El bótox, un producto médico que se deriva de una de las toxinas más mortales conocidas por el hombre, es una adicción que sufre una enorme cantidad de mujeres en Estados Unidos, según un nuevo libro publicado por la investigadora Dana Berkowitz de la Louisiana State University.
En "Botox Nation: Changing the Face of America", la científica explica que este método de rejuvenecimiento genera en las mujeres que se someten a él una adicción parecida a la que producen drogas como el crack. Esto se debe a que tienen una expectación irrealista de sus efectos, y con cada procedimiento buscan un resultado mejor que el anterior.
"El problema es que el Bótox dura sólo entre cuatro y seis meses, por lo que cuando uno empieza a ver que las líneas de las arrugas comienzan a formarse de nuevo, uno se inyecta de nuevo", aseguró Berkowitz en una entrevista con The Guardian. "Las mujeres que entrevisté hablan del Bótox en términos de adicción. Una incluso mencionó que era como el crack. El problema para mí es que al tratar de atraer a mujeres jóvenes, los médicos están intentando crear un consumidor de por vida".
¿Qué es el bótox?
El bótox es una neurotoxina derivada de la bacteria Clostridium botulinum. Ingerida en alimentos contaminados puede interferir con los principales músculos del cuerpo, causando parálisis e incluso la muerte. Pero cuando se inyecta en pequeñas dosis en áreas específicas puede bloquear las señales entre los nervios y los músculos, logrando que los músculos se relajen.
Así es como se suavizan las arrugas: al inmovilizar los músculos que rodean las líneas finas de expresión, es menos probable que las arrugas se muevan, haciéndolas menos visibles.
En 2015, Botox (R), producido por el fabricante farmacéutico Allergan, generó ingresos globales de USD 2,45 mil millones de los cuales más de la mitad procedían de usos terapéuticos en lugar de cosméticos. Los especialistas ya adelantan incluso que es probable que los ingresos de usos no-cosméticos se disparen en los próximos años, mientras los médicos expermientan con el botox cada vez más y Allergan realiza estudios propios.
La mayoría de los expertos están de acuerdo en que, en pequeñas dosis, el botox es seguro cuando es administrado por un profesional con licencia.
Historia del bótox
La droga ha recorrido un largo camino desde que su capacidad para suavizar las arrugas faciales fue descubierta por primera vez, por accidente. En la década de 1970, el oftalmólogo Alan B. Scott empezó a estudiar la toxina como una terapia para las personas con una condición médica que producía ojos bizcos. "Algunos de estos pacientes que lo probaban se burlaban y decían: 'Doctor, he venido a que me saque las líneas'. Y yo me reía, pero realmente no estaba prestando atención al aspecto práctico y valioso de eso", dijo en una entrevista a 2012. Scott llamó a la droga Oculinum y formó una compañía del mismo nombre en 1978. Pero en 1989 recibió la aprobación de la FDA para el tratamiento del estrabismo (el trastorno ocular cruzado) y los espasmos anormales de los párpados.
Dos años más tarde, Allergan compró Oculinum por USD 9 millones y cambió el nombre de la droga a Botox. Desde ese entonces y principalmente después de su catalogación como producto estético, Allergan facturó fortunas comercializándolo.
En poco más de una década, el número de personas en Estados Unidos que recibió inyecciones cosméticas de toxina botulínica tipo A explotó. De 2000 a 2015, el uso de las toxinas para las arrugas aumentó 759 por ciento y se convirtió en todo un fenómeno cultural.
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