El alcalde de Nueva York, el demócrata Bill de Blasio, ha hecho saber que, entre varios monumentos que están siendo discutidos por los norteamericanos, está dispuesto a considerar el retiro de la tradicional estatua de Colón, ubicada en Colombus Circus, frente al Lincoln Center, en la esquina sudoeste del Central Park. "Comprendo que es un símbolo de una etapa de esclavitud en nuestro país", dijo el funcionario, abriendo así un rumbo disociante y peligroso en la sociedad. O convalidándolo.
Hay varias lecturas que se pueden ensayar sobre esta declaración. La más evidente es que los políticos han abandonado ya todo intento de conducir, inspirar o liderar a la sociedad. Al contrario, están inclinados a obedecer sus deseos y sus caprichos, con total prescindencia de las consecuencias o de la razonabilidad de los planteos. Lo que se llama demagogia.
Estos movimientos revisionistas también incluyen la idea de bajar el monumento al general Robert Lee, jefe de los ejércitos del sur en la guerra de Secesión. Esta referencia sirve para entender la calidad del pensamiento que inspira a dichos grupos.
Donald Trump fue elegido presidente con el gran aporte de la sumatoria de los votos de sectores muy puntuales que más que ideas o ideologías tienen miedos, odios, preconceptos, resentimientos, supersticiones y convicciones, casi todas sin asidero alguno. Se sintieron representados por un rebelde, alguien que patearía el tablero, un maverick, una especie de rebelde sin causa que plasmaría sus muchas veces contradictorias y precarias expectativas. De Blasio sale ahora a ponerse al frente de un despropósito creyendo que está evitando odios cuando en realidad los está concitando.
Recuerda mucho, por la ignorancia histórica, la decisión de Cristina Kirchner de destrozar el monumento a Colón para defender quién sabe qué causa perdida, con una típica actitud autocrática, maradoniana y llena de prejuicios e ignorancia.
Y ahora hablemos de Colón. Como se aprendía antes, cuando había escuelas, no descubrió América, sino que chocó con ella. Y no se dedicó a matar ni a esclavizar sioux ni diaguitas. En realidad, no los conoció ni de lejos. Tarde o temprano alguien iba a darse cuenta de que la Tierra era redonda y América iba a ser descubierta, con lo que cualquier cosa que haya pasado luego del descubrimiento iba a suceder de todas maneras.
Por supuesto que puede tomarse a Colón como un símbolo de grandes atropellos que se cometieron, ciertamente nunca iguales en su aberración a los perpetrados por los ostrogodos, los visigodos, los hunos, los francos, los galos y los turcos en Europa, en etapas diversas. También como un símbolo del momento más importante de la historia desde el nacimiento de Cristo. El aporte del continente americano a la humanidad no parece discutible.
Lo que pasó en la conquista americana no fue distinto a lo que ocurrió en toda la historia de la humanidad. Con lo cual, si la solución es demoler monumentos, podríamos despedirnos de la Capilla Sixtina, de La Meca, de todos los monumentos a todos los reyes, los emperadores y los guerreros de todos los tiempos.
Cualquier posible deuda o reclamo entre el Viejo y el Nuevo Continente están saldados y olvidados. Colón es el símbolo de ese pacto tácito. Sólo un pensamiento sociópata puede querer atacar ese concepto. Como también han quedado saldadas las discusiones internas en cada uno de los países. El general Custer es un héroe como lo es Sitting Bull; El álamo es sólo una película, el norte y el sur son sólo hoy puntos cardinales en Estados Unidos.
Lo mismo pasaba en América del Sur y en Argentina, salvo cuando el oportunismo y la enfermedad de algunos alimentaron reivindicaciones y movimientos que se habían saldado en Caseros, Pavón y Cepeda, y con un único orden plasmado en la Constitución de 1853. Y gobiernos corruptos y pusilánimes los convalidaron con tolerancia y permisividad para ganar impunidad y legitimidad a su latrocinio en el manejo de la cosa pública, disfrazados de patria grande.
Los argentinos sabemos lo dañino que es la ruptura de ese acuerdo de convivencia que es también de bienestar y calidad de vida. Y sabemos lo nocivos que resultan quienes se denominan políticos populares pero azuzan los odios, los rencores y los resentimientos de una parte de la sociedad para sacar todo tipo de provecho de ello, sin ningún beneficio para los sectores cuyos reclamos dicen reivindicar.
Trump, en definitiva un inmaduro emocional e intelectual, era hasta hoy una eventualidad, una excepción lamentable pero controlada por el sistema estadounidense. Ahora el exabrupto de De Basio consolida una tendencia grave para la sociedad norteamericana y para el mundo. Detrás del repudio a Colón vienen otras consecuencias más serias: la unidad, el orden político, el concepto de federalismo y de la misma república, la organización nacional, el derecho.
En esta nueva versión de gramscismo, este revisionismo oculta una lucha frontal y terminal contra los derechos de propiedad, la ley, el monopolio estatal de la fuerza y, sobre todo, contra la soberanía de cada nación, su integridad territorial y hasta contra la paz. Defender a Colón es defender el orden social, el derecho, la propiedad y la nación. Cada vez que cae un monumento al descubridor, se estremecen nuestro estilo de vida y nuestras libertades.
Para resumir lo que significa cada estatua de Colón, vale la pena recordar cuando Abraham Lincoln, en plena guerra de Secesión, visita un hospital de las tropas del norte y estrecha la mano de todos los heridos. En eso advierte otro pabellón y se dirige hacia él. Lo detiene un oficial: "No. Ahí están los rebeldes", dice el comedido. "Confederados, querrá decir", afirma el Presidente. Y estrecha la mano de cada uno de los heridos del sur. Colón es un cierre. Quien quiera reabrir las grietas cerradas es, sencillamente, un canalla.