¿Qué está pasando en Cataluña?

César Vidal

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Desde hace años, Cataluña, la región más corrupta de Europa occidental, según distintos estudios y motivo de preocupación de un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos por su conexión con las mafias internacionales y el terrorismo islámico, se ha convertido en una úlcera que amenaza la integridad territorial de España y la permanencia de su sistema constitucional. Dado que en las últimas horas los nacionalistas catalanes han cercado a la Guardia Civil en sus cuarteles, han asaltado violentamente edificios de la administración de Justicia y de Hacienda, han señalado a los disidentes con métodos propios del nazismo y las autoridades catalanas no sólo están utilizando a los niños para acosar los cuarteles de la policía nacional sino que persisten en anunciar que celebrarán un referéndum independentista ilegal, resulta obligado preguntarse qué está pasando.

La propaganda nacionalista catalana insiste en hablar de una opresión española, en supuestos hechos diferenciales y en cortapisas para ejercer la democracia. Se trata de una suma de groseras falsificaciones desmentidas multitud de veces y no puede sorprender que así sea, porque la realidad histórica es exactamente la contraria: el conjunto de España lleva siglos padeciendo la explotación y el expolio de las oligarquías catalanas. El novelista francés Stendhal lo comprendió ya a inicios del siglo XIX, cuando afirmó que unos minutos pasados en el puerto de Barcelona bastaban para entender todo: las oligarquías catalanas querían ser las únicas que vendieran sus productos en España e impedir que lo hiciera nadie más. En otras palabras, las oligarquías catalanas deseaban mantener un monopolio del mercado español fuera cual fuera el coste para España.

Así, Cataluña logró imponer, mediante una red de corrupción y clientelismo, una política arancelaria favorable a su industria y perjudicial para el resto de España. Los textiles catalanes, por ejemplo, eran pésimos, pero se impusieron en el mercado nacional mediante el método de impedir la entrada de productos extranjeros mejores y más baratos como los procedentes de Gran Bretaña y Francia. El resultado fue que, primero, Cataluña desarrolló una industria, especialmente textil, no competitiva, de invernadero, que estaba afectada por una escandalosa fragilidad, pero que se mantenía gracias a impedir la libre competencia; segundo, que el resto de España sufrió las represalias extranjeras a la hora de exportar, represalias nacidas del deseo de responder a los aranceles favorables a Cataluña y tercero, que la modernización y el libre mercado se vieron extraordinariamente dificultados en España por la sencilla razón de que perjudicaban a las oligarquías catalanas.

Semejante trato de favor a Cataluña se mantuvo incólume con la monarquía, la segunda república, el franquismo y los inicios de la democracia, con un respaldo directo y añadido de una Iglesia Católica que respaldó al nacionalismo catalán como manera de evitar que un Estado español fuerte y liberal pudiera limitar sus privilegios de siglos. La alianza se ha mantenido hasta el día de hoy, hasta el punto de que los obispos catalanes se encuentran entre los grandes legitimadores del proceso independentista y hace apenas unas horas centenares de sacerdotes de todas las órdenes han suscrito un manifiesto a favor de la independencia.

La continuidad de esta suma terrible de injusticias históricas que han causado daños inmensos al conjunto de la nación desde hace más de dos siglos se vio seriamente amenazada por la entrada de España en la Unión Europea. Por un lado, la apertura de fronteras impidió mantener los aranceles en favor de Cataluña; por otro, Jordi Pujol, dirigente máximo y presidente del gobierno catalán durante casi un cuarto de siglo, articuló una política que precisaba ingresos crecientes. La citada política del nacionalismo catalán derivaba de dos aspectos indiscutibles. El primero era la convicción de Pujol de que con menos del 30% de los votos podría mantenerse en el poder de manera indefinida e ir cambiando Cataluña de acuerdo con su visión ideológica. Ese porcentaje del electorado exigía, sin embargo, crear un sistema clientelar de extraordinarias dimensiones. El segundo era la corrupción propia no sólo de Pujol y su familia, descrita por el fiscal como una organización criminal para delinquir, al más puro estilo de una famiglia de la mafia, sino del nacionalismo catalán. Que la fortuna de los Pujol localizada sólo en Belice y Panamá supere los varios miles de millones de euros es sólo un botón de muestra del inmenso sistema de latrocinio sistemático generado por el nacionalismo catalán.

En paralelo, el nacionalismo catalán fue forjando, ante la pasividad de los sucesivos gobiernos, un estado dentro del Estado que no sólo contaba con más competencias políticas que las de los estados federados en un estado federal sino que además depredaba los ingresos de España en beneficio propio, a la vez que impedía la enseñanza del español en los centros educativos y desobedecía todas las resoluciones judiciales que no eran de su agrado. El coste salvaje del nacionalismo, muy superior al de naciones enteras, y de su corrupción provocó ya dificultades a finales del siglo XX. Precisamente, por eso, el nuevo estatuto de autonomía de Cataluña de inicios del siglo XXI, un estatuto abiertamente inconstitucional respaldado por Rodríguez Zapatero, pretendía convertir a España en un protectorado de facto que Cataluña podría saquear a voluntad. No fue suficiente y las exigencias fueron creciendo. Como botones de muestra de lo que esto ha significado, baste decir que, en la actualidad, Cataluña se lleva el 60% del FLA, el fondo que debe atender a las necesidades económicas de 17 comunidades autónomas en España; que debe más de 50 mil millones de euros a la administración española y que tiene una deuda pública con una calificación inferior a la de naciones africanas. Cataluña se ha convertido en una pesadísima carga económica que aplasta a una España que no ha conseguido salir de la crisis.

A pesar de esas ventajas económicas innegables, el nacionalismo catalán ha decidido ir hacia la independencia quebrantando la legalidad, recurriendo a la intimidación y la violencia, y forjando una alianza con el bolivariano Podemos y otros grupos de extrema izquierda. ¿Por qué? Las razones son, fundamentalmente, dos. Durante décadas, Pujol supo succionar los recursos de toda España alojado bajo la sombra de la amenaza independentista. Seguramente, sabía que era sólo un chantaje, pero lo manejó magistralmente en su beneficio. Sin embargo, las generaciones educadas sólo en catalán y en el odio a España han trascendido el aspecto instrumental de la amenaza y desean una independencia que, falaz y demagógicamente, se les ha enseñado durante varias décadas como la antesala de entrar en el paraíso. En segundo lugar, en estos momentos, más de trescientos políticos están procesados en Cataluña por causas de corrupción, incluyendo a los principales jerifaltes del nacionalismo.

Sólo una Justicia sometida al poder político podría evitar que acabaran en prisión. Ciertamente, ya la administración de Justicia está muy mediatizada en Cataluña, pero sólo la independencia sería capaz de garantizar la total impunidad. Por lo tanto, a lo que asistimos es a un pulso entre una casta corrupta y privilegiada, el nacionalismo catalán, y el orden constitucional. Saben los primeros que, ante la tibieza del gobierno de Mariano Rajoy, la suerte está de su lado. Si el referéndum se celebra, proclamarán la independencia y serán impunes; si no se lleva a cabo, al día siguiente, Rajoy les ofrecerá más dinero de todos los españoles y también alguna forma de impunidad. Así, el yugo que las oligarquías catalanas ejercen sobre España habrá dado otra vuelta de tuerca. Eso, a fin de cuentas, es lo que pasa en Cataluña.

El autor es un periodista y escritor español, autor de numerosas obras de divulgación histórica, ensayos y novelas.

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