El contacto con la naturaleza genera maravillas en la salud. Cualquier persona que se haya desconectado durante varios días vivió esa sensación de dejar el agotamiento atrás. Esto sucede porque la presión sanguínea baja, al igual que las hormonas que generan el estrés.
Una nueva investigación, publicada en la revista Current Biology, ahora sumó una nueva razón para dejar las grandes urbes durante las vacaciones y elegir el aire libre: mejora el descanso.
Científicos de la Universidad de Colorado Boulder, EEUU, realizaron estudios para determinar los efectos de pasar tiempo en la naturaleza, con respecto a la ciudad, analizaron cómo el ritmo circadiano -las oscilaciones de las variables biológicas en intervalos regulares de tiempo- se reajustaba.
En 2013 se envió a un grupo de personas a acampar por una semana durante el verano para entender cómo sus relojes internos cambiaron sin luz eléctrica y sólo luz natural. O sea, las personas debían organizar sus actividades de acuerdo a salida y puesta del sol.
Antes y después del viaje, se midieron sus niveles de melatonina, la hormona que alerta al organismo cuando es el momento de ir a la cama, como también ayuda a establecer el reloj interno. Luego de la semana, Kenneth Wright, principal investigador, descubrió que los relojes internos de la gente se habían retrasado dos horas en su ambiente natural, la ciudad. Muchos de los integrantes del grupi de estudio tenían problemas de somnolencia, humor y hasta un mayor riesgo de sufrir exceso de peso. Sin embargo, durante esos 7 días pudieron recalibrar gracias al contacto con la naturaleza.
Durante 2016, Wright realizó un segundo estudio -que se dividió en dos partes- con el objetivo de entender si es necesario una semana -o menos-. para reajustar el ciclo circadiano y comprender si este fenómeno también funciona en invierno.
Entonces, el investigador equipó a cinco personas con dispositivos portátiles que medían cuando despertaban, se iban a la cama y a cuánta luz estaban expuestos. También midió sus niveles de melatonina en un laboratorio. Después de eso, las personas volvieron a ir de campamento por una semana, aunque en esta oportunidad durante el invierno.
Los resultados revelaron que los relojes internos se retrasaron durante -esta vez por dos horas y 36 minutos- en comparación con cuando fueron expuestos a sólo luz natural en su viaje de campamento. Y también que tenían niveles más altos de melatonina.
En la segunda parte del estudio, se analizó qué sucedía cuando se acampaba por sólo un fin de semana, mientras otros se quedaban en sus casa. Descubrieron que la mayoría de los que permanecieron en sus hogares retornaron su rutina, se quedaron más tarde de lo habitual y durmieron menos y con peor calidad. En cambio, los que sí fueron de camping volvieron a recuperar su ritmo normal. "Eso dice que podemos cambiar rápidamente el tiempo de nuestro reloj interno", dice Wright.
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