En 1938, pocos meses después de su regreso de Chile, Perón enviudó . Pronto se presentó otro viaje. Esta vez a Europa, a estudiar la guerra, experiencia decisiva en su camino. Según él mismo, sería otro Perón el que volvería. Y la Argentina también sería otro país.
Italia fue su destino elegido. Otros camaradas, como Enrique P . González ("Gonzalito"), se encontraban en Alemania, país que también él visitó. Junto a Perón estaban en misión militar varios camaradas que luego actuarían en su gobierno, como Humberto Sosa Molina y Juan Pistarini. Principios como "primero la Patria" corrían "como fuego inextinguible" desde Alemania. Una fe poderosa, adversa a la democracia, parecía ganar a culturas milenarias, en medio de la "majestuosidad de los Alpes" que impactaba a Perón, quien todo lo veía "excelso", como las pinturas de Leonardo y Miguel Ángel.
¿Hablaba idiomas? A Eloy Martínez le insinuó que, de joven en el ejército, tradujo el reglamento de atletismo venido de Alemania. Después, a Pavón Pereyra le dijo que él "chapurreaba algo de alemán, pero ese idioma solo el diablo y los alemanes pueden hablarlo". Del italiano, en cambio, decía dominarlo como si fuera su propia lengua .
En política, se identificó más con el pragmático Benito Mussolini que con Adolf Hitler. El caudillo contaría a los periodistas españoles cómo conoció al mismísimo Duce: "No me hubiera perdonado nunca al llegar a viejo, el haber estado en Italia y no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venezia. No puede decirse que fuera yo en aquella época un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Ya había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi castellano. Entré directamente a su despacho, donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiese ido contento a mi país sin haber estrechado su mano" .
Pero cuando regresó de Italia, Perón le refirió a su biógrafo Pavón Pereyra que solo vio al Duce una vez y desde lejos: "Estaba confundido, como testigo mudo, entre aquella multitud clamoreante que victorió al jefe del fascismo, señor Mussolini, cuando éste dispuso su histórica determinación desde los balcones de la Plaza Venezia".
Reconfirmó esa visión en la nueva edición de su biografía: "El día que Benito Mussolini en la Plaza Venecia declaró la guerra a las plutocráticas y reaccionarias democracias de occidente, yo estuve entre la muchedumbre y escuché con atención sus palabras". Sin embargo, en "Yo, Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico" insiste en que tuvo "una entrevista personal que me concedió", y sostiene además: "Tuve oportunidad de estar frente a frente y conversar con el Duce. Fue en Milán, y no sabía que podía atenderme tan rápido, ya que había transcurrido poco tiempo desde el pedido de audiencia. Verlo así, por primera vez, me impresionó sobremanera. Él estaba de militar, pulcro y cortés, tenía toda la imagen de un semidiós de la mitología romana. Yo se lo dije y le afirmé que me sentía emocionado y confundido, para no andar aclarando que en realidad también me temblaban las piernas".
¿Sintió Perón timidez? Dijo que no era un bisoño, pero reconoció que le temblaban las piernas. También diría que se deslumbró con el Duce, pero que no llegó a "enamorarse" .
Supongamos que esta entrevista hubiera sido cierta. Perón afirmó en el libro lo que dijo del Duce: "Él levantó la vista y me miró a la cara, diciéndome que vamos a extender la mitología. Míreme a mí si no, ya soy un mito viviente. Con decir solamente que fui un antiguo agitador socialista, ya va a haber tela para cortar suficiente, para escribir varios libros". Luego su presunto interlocutor le recordó que al cariño del pueblo lo ayudaron con la propaganda en la calle y con su imagen en todos lados; practicando deporte, arengando masas, besando niños, etc. Y agregó: "En fin, la publicidad, uno de los tantos recursos de las democracias liberales, pero tan útil".
La Carta del Lavoro
Perón tenía muy en claro lo que había aprendido en la Italia de Mussolini, de donde trajo la Carta del Lavoro y la idea de combatir a los comunistas. El Duce había impuesto un modelo de movimiento obrero organizado, cuya ley de las corporaciones, o Carta del Lavoro, establecía que la organización sindical era libre, pero que solo el sindicato "reconocido y sometido a la disciplina del Estado" tenía el derecho a la representación.
En la Argentina, Perón también decía que el sindicalismo era libre, pero luego negaba el derecho de huelga, con su palabra o por la fuerza. En el terreno de las leyes, en plena dictadura, estableció en 1944 que la policía federal podía actuar inmediatamente contra la protesta obrera no autorizada (decreto del 16 de septiembre). En enero de 1945, el decreto de Seguridad de Estado amplió la potestad para reprimir la protesta sindical . Esta legislación fue convalidada bajo las formas de la democracia luego de 1946.
En la práctica, tanto en la Italia de Mussolini como en la Argentina de Perón los sindicatos no eran libres, estaban sometidos al poder. La persecución ideológica se puso de manifiesto en el congreso de la CGT de 1950, cuando se incorporó esta enmienda al estatuto: "Recomendar a las organizaciones afiliadas y a los trabajadores en general la eliminación de los elementos comunistas, francos o encubiertos". Incluso de quienes se solidarizaran con ellos.
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Los sindicatos metalúrgico y textil fueron los primeros en agregar esta cláusula a sus estatutos A los comunistas se les prohibía ocupar "cargos directos o indirectos, que comprendan desde el delegado hasta el miembro directivo" . Sin embargo, conviene advertir que no todos los sindicatos nuevos habían surgido "por designio de Perón". El sindicato autónomo de la carne y la Unión Obrera Metalúrgica precedieron al golpe de junio de 1943, y por lo tanto a los planes del secretario de Trabajo.
En un reportaje publicado en La Nación el 22 de septiembre de 2003, el doctor Osvaldo Guariglia, profesor de Ética en la carrera de Filosofía y Letras de la UBA, afirmó que la Argentina, en plena democracia, seguía teniendo una organización sindical regida por un texto de Mussolini, la famosa Carta del Lavoro que viene desde los orígenes del peronismo.
En los primeros gobiernos de Perón, la CGT decía combatir el capital, pero también podía combatir las huelgas, si eran inconsultas. Con su elocuencia habitual, Evita lo había expresado mejor que las teorías: "Pido a los trabajadores que denuncien a los antiperonistas, porque son vendepatrias, y también les pido a los funcionarios que tomen medidas, porque si no, creeremos que ellos también son vendepatrias".
La conversión de la CGT en organismo partidario se hizo obvia después de 1946. El sindicalismo peronista hacía campañas políticas disponiendo de fondos públicos y gremiales, aunque Perón afirmó en 1947 que jamás le había pedido un voto a un trabajador.
El propio reglamento partidario imponía la defensa de "los actos del gobierno como los mejores que puedan producirse", y se debía denunciar a cualquiera que hiciera críticas ante el compañero correspondiente o ante la policía. Perón admitía que tenía miles de "rastreadores" que no dejaban nombre ni asunto por peinar en la comunidad organizada . Así consta en su célebre obra "Conducción política".
Ya en 1951, un plan represivo distribuido reservadamente por Román Subiza a los gobernadores proponía "aniquilar a los vendepatrias" que desafiaran el estado de guerra interno instaurado tras el fallido intento de golpe del general Luciano Benjamín Menéndez contra Perón (una huelga obrera, por ejemplo, era un desafío). Subiza manejaba la Secretaría de Asuntos Políticos, que "orientaba la política interna" con el objetivo principal de que "todos los habitantes de la patria sean peronistas", como se admitiría en un "Plan de acción política" redactado en los últimos años de gobierno de Perón.
Este artículo es un extracto del libro "Crímenes y mentiras. Las prácticas oscuras de Perón", de Hugo Gambini y Ariel Kocik (Sudamericana)