Consultado sobre el mérito o los detalles de la propuesta de reforma de la escuela secundaria que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está impulsando a través de su cartera educativa, mi respuesta es penosa: no sé si es buena o mala, pues no conozco los detalles. Indagando un poco, noto que algunos de mis colegas están igual de desinformados, y que lo mismo ocurre inclusive con algunos directivos del mismo sistema que está siendo reformado.
Impulsar una reforma educativa es una tarea compleja, lo sé. Al reformar, se deben tocar resortes y ejes de trabajo de largo arraigo y, en consecuencia, se provoca un reacomodamiento de fuerzas, un rebalance de poder, un reagrupamiento de actores alrededor de las nuevas consignas de trabajo. Si no se llega a producir todo ello, entonces no es una reforma sino un retoque, un pequeño cambio, una actualización. O sea, que la magnitud de la transformación importa y condiciona. Reformar, por lo tanto, es ir contra la historia, contra el estado de cosas, contra las zonas de confort, contra los hábitos y las normativas. Es una tarea que requiere mucho coraje político e ideas originales, pero principalmente demanda seguir una secuencia de pasos que faciliten su adopción. El desafío de una reforma educativa no es su concepción teórica, sino su puesta en régimen en todo el sistema para el cual se concibió. Hacer cambios es más sencillo e inclusive más invisible, ya que muchos de los actores del sistema ni siquiera lo notan y, si lo hacen, lo aceptan con naturalidad. Pero para reformar se necesita desplegar un sistema abierto y convalidatorio imprescindible para garantizar el éxito de una buena adopción.
Desplegar un sistema abierto que favorezca la adopción de una reforma educativa supone respetar la siguiente secuencia de pasos:
Primero, definir la alianza de actores. Si bien la responsabilidad del sistema educativo recae en el Estado o la jurisdicción de que se trate, y en sus funcionarios políticos de turno, esto de ninguna manera invalida que se pueda dar cabida en el proceso a otros actores necesarios. ¿Acaso padres, empresas, organizaciones de la sociedad civil e intelectuales, además de los docentes, los pedagogos y los líderes sindicales, no deben tener un lugar de relevancia en todo el proceso? Abrir el juego a otros actores, aun cuando haga al proceso más lento y de gestión más compleja, resulta clave, no sólo para enriquecerlo de ideas, opiniones y miradas, sino principalmente para lograr una adecuada apropiación de aquello que finalmente se decida implementar.
Segundo, acordar la visión de futuro. Cualquier reforma educativa parte del dibujo proyectado de un perfil de egresado deseado, inserto en una sociedad imaginaria, deseada. Realizar ese dibujo y proyección es clave, pues clarifica los pasos posteriores. El futuro es tanto una idea teórica como el ejercicio de imaginar una convergencia entre esta coyuntura, alterada a partir de las posibilidades que otorga la propia reforma, con la época en la cual se inserte el debate, en una versión más compleja. Por lo que leí, entiendo que, en el caso de la reforma de CABA, se está pensando en un egresado talentoso, creativo, crítico, cooperativo, emprendedor, alfabetizado digitalmente y adaptable. ¿Este perfil garantiza el compromiso de los chicos con la paz? A mi juicio, el ciudadano del siglo XXI debe estar más comprometido con la paz que con el Estado. Para ello, debemos lograr que sea reflexivo y contemplativo, que trabaje durante su trayecto escolar en la detección temprana de sus querencias y sus vocaciones, y se prepare para abrazar la libertad, la responsabilidad y el disfrute del multiculturalismo y de lo diverso. Es una discusión clave, que no la podemos tomar a la ligera ni permitir que se dé por acordada.
Tercero, construir el acuerdo marco. El estudio que la organización The Partnership for de 21st Century Skills realiza desde 2001 es sumamente iluminador al respecto. Producto del trabajo de las más de 30 organizaciones participantes, se lograron definir cinco, y sólo cinco, conjuntos de competencias (habilidades de vida, competencias del siglo XXI, dominio de las TIC, destrezas de aprendizaje y pensamiento, competencias centrales del sistema anterior), y luego se dedicó mucho tiempo a comunicar, clarificar, fundamentar, sensibilizar, refinar y lograr consensos amplios. Solamente esta metodología facilita la posterior adopción de lo que sea que se haya acordado, logrando cierta inmunidad hacia los cambios de ciclos políticos esperables de la alternancia de poder. Todos nos preguntamos dónde está el documento que justifica, explica, amplia y expone ese acuerdo de CABA que da impulso a las reformas de las que aún sabemos tan poco.
Cuarto, implementar pilotos. Las reformas, por ser de naturaleza disruptiva, deben, primero, probarse en el territorio en una modalidad acotada, controlable, que permita aprender, medir, corregir on the spot, visibilizar nuevas relaciones y dinámicas, validar presunciones e hipótesis de trabajo. Es importante diferenciar los pilotos de las primeras etapas de una implementación gradual. El piloto es una prueba del prototipo en sus últimas instancias de diseño y acabado. Una vez testeada su correcta valía y mecanismo de puesta en funcionamiento, ya nada justifica su no adopción en todo el sistema. En CABA, en 2010, se probó la adopción de tecnología en las aulas en sólo seis escuelas primarias a través del Proyecto Quinquela. Pasado ese período de prueba, aprendizaje y refinamiento, al año siguiente se implementó en todas las escuelas primarias de gestión estatal.
Y, por último, escalar rápido a todo el sistema. Si ya tenemos una alianza amplia y activa, un marco claro y conocido, un prototipo probado y aceitado, y el apoyo de la opinión pública y de los principales actores del sistema, nada explicaría una implementación gradual hacia todo el sistema. Por lo tanto, no entiendo bien la razón por la cual se está presentando un plan gradual de implementación que va de 2018 a 2021. Estamos hablando sólo de 143 escuelas, ¡vamos!
Repito que reconozco que impulsar una reforma educativa no es tarea sencilla. Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de valernos de un sistema o una metodología de trabajo que nos haga la vida más fácil, que permita definir e implementar un plan de trabajo que logre los objetivos propuestos de una mejor manera. Me encantaría saber cuáles son esos resultados esperables en este caso en términos de calidad de los aprendizajes.
Volviendo al inicio de estas líneas, con la información que manejo hasta este momento, creo que las autoridades educativas de CABA no han seguido ninguno de los cinco pasos. Esto, por supuesto, no condena al fracaso la adopción de la citada reforma. Pero no hay dudas de que, frente al desafío de innovar y reformar, han elegido avanzar por la ladera más escarpada y empinada. Algunas razones tendrán, y supongo que en algún momento las conoceremos. ¡Suerte!
El autor es consultor, experto en Innovación Educativa. Autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".