El último viaje que hice a Israel, en febrero de 2016, había llegado a su fin, y tras un día muy ajetreado llegué al hotel con el tiempo justo para darme una ducha antes de emprender el regreso a Buenos Aires. Mientras viajaba hacia el aeropuerto Ben Gurion disfrutaba del bello paisaje que regala el recorrido entre Jerusalem y Tel Aviv, lugares históricos con sus tanques de 1948 a la vista, mucho verde, montañas y nuevas carreteras. Sin embargo, mi mente estaba imaginando cómo tomarían vida aquellos testimonios, por eso estaba impaciente como nunca antes, ya quería estar sentado en el avión revisando mis apuntes y escribiendo.
El Ben Gurion es uno de los tres aeropuertos más importantes de Medio Oriente y uno de los más seguros del mundo. El primer control está un kilómetro antes de la puerta central de ingreso, lo que hace impensable un ataque suicida. Ya sin trámites por hacer, usé todas las monedas que había acumulado esos días para comprar un café y un bocado dulce y me senté a esperar en una de las mesas de la enorme sala en la que desemboca el corredor. La noche anterior me había quedado escribiendo hasta las tres de la mañana y quería revisar lo escrito.
En Israel había mantenido numerosos encuentros, porque sabía que gran parte de la historia del Memorándum debía buscarla allí; además, la noche anterior a mi partida había cenado en la casa de un destacado diplomático y lo que me había dicho me había impactado. La charla había sido muy amena, conversamos sobre la Argentina, el Memorándum, Cristina Kirchner y la muerte del fiscal Nisman, pero antes de que sirvieran el primer plato, aprovechando que su mujer estaba en la cocina, mi anfitrión me sorprendió con un comentario que hizo en voz baja: "A Nisman lo mataron, porque él tenía un teléfono rojo para comunicarse ante cualquier urgencia y no lo usó".
Enmudecí mientras lo miraba a los ojos y esperaba que siguiera hablando, pero bajó la vista y continuó sirviendo vino en las copas, dando por finalizado su comentario. Su afirmación no fue improvisada ni casual, él sabía que yo estaba escribiendo este libro y que por eso había ido a su casa. Era una revelación hasta entonces desconocida, y sentí una sensación parecida a la que experimenté cuando oportunamente alguien me había susurrado que Israel le había proporcionado a Pepe Eliaschev la información que reveló en el diario Perfil. En ambos casos, la noticia me había llegado como un secreto nunca antes revelado.
Disfruté de la cena —la buena mano y las especias de la región garantizan los mejores sabores— y de la magnífica velada. Después del café, me disculpé diciendo que necesitaba acostarme temprano. Cuando me disponía a pedir un taxi, el diplomático me dijo "Yo te llevo hasta el hotel". En el trayecto, sin embargo, no volvimos a hablar de Nisman.
Ya ubicado en el avión y con mi computadora conectada para no quedarme sin batería, me aseguré un viaje de trabajo: tenía que escuchar las entrevistas que había grabado. La revelación que había recibido durante la cena de la noche anterior seguía dando vueltas en mi cabeza, Nisman volvía a aparecer, por momentos sentía que me soltaba la mano para que pudiera armar la historia secreta del Memorándum sin él, pero regresaba, como lo hacía en ese momento para que no me olvidara de él y recordara que su muerte es el Memorándum y que el Memorándum es su muerte.
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Para aprovechar las casi tres horas de vuelo que tendría hasta Turquía y la prolongada espera que me aguardaba en el aeropuerto Atatürk, empecé a escuchar viejos audios guardados de manera desordenada en mi computadora. Gracias a un adaptador que me prestó una familia que también debía esperar, pude conectar y cargar la batería de mi computadora durante la madrugada mientras escuchaba grabaciones.
A las tres de la madrugada encontré un audio revelador. No pude establecer la fecha exacta de aquella charla entre Alberto Nisman y yo, pero casi seguramente fue pocos meses antes de su denuncia. La muerte del fiscal y su denuncia contra Cristina y Timerman sigue ganando las tapas de los principales diarios, y todos nos seguimos preguntando qué pasó, cómo murió, qué había en su denuncia que pudiera provocar en algunos tanto temor.
En la Argentina, un fiscal de la Nación que investigaba el peor atentado ocurrido en nuestro país aparece muerto en el baño de su casa con un balazo en la cabeza, y hasta hoy nadie sabe qué es lo que pasó. Por eso, esta conversación, poco tiempo antes que Nisman hiciera su denuncia, es un testimonio que nos interpela y nos desafía. La Justicia argentina todavía nos debe respuestas sobre la muerte del fiscal y sobre el esclarecimiento de los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel.
Al cierre de este libro se conoció la noticia de que su denuncia, que había sido desestimada en diversas instancias judiciales, sería finalmente investigada; así lo decidió la Cámara de Casación Penal en diciembre de 2016. En 2017 se cumplen veinticinco años del ataque contra la Embajada, en el que es insoslayable la marca y la matriz de Irán, país con el que la administración de los Kirchner firmó el Memorándum de Entendimiento. Inconcebible, imperdonable
El artículo es una versión condensada del capítulo "Un hallazgo revelador", del libro Memorándum", de Daniel Berliner