El cargo que ocupaba era honorable, pero la imagen que mejor lo definió lo tenía caminando al lado de la Presidenta. Como se sabe, el autoritarismo convoca a la obsecuencia. Y el obsecuente es ese personaje capaz de obedecer más allá de su dignidad, a veces porque la oculta, otras -la mayoría- porque ni siquiera sabe de qué se trata. Por eso mientras Ella hablaba, él le llevaba la valija. Podía tratarse de un gesto de caballero, pero no era así: Parrilli estaba "para lo que guste mandar".
Había jugado el terrible rol histórico de ser el diputado que defendió la privatización de YPF; para el peronismo en particular y para todos los sectores con pensamiento nacional esa fue la peor traición posible. Nada de eso era gratis, Néstor y Cristina fueron parte de la jugada. Esa historia sola desnuda un gobierno y deja en claro cuál fue la esencia del kirchnerismo. Luego vendrá aquel intento de comprar una parte de YPF con las mismas ganancias de la empresa y finalmente, la patriada de recomprar lo vendido. En el medio se quedaron con una fortuna y el país con una deuda y el desabastecimiento. Con el tiempo comprarían vagones en China, no sea que volviéramos a fabricarlos nosotros y finalmente, los durmientes. Estas fotos alcanzan para comprender el final y el sentido de esa película que llamaron kirchnerismo.
Ni Zaffaroni, el juez de la Dictadura, ni los abogados Kirchner firmaron nunca un hábeas corpus; cuando los militares eran duros, ellos jugaban de blandos, y cuando todo había pasado ellos vieron llegado el tiempo de volverse duros. Parrilli es eso, un obsecuente del oportunismo. Pero no de cualquier oportunismo sino de uno bien de derecha disfrazado de izquierda coyuntural. Triste final de un sector en nuestra sociedad: ayer se equivocó al optar por la violencia y en el presente eligiendo la sumisión.
Parrili no es cualquier maltratado, es la imagen patética de cómo hay que hacer para mantenerse en un cargo con un Gobierno autoritario. Por eso armaban un grupo en los medios para agredir disidentes: el programa 6-7-8 estaba constituido por un "parrilismo" militante. Y ni hablemos de Carta Abierta, quienes habían institucionalizado una versión intelectual de la "parrillidad". Compartí cuatro años en el gobierno de Néstor Kirchner en un cargo dependiente de Parrilli, tuve ocasión de hablar mucho y conocerlo. Él es eso, sirve tanto para vender YPF como para comprarla y sus jefes también, salvo que cuando la compran te venden el cuento de la revolución y te hacen cantar el himno y la marcha.
Parrili es la imagen patética de cómo hay que hacer para mantener un cargo en un Gobierno autoritario.
Voté a Macri por darle mayor importancia a la democracia, a la libertad y para escapar de la amenaza de un autoritarismo cuya misma degradación nos llevaba a una confrontación sin ideas pero infectada de intereses. O peor aún, donde las ideas terminaban siendo simple disfraz de los más oscuros intereses.
No estoy con el PRO y me molesta que algunos del Gobierno imaginen que la única opción es entre ellos y el kirchnerismo. Eso puede servirles a ellos pero, cuidado, implica un grave riesgo de degradación de la sociedad. Macri no es toda la democracia, es tan sólo una de las opciones que pueden vivir en su seno. Me siento parte de un futuro frente de centro-izquierda, salvo su rechazo al autoritarismo nada me convoca de un Gobierno que hasta el presente le otorga mayor importancia al comercio que a la producción, a los grandes grupos concentrados que a los mismos ciudadanos.
Las historias del pasado son tan patéticas como dignas de ser olvidadas o al menos superadas. El ayer no puede ser utilizado como fantasma para aceptar cualquier variante del hoy. Necesitamos reconstruir la democracia, salir de la confrontación, aprender a convivir en la diferencia. Los fantasmas ya no asustan, saturan. Gobernar no es solo ser mejor que el anterior, implica mucho más, en esencia ayudar a recuperar la democracia que el fanatismo y el autoritarismo nos llevaron a arriesgar.
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Algunos la pasamos mal en la Dictadura, no éramos guerrilleros pero mucho menos represores y los bandos intentaban obligarnos a optar. Los tiempos cambian y veo a muchos que intentan convertirse en los Parrillis de Macri. Para los kirchneristas si no soy de ellos, soy macrista y viceversa. Somos muchos los que apoyamos la democracia sin necesidad de profesar ningún oficialismo.
Lo malo es cuando los gobiernos en su debilidad comienzan a repartir prebendas, beneficios entre sus adeptos y peor aún, como hizo el Gobierno anterior, cuando además se persigue y condena al disidente. La decadencia es eso, el momento donde los beneficios del oficialismo convierten la democracia en un autoritarismo de secta; dicen compartir ideologías cuando con sólo conocerlos uno puede advertir que están unidos en torno a complicidades. Decían ser militantes, la mayoría estaba más cercana a los beneficios que a las ideas. La magnitud de los desertores sirve para confirmar dicha percepción.
Hemos avanzado bastante en lo político, pero no logramos hasta ahora mejoras en lo económico y en algunos casos podemos percibir verdaderos retrocesos. Necesitamos que el Gobierno nos ayude a olvidar el pasado, para eso necesita tener aciertos y salir de la tentación de ser mejor que los derrotados. Que nadie se equivoque: para entrar al futuro y consolidar las instituciones es demasiado lo que falta. Y, hasta ahora, muchos, yo entre ellos, no logramos entender el rumbo que esta administración ha elegido. Los logros de la democracia no alcanzan para soportar los desaciertos de la economía.
Cuando los gobiernos son autoritarios o inseguros, los obsecuentes encuentran su lugar. La democracia es también la sustitución de la obediencia por el talento y la experiencia. Cuando la verdadera lealtad esté al servicio del proyecto colectivo se acabarán los acomodaticios. Y también se acabarán los Parrilli.