Estamos en el medio del río, para muchos esa sensación lleva años, décadas. Somos una sociedad que no logra estabilizar sus instituciones, salir de esa sensación de eterna pubertad donde todo se altera, donde desde la vocación al amor nada logra permanecer. Siempre estamos refundando lo que hicieron mal los anteriores; cada tanto imaginamos haber encontrado la salida pero esa sensación nos dura poco, no es la luz que marca el final del túnel sino el aviso de una nueva frustración. Hubo un día donde nos hundimos demasiado, nos quedamos sin moneda, golpeando en las puertas de los bancos. Y la inflación, esa impotencia de forjar una moneda estable; pocas cosas desnudan tanto nuestra incapacidad de lograr estabilidad como ese valor que se degrada cada día.
El Gobierno ha tenido aciertos importantes en política: recibió un Congreso que en su obediencia militar no podía modificar una coma de las leyes que enviaba la corona, y logró transformarlo en un recinto donde se debate, modifica y enriquece cada proyecto oficial. Lo anterior era patético, hasta algunas veces las tribunas aplaudían o condenaban el comportamiento de los elegidos para legislar. Una manera de quitarle la dignidad a nuestros representantes, una forma de convertir a los tres poderes en dependencias del autoritarismo de turno. Diputados y senadores obedientes más "Justicia Legítima" daban democracia en disolución. Algunos todavía dicen que en esas tierras vivían mejor, sabemos que toda sociedad guarda un pedazo enfermo; lo importante es impedir al menos que sea ése el que gobierne.
De todo eso salimos y no es poco, eso no era el peronismo, al menos en el momento del Perón del retorno, de aquella convocatoria a la unidad nacional. Eso era la enfermedad universal del autoritarismo, en su versión estalinista autóctona, en paralelo a Venezuela, de eso nos salvamos por poco, muy poco. El espejo de Venezuela asusta todavía.
Cristina sufre el mismo deterioro que Menem en su momento, personalismos exagerados que abusan del poder y la sociedad los termina olvidando cuando lo pierden. No sé si quedan gobernadores, tal vez algunos intendentes; en fin, poca cosa para tanta soberbia. Y al igual que Menem, Cristina tiene un balance difícil entre los votos que convoca y los que espanta. La derrota definitiva de la fuerza la marcaron lo masivo de las deserciones.
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Tenemos dos partidos de derecha, uno autoritario y disimulado, el kirchnerismo y otro democrático y asumido, el PRO. Avanzamos al salir del riesgo de confrontación ilimitada, de ese absurdo donde el Estado en lugar de convocar a la unidad parasitaba las divisiones. Ahora estamos en otra fase de nuestras frustraciones. Si el Estado no le para el carro a las grandes empresas y a los grandes grupos concentrados, o no cumple con el que es hoy su papel histórico, va a seguir creciendo la miseria y la desintegración social.
Los avances políticos son enormes, los gobernadores fanáticos kirchneristas tuvieron una descendencia democrática, como Entre Ríos, Tucumán, Chaco y algunos otros. Hubo una adaptación a la coyuntura, fueron muchos más de lo esperado, demasiados. A mayor demencia del partido derrotado mayor oportunismo funcionarial.
Falta salir del capitalismo de saqueo en el que ingresamos en los noventa. Cada concesión de servicio público a lo privado está más cercana a la estafa que a la inversión. Los peajes resultan el desiderátum de dicho saqueo, hay muchas barreras que nos obligan a pagar y casi no hay rutas que nos permitan circular.
En este saqueo que se inventó para una inversión que no aparece, en esa expoliación al ciudadano, hasta ahora, los Kirchner nos salvaron solo de las jubilaciones privadas y nos devolvieron YPF que ellos mismos se habían llevado prestada por unos años, con rentas desmesuradas. Macri hasta ahora no le paró el carro a ningún rico y hay olor a acumulación desmesurada de ganancias y a eterna inflación. Necesitamos por lo menos un reintegro a las exportaciones para no caer en viejas trampas del dólar fijo.