por una u otra opción de acuerdo a sus creencias y valores. Muchas veces, esta circunstancia no genera ningún conflicto, la respuesta se presenta con claridad. En cambio, en otras, seleccionar una u otra opción puede convertirse en un incordio. Y allí se conjugan dos elementos de la mente, el raciocinio y las emociones, que entran en una lucha de conflictos por ser la ganadora.
Para demostrar cómo estos dos puntales de la esencia humana pueden contradecirse, el doctor en neurociencia Mariano Sigman propuso un juego -quizá algo extremo- que deja en evidencia la manera en que las personas abordamos los problemas y -como reza el viejo dicho- muchas veces todo depende del cristal con que se observe.
"Vamos a hacer un juego, pero para que funcione hay que imaginar que se lo está viviendo en este momento: Manejás un tren, sos el mayor experto en el mundo con respecto a esa máquina, nadie lo conoce como vos. El tren es moderno y silencioso. De repente te das cuenta que está desbocado, tratás de frenarlo y no reacciona, el freno de emergencia tampoco funciona, no hay manera de detenerlo. Y el panorama es aún mucho peor, más adelante en la vía hay cinco personas de espaldas que no lo pueden ver, ni oír. Y vos no podés gritarle, porque además de que no produce ningún ruido tiene las ventanas selladas. Entendés, para tu horror, que el tren va atropellar a estas personas y no hay nada que puedas hacer… salvo una única cosa".
"Antes de arrollar a estas cinco personas, hay un desvío, una vía que puede llevar el recorrido del vehículo en otra dirección, pero en esa otra vía hay una persona, también de espaldas. Hay que elegir entre no hacer nada y atropellar a las cinco personas o doblar y que haya solo una víctima: ¿qué harías?"
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"La gran mayoría de la gente, de manera contundente, elige cambiar de dirección. Y eso parece bastante obvio, más que razonable, porque está eligiendo una víctima en vez de cinco", agregó el director del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Di Tella e investigador del CONICET.
Sin embargo, no todos toman la misma decisión, hay un resquicio de personas que realizaron este juego alrededor del mundo que prefieren dar el "volantazo". ¿Cuál es el razonamiento que los lleva a ir en contra de la gran mayoría? Para el especialista la explicación tiene que ver con la perspectiva. Por eso, invitó a cerrar los ojos y visualizar una nueva situación.
"Imaginemos que estás parado arriba de un puente, con otra persona, y el tren descarrilado se acerca y sabés de manera fehaciente que no puede frenar. A unos metros, en otra vía, ves a cinco personas y vos sabés que los va a atropellar. Todo es casi igual que antes, con la diferencia que no estás adentro del tren, sino afuera. La otra persona que está en el puente tiene una mochila muy pesada y sabés que si la empujás, va a caer. Cuando caiga, el tren la va a atropellar y va a morir, pero el tren se va a descarrilar y las cinco personas que estaban en la vía se van a salvar".
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En este caso, Sigman relató que la mayoría prefiere no interceder y que la máquina avance sobre el grupo antes de empujar al "compañero" de vía.
"Este conflicto duele un poco más, no en el cerebro, sino en el estómago. Pero si se lo piensa en profundidad se llega a la conclusión que los dos dilemas son exactamente iguales. Abstractamente podés elegir no hacer nada, en cuyo caso mueren cinco personas o hacer algo, en cuyo caso le salvás la vida a esas cinco personas a costa de uno, que -entre comillas- no le tocaba morir".
Cuando se le pregunta a las personas qué harían en el segundo caso, a la gran mayoría le parece un horror tener que empujar a alguien y no lo hace. ¿Por qué?¿por qué casi todo el mundo elige 'girar el volante' y casi nadie empujar a la persona?
"La diferencia es cuál es la acción que tenés que hacer vos como persona para que las cosas cambien", dijo Sigman. Y agregó: "En el primer caso, la acción parece lejana, girar el volante aparenta ser algo inofensivo y como que no tiene nada que ver con la muerte del otro. En cambio, en el segundo caso, ingresa lo sentimental y existen cosas que no se hacen porque emocionalmente son muy difíciles de sobrellevar".
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Es allí, cuando ingresa la moral, que las situaciones que no representaban dificultad desde una posición se convierten en una 'pesadilla' desde otra.
"El cerebro tiene dos sistemas. Cada decisión que tomamos pondera a ambos, lo equilibra. Uno hace cuentas, como que cinco es más que uno y otro es emocional, dice 'estas cosas no se hacen'. Lo interesante de este dilema moral no es lo que pasa con el tren, sino que refleja algo muy fundamental de cómo somos. Ya no en estas decisiones tan abstractas, sino en las cotidianas de cada uno de nosotros".
"Esto nos demuestra que en ciertas situaciones muy parecidas, en que se mezclan la emoción y la razón, tomamos decisiones muy distintas", finalizó.