La conurbanización de la Argentina durante el kirchnerismo

En su flamante libro “La década sakeada”, Fernando Iglesias hace un duro balance de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, a los que califica de “catástrofe nacional y popular”. Infobae publico un adelanto

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Cristina Kirchner durante un acto en la Villa 31.
Cristina Kirchner durante un acto en la Villa 31.

Basta observar las principales políticas que ha llevado adelante el kirchnerismo para verificar su intento de ampliar a escala nacional el conurbano. En primer lugar, la política económica del conurbano, con su corte proteccionista-industrialista de baja tecnificación y mano de obra intensiva que quedó donde hace medio siglo había una industria de verdad; una industria que, aunque no fue de avanzada, existía. De ella solo restan tallercitos jurásicos, mano de obra en negro, cuentapropismo, evasión, ríos contaminados. Es el modelo productivo La Salada, la feria clandestina menos clandestina del mundo y la más grande de Sudamérica.

En segundo lugar, el kirchnerismo ha ampliado a nivel nacional la política de seguridad del conurbano. Es decir, la ausencia de toda política de seguridad: con el narco y las mafias creciendo de un lado de las rejas en complicidad con la que Duhalde llamó "la mejor policía del mundo", la Bonaerense; la reina de las zonas liberadas. Y del otro lado de las rejas, la gente encerrada en sus casas a partir del toque de queda de las ocho, en verano. En tercer lugar, el kirchnerismo aplicó nacionalmente la política de vivienda del conurbano, en la que han proliferado las villas, de un lado, y los barrios cerrados y los edificios con amenities, del otro. Finalmente, el kirchnerismo nacionalizó la política del conurbano, promoviendo a los puestos de comando nacionales una dirigencia que, por vulgaridad, incapacidad, corrupción, vínculo con el narco y matonismo no tuvo nada que envidiarles a los barones del conurbano.

Hubo una declaración que puso al proyecto nacional y popular al desnudo como lo que era: un programa de conurbanización de la Argentina. Fue el día en que, en medio de la oportunidad económica más grande que el mundo le ha dado al país en toda su Historia, la presidente de la Nación salió a felicitarse por cadena nacional de que las casas de las villas tenían más pisos y hasta antenas de televisión satelital.

Cristina terminó yendo a la Villa 31 a inaugurar "el primer canal villero de Latinoamérica". Llegó acompañada de los pibes para la liberación, que llegaron en micros, acordonaron todo, dejaron afuera a la gente del barrio y armaron un show mediático en el cual Ella afirmó, con su particular sintaxis: "Me siento muy segura, muy tranquila. Estoy rodeada, en la villa 31, en ningún lugar más seguro hoy en día en la República Argentina, por lo menos para mí". Y siguió: "¿Qué mecanismo hay en nuestras cabezas que nos hace desenganchar nuestros logros de lo colectivo? Si de algo estoy orgullosa es de haberlos empoderado". Luego, la confesión final: "Esta villa la equiparo al peronismo. Porque a esta villa siempre la quisieron hacer desaparecer. El que fuera capaz de desmoronar la villa 31 iba a ser coronado como el nuevo civilizador contra la barbarie. La 31 es el emblema de la resistencia, y de avanzar". El "lugar más seguro" de la Argentina, según la ex presidente, es una de las villas con más alta tasa de criminalidad de Buenos Aires: entre 12 y 14 muertos por el crimen organizado cada año. Los "empoderados" son los habitantes de ese particular territorio donde la propiedad privada rige desde el primer piso para arriba, y quien usurpó un terreno y construyó cuatro pisos colgados de la nada les alquila habitaciones a los demás al valor de un departamento en Caballito. Y el "primer canal villero de Latinoamérica" no es el primer canal villero de Latinoamérica: en la 31 ya existía "Mundo Villa", cuyo creador, el periodista Adams Ledezma, fue asesinado por el narcotráfico hace seis años.

Portada de “La década sakeada”, de Fernando Iglesias (Margen Izquierdo).
Portada de “La década sakeada”, de Fernando Iglesias (Margen Izquierdo).

El kirchnerismo como conurbanización de la Argentina es la villa como metáfora del peronismo. Yo no podría haberlo dicho mejor. El emblema de la "resistencia" y del "avance" kirchneristas, una villa. Difícil estar más de acuerdo con la Presidente. No quieren que no haya pobres. No quieren que sean clase media. Quieren que los pobres "vivan bien", lo que es una contradicción en sus términos. Y simulan que vivir bien es hacer más pisos tambaleantes en una casa de la villa en la que los pibes para la liberación jamás aceptarían pasar una noche. No quieren que no haya villas. Quieren que las casas de las villas sean de cinco pisos y tengan DirectTV.

La conurbanización de la Argentina es el corazón del proyecto nacional y popular. La han promovido deliberadamente. Ranchos, countries, narcocrimen, atraso cultural y productivo, destrucción de la cultura del trabajo, el ahorro y el esfuerzo, y dinamitado del tejido social. "No será mucho, pero en doce años todos pusimos techo de loza", me dijo en un programa de TV el Pitu Salvatierra, puntero K que encabezó la toma del Parque Indoamericano cuyas últimas hazañas fueron ser echado de la Subsecretaría de Participación Ciudadana por cobrar 24.000 pesos mensuales desde 2012 sin ir nunca a trabajar, ser detenido por llevar dieciséis envoltorios de pasta base en el auto y tragarse una cuchara para que no lo trasladaran a la cárcel desde la seccional.

"Que los pobres vivan bien, con nuestra ayuda"; ese fue el sue­ño y sigue siendo el sueño de los corazones nac&pop. No que la gente trabaje, progrese y prospere por las suyas, sino que todos sean pobres y dependientes del poder político nacional y popular con domicilio en Puerto Madero, Calafate y Recoleta.

Clientelismo para todos

Para lograr que un gobierno de marginales y lúmpenes triunfara y se mantuviera en el poder había que reducir a millones de argentinos al clientelismo, el lumpenazgo y la marginalidad. Y lo lograron. El peronismo kirchnerista fue un programa de lumpenización de la Argentina que completó la obra destructora del peronismo menemista. Menem había logrado transformar al activo y orgulloso ciudadano de los Ochenta en el pasivo consumidor de los Noventa. El kirchnerismo transformó al consumidor de los Noventa en el empoderado cliente de la Década SaKeada. Y lo hizo aplicando un plan maestro, el Clientelismo para Todos.

¿Clasismo? ¿Racismo? El clientelismo kirchnerista no fue solo chapa, choripán y subsidio en manos de los punteros, esos barones del conurbano en miniatura. El clientelismo kirchnerista fue un gran plan policlasista e inclusivo. Fue Clientelismo para Todos. Incluyó a la clase media con energía regalada, viajes al exterior subsidiados mediante tarjetas, dólar ahorro, aires acondicionados split, pantallas de televisión de 50 pulgadas pagables en 50 cuotas y todo tipo de medidas a favor de una fiesta de corto plazo despojada de toda mejora sostenible y real. Fue un aumento del consumo sin correlato en la producción, una plata dulce, que garantizó al kirchnerismo la amplia base de votos de clase media que los mantuvo en el poder en 2007 y 2011.

Pero el Clientelismo para Todos incluyó también a la clase alta. No solo porque aprovecharon las mismas ventajas que la clase media para consumir como si se acabara el mundo, sino porque hacer dinero en Argentina dependió cada vez menos de la capacidad de invertir y producir y más de la obsecuencia política, las relaciones con el poder, las protecciones aduaneras y los subsidios cada vez más arbitrarios. Fue con este arsenal morenista que disciplinaron a los empresarios con veleidades de independencia. No hay más que ver el coro de emprendedores-aplaudidores que acompañó a Cristina Kirchner en todas y cada una de las conferencias en que se presentaba algún nuevo maravilloso eslabón del modelo productivo, como aquella famosa canilla de González Catán inaugurada por cadena nacional. Gente grande, poderosa, con familia, hijos, casa de veraneo en Punta y AUDI último modelo, aplaudiendo en primera fila lo que detestaban, temerosa de repetir en público lo que decían en privado; convencida de que la supervivencia del kiosquito vale más que la dignidad.

Pobres, clase media, ricos. Desconocidos y famosos. El precio era el mismo para todos. El precio fue la renuncia a la dignidad; cuya desaparición había que evidenciar formando parte del coro de aplaudidores, si se era artista o militante de Derechos Humanos; aceptando y callando las vejaciones de Moreno, si se era empresario; avergonzándose de la propia condición de descendiente de europeos y de ciudadano porteño o urbano, si se era de clase media; aparentando adhesión a los principios del kirchnerismo, si uno no estaba convencido, y evitando discutir, si uno no estaba de acuerdo.

Pocas expresiones más claras de la lumpenización de la Argentina que promovió el Clientelismo para Todos fue el auge y consolidación de zonas marginales como La Salada, incorporadas a las delegaciones internacionales oficiales del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y la proliferación de oficios marginales como los de cartonero, trapito y mantero; perfecta expresión del proceso de degradación social que el Partido Populista llevó adelante con éxito arrollador.

Chori y chapa, para los de abajo; Split y cuotas, para los del medio; subsidio, negociados y vista gorda, para los de arriba. Clientelismo para Todos, en su versión reloaded para todos los amigos del poder. Y su emblema mayor fue Fútbol para Todos.

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