(Desde Nueva York) La apuesta geopolítica que hizo Mauricio Macri con Estados Unidos terminó cuando Hillary Clinton fue derrotada en las elecciones presidenciales, pese al descomunal esfuerzo realizado por Barack Obama, los medios de comunicación y el establishment americano.
Donald Trump no cree en las fronteras abiertas para comerciar, desconfía de los refugiados, rechaza las consecuencias del cambio climático, relativiza a los organismos multilaterales, descarta la importancia de la cooperación global y fraguó un compromiso electoral con millones de votantes que tienen escasa educación y son xenófobos por naturaleza.
Si Macri dispuso que el tándem Obama-Clinton asegurara la reinserción de Argentina en el mundo y un flujo constante de capitales e inversiones, ahora deberá decidir qué hará con Trump, su agenda global y su particular manera de tratar a las mujeres, a las minorías y a sus adversarios políticos y personales.
La relación que Macri ató con Obama y Clinton fue esencialmente política, al margen de las sonrisas y las fotos compartidas. El presidente demócrata y su exsecretaria de Estado creen en un mundo multilateral, apoyado en la cooperación y el libre mercado, adonde los problemas de la agenda global se resuelven dialogando y encontrando puntos en común. Cuando Macri se alineó con esa hoja de ruta, sólo estaba poniendo en valor geopolítico a sus convicciones personales para gobernar la Argentina y enterrar los traumáticos efectos de doce años de populismo.
Trump, al contrario, tiene una inclinación natural a rescatar la perspectiva global americana en épocas de la Guerra Fría. El presidente electo considera que la Casa Blanca debe ejercer un rol de gendarme mundial destinado a preservar y profundizar sus intereses nacionales. Trump propone una mirada agonal de la política internacional, adonde no hay puntos intermedios ni matices. Recuerda a George Bush después del ataque terrorista del 11 de septiembre, cuando llamó a una guerra santa y marcó los límites sin eufemismos: se estaba con los Estados Unidos o en contra.
Esta perspectiva agonal de Trump, que se puede encontrar en los libros de Laclau y Mouffe, implica que los países deberán alinearse con el programa republicano si desean mantener fiables relaciones diplomáticas con la Casa Blanca. Obama proponía un proyecto global común; Trump exige que se respeten los derechos americanos, sin que haya una explicación racional y ordenada de su alcance programático.
Entonces, Macri deberá pensar su próximo paso respecto a Trump y su gobierno. El Presidente tiene que decidir si revisa sus ideas, o busca una alianza de poder que le permita contener la gestión agonal que se ejecutará en el Salón Oval cuando Obama sea historia. No hay punto intermedio: el vencedor de Clinton aborrece los matices y sólo piensa en sus eventuales ganancias políticas/económicas.
Obvio que todos los jefes de Estado asumen los costos-beneficios de una decisión. Pero en el caso de Trump, si no hay beneficio a la vista, su decisión será bloquear las ganancias del otro, aunque ello no implique costo alguno. Y si permitiera los beneficios, exigirá el doble de lo obtenido en una futura negociación entre partes. Ejemplo posible: Macri logra que se mantenga la apertura del mercado americano a los limones. Trump, a cambio, exigirá que el gobierno argentino apoye el levantamiento de las sanciones comerciales que recibió Vladimir Putin por haberse apropiado de Crimea.
Por eso, el presidente argentino tiene que pensar con profundidad su plan diplomático frente a Trump. Ya no se trata solamente de llamar por teléfono y mantener una cálida conversación recordando los partidos de golf y las cenas en Manhattan. Macri tiene que decidir cómo enfrentará la voracidad de la Casa Blanca y hasta qué punto cederá ante las exigencias del presidente de Estados Unidos.
En Washington ya saben que el presidente argentino hizo una apuesta geopolítica, y que esa apuesta presentada junto a Obama era una señal de confianza internacional. Ahora, con Trump yendo a la Casa Blanca, esa decisión geopolítica se transformó en una prueba de debilidad estructural frente a la futura administración republicana.
En la lógica de política exterior diseñada por Macri, adonde Clinton sucedía a Obama, el país se beneficiaba por las coincidencias ideológicas y los negocios en común. Entonces, con la inesperada victoria de Trump y su programa vintage, Argentina queda en una falsa escuadra que no se resuelve llamando al penthouse más famoso de New York.
La clave es el balance de poder. Macri puede articular una alianza tácita con el Mercosur y México, que sufrirá una fuerte retracción política y económica si Trump cumple sus promesas electorales. Este bloque regional conecta con los países de la Alianza del Pacífico, que están en la mira del futuro presidente republicano. Y el círculo se cierra con la Unión Europea, que aún tiene a Ángela Merkel sosteniendo las ideas del libre mercado y la cooperación diplomática.
No se trata de ir a la guerra diplomática contra la administración Trump, pero estos movimientos pueden contener su natural voracidad y propensión a considerar al mundo desde una perspectiva binaria, como hizo Bush para enfrentar a Osama Bin Laden..
Argentina podría compensar el sutil distanciamiento de Washington con la colaboración indispensable sobre terrorismo, narcotráfico y lavado de dinero, mientras que adoptaría sus propias posiciones cuando se trate refugiados, cambio climático, respeto a las minorías, defensa del libre comercio y apoyo a los organismos multilaterales.
A mediados de noviembre de 2001, Bush recibió a Fernando de la Rúa en el Waldorf Astoria. Bush sólo pensaba en invadir Irak y matar a Bin Laden. De la Rúa sólo quería que Washington rescatara su gobierno, y no tenía plan B. Bush plantó la bandera americana en Bagdad y renovó mandato. De la Rúa cayó y el peronismo regresó a la Casa Rosada.
En ciudades vinculadas al establishment americano, como New York y Washington, se vive en estado de shock. Ya no sobrevuelan las cenizas del Pentágono y las Torres Gemelas. Ni hay velas encendidas recordando a las víctimas del ataque terrorista. Pero el clima de pesar por la derrota de Hillary está ahí omnipresente, como una oscura pesadilla que se transformó en realidad.
Macri no es De la Rúa. Pero debería tener en cuenta su error histórico. Trump venció al clan Clinton, al establishment americano y al presidente Obama. Y va por más, con su retórica populista, su ataque a los medios y su voracidad infinita.
A Macri le queda revisar sus propias convicciones políticas para después plegarse a Trump, o diseñar su nueva estrategia diplomática para para proteger a la Argentina. Una opción es la correcta.