Hace décadas, un niño terminaba de ver un partido de fútbol de su equipo favorito, y luego salía a la calle a una plaza a representar junto a una pelota a su máximo ídolo. Hoy, sólo le basta prender la PlayStation y representar a cualquier futbolista en un formato virtual. Hace décadas, un grupo de amigos se reunía en la puerta de alguna casa del barrio para jugar a la famosa "escondida". Hoy, ese grupo se dedica a subir videos a internet, llenar de likes los comentarios de otros en las redes sociales y pasar largos ratos editando fotos. Las pantallas e internet acapararon la mayor parte del ocio de los niños y adolescentes y ese cambio de hábito condujo a un escenario tan impensado como preocupante: un claro incremento de episodios de enfermedades cardíacas en los jóvenes del mundo.
Las enfermedades del corazón todavía se mantienen como la principal causa de muerte en el mundo y, peor aún, se estima que en los próximos años esa estadística se consolidará todavía más. Y, evidentemente, en el caso de los niños y los adolescentes, los abruptos cambios de hábitos, condicionados por el constante uso de dispositivos digitales y consumo de internet, también se registró un incremento de episodios alarmante.
Según una investigación del Registro Global Multicéntrico de Eventos Coronarios Agudos (GRACE) sobre 104 centros de salud privados y públicos en 14 países -incluida la Argentina-, entre 1999 y 2015 se incrementó un 19,5% la cantidad de episodios cardíacos en personas menores de 40 años.
Sedentarismo, mala alimentación y obesidad conforman un encadenamiento de factores negativos que pueden alimentar el riesgo o incluso provocar un ataque cardíaco en un joven de improviso.
"El sistema vascular de la gente joven se va dañando más precozmente, lo vamos gastando antes. Y eso sucede porque hay cantidad de cosas que deberíamos hacer y no hacemos, una cantidad de hábitos que no deberíamos tener. Muchos chicos jóvenes de hoy en día pasan muchas horas delante de una pantalla apretando botones", le explicó a Infobae Alejandro Hita, jefe del departamento de cardiología del Hospital Universitario Austral y quien fuera responsable de la última cirugía realizada a la diputada nacional Elisa Carrió.
"En el marco general, se requiere un mínimo de ejercicio aconsejado de 40 o 50 minutos diarios y unas cinco veces a la semana. La realidad es que muchos chicos, la gran mayoría, no lo hace", añadió el especialista.
En 2013, Roxana Morduchowicz, especialista en educación y comunicación, publicó un libro llamado Los adolescentes del Siglo XXI, los consumos culturales en un mundo de pantallas. Allí, indagó a más de 1.200 jóvenes de entre 11 y 17 años y detectó que el 80% de los entrevistados pasaban entre cuatro y seis horas por día frente a una pantalla. Además, el 55% permanecía entre dos y cuatro horas por día conectados a internet.
Esa conducta habitual y casi adictiva a los dispositivos tecnológicos acarrea un cambio de hábito en la alimentación y una profundización del sedentarismo, dos factores clave en el riesgo de sufrir enfermedades del corazón.
"Cuando esos chicos pasan tanto tiempo frente a las pantallas, se genera una alimentación que es espantosa. Están sentados al lado de la máquina y tienen a mano un paquete de papas fritas, pochoclos, de hidratos de carbono. Entonces, se adquieren estos malos hábitos alimenticios, se acumulan horas de sedentarismo y eso resulta muy perjudicial para la salud", detalló Hita.
El sedentarismo aparenta ser una palabra no tan dañina, no tan preocupante. Sin embargo, caer en un proceso prolongado de tiempo sin realizar una actividad física prolongada puede conducir a cuadros de obesidad, hipertensión y, por supuesto, riesgos coronarios.
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— Tendencias (@InfobaeTrends) 13 de octubre de 2016
"El sedentarismo es una enfermedad. No podemos decir que el sedentario es sólo aquel que no le gusta hacer deporte. Precisamente, por no hacer deporte, esa persona termina por tener una expectativa de vida que se reduce, en algunos casos, casi a la misma expectativa de vida de un diabético. Estamos hablando de algo importante", alertó el cardiólogo del Hospital Austral.
Esa falta de ejercicio y esa permanencia frente a una computadora conectado a internet alimentan de manera muy profunda los riesgos de padecer un cuadro de obesidad.
"Hoy en día tenemos, sólo en la Argentina, entre un 30% y un 35% de chicos obesos. En la época de nuestras abuelas se decía que un niño estaba sanito si estaba gordito. Ese concepto no puede estar más errado. Y lo peor es que nuestros chicos no están obesos por comer proteínas, sino por comer porquerías", se lamentó Hita.
La obesidad infantil, en una generación que nació y se crió en medio de la era digital, se convirtió en una epidemia: Según la OMS, en la actualidad hay alrededor de 41 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso, de los cuales más del 80% viven en países en desarrrollo. En el país, el sobrepeso de chicos de entre 13 y 15 años aumentó del 24,5% al 28,6% entre 2007 y 2012.
Así, se generó una necesidad inmediata de asumir el problema desde las grandes esferas de política públicas y de iniciar un proceso de concientización y medidas. En Alemania, por ejemplo, la gran mayoría de las escuelas primarias cuenta con un metro en cinta como parte de su uniforme. Ese metro contiene marcada la medida justa para que, a la hora de medir la grasa abdominal, no se supere el límite de sobrepeso establecido por la comunidad médica.
"La grasa abdominal es una fábrica de producir sustancias activas y hormonas en el organismo, como la leptina, la grelina y muchas más que intervienen en el proceso metabólico y alteran el metabolismo de las grasas de los glúcidos. Por eso, una persona que tiene una cintura muy excedida, aun en una muy temprana edad, empieza a andar el camino hacia la diabetes", completó el protagonista.
La clave, según Hita, está en encontrar un equilibrio entre la llamada atención personalizada y la actividad de políticas públicas de gran escala. La idea es no sólo educar a los niños a dejar por un rato las pantallas e internet y salir a la calle a ponerle el cuerpo, sino también a educar a sus familias, que quizás no tienen las herramientas necesarias para ayudarlos.
"El primer paso es que las familias que atraviesan un problema como este sean conscientes de lo que están viviendo y del perjuicio que podrá tener la vida de su hijo en un futuro", señaló Hita.
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