Cuando fue derrotada por Raúl Alfonsín, la Renovación Peronista dejó de lado la estructura del partido, la hizo responsable de ese fracaso y la recuperación se realizó por fuera de la orgánica derrotada. El partido siempre perdió la batalla: fue un salvavidas de plomo.
Deolindo Bittel era el jefe y el candidato, pero el elegido terminó siendo Ítalo Luder. Cuando el triunfo fue de Alfonsín, el peronismo quedó en manos de Vicente Saadi y el vencedor, por afuera, fue Antonio Cafiero. En el momento en que Cafiero manejaba el partido, perdió frente a Menem. Y, finalmente, Menem es cuestionado por Néstor Kirchner y desaparece tras su exitosa derrota, gana la primera vuelta pero ni se anima a presentarse en la segunda. Parecido pasaría hoy con Cristina.
En síntesis, la conducción que sufre una derrota debe desaparecer para que surja una renovación. Y en eso el kirchnerismo no va a ser distinto al menemismo, más allá que al contener grupos de izquierda haga más bulla mientras se disuelve. Asumamos que el peronismo ganó muchas elecciones y, que tengamos noticias, la izquierda o los supuestos revolucionarios no ganaron nunca. El General los solía llamar "piantavotos" y de eso juegan.
Entre el retorno al pensamiento rector de "Pericles" y los amores de Scioli, a Boudou lo dejan en tercera fila. Juntos, los tres definen el final de un intento de amontonar restos de peronismo con restos de envejecidas izquierdas y gestores de negocios. Lo único auténtico fue la codicia, el resto era solamente cobertura.
La derrota suele desnudar veleidades, especialmente cuando las pretensiones son exageradas y las ideas no superan los estrechos límites del resentimiento. Las conductas de los derrotados aumentaron las razones que justificaron su caída. Sus temas personales terminaron siendo públicos y eso lastima a la misma fuerza que apostó a sus candidaturas. Además, si Menem fue un injerto del peronismo con el liberalismo, los Kirchner inventaron un relato que en apariencia era de izquierda -o terminaba pareciendo que lo era. Para los de ese relato Daniel Scioli nunca cerró. Algunos personajes ocultos parecían garantizar el progresismo necesario o diversas razones oscuras de otro tipo: un personaje como Lázaro Báez no era una casualidad, era la esencia del proyecto y, el resto, sólo el decorado.
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Los Kirchner nunca se sintieron peronistas, tampoco apoyaron de verdad los Derechos Humanos. Finalmente, siguieron despreciando al peronismo mientras daban un trato preferencial permanente a sectores que no habían sido los elegidos de los votantes.
El peronismo necesita separarse del kirchnerismo pero, en realidad, no sabe si va a poder sobrevivir a ese virus. La unidad del autoritarismo aplasta tanto a las ideas como a las críticas y cuando cae termina arrastrando con su fuerza hasta el estallido y nadie puede recuperar sus pedazos. Deberíamos leer "Megafón o la guerra" de Marechal para entender de qué se trata tanto el nacimiento del peronismo como esta etapa de su desarrollo cuando el maestro dice "la patria es una víbora que cambia de piel". Ese es el punto en que se encuentra lo que antes fue el movimiento nacional y hoy es un concurso de ambiciones y codicias. Perón expulsó a los imberbes de la plaza, el kirchnerismo es la conducción de los expulsados.
La disolución del pasado es esencial para retornar al debate de ideas. Ese pasado que Menem cerró al importar imágenes desde afuera de la política, del deporte o del espectáculo. Fue el triunfo de la frivolidad, de las imágenes sin contenido alguno. Eso fue y es el tan denostado por estas horas Daniel Scioli y detrás de él, algunos personajes imaginaban ser dueños de un contenido y de una historia.
Para salir de esta coyuntura debemos apoyar la democracia y generar los proyectos que le permitan reintegrar a los caídos. Y ese desafío necesita de la unidad nacional, algo que el kirchnerismo odiaba y que el actual Gobierno puede finalmente llegar a necesitar.