Existe consenso en que las elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias son, además de caras, inútiles. Ciertamente son caras. Como todo lo que pergeña el sistema político corrupto nacional. Sin embargo, cabría hacer algunas reflexiones sobre su supuesta inutilidad.
Cada partido debería realizar sus propias internas, se argumenta con razón. Si tal hubiera sido el caso, los partidos hubieran hecho exactamente lo mismo: recurrir a todo tipo de artimaña para no confrontar internamente ideas ni candidatos. Lo que muestran estas elecciones es algo que debería hacer meditar a la ciudadanía: los partidos no tienen intención alguna de conducirse con reglas democráticas ni de permitir que sus afiliados se postulen a cargo alguno, salvo que sean designados a dedo por las cúpulas de cada organización.
Curiosamente, mientras Cambiemos no ha utilizado las PASO para una saludable y acaso necesaria confrontación de ideas, suponiendo que tuviera intención de confrontar ideas, el peronismo sí lo ha hecho, aun sin quererlo. La decisión de Cristina Kirchner de presentarse con una fuerza ad hoc no debe imputársele solamente a ella. El Justicialismo en un todo decidió que no era este el momento de dirimir en una interna seria el liderazgo del movimiento, o como se quiera llamarle. No le habría resultado tan simple a la ex Presidente ningunear al gobernador Juan Manuel Urtubey o a José Manuel de la Sota como hizo con Florencio Randazzo. Al quitarle enjundia al debate, el peronismo de fuste también se expidió.
La interna peronista se disputó entre Cristina, Sergio Massa, Florencio Randazzo y las variantes provinciales que representan las ideas del movimiento. ¿Por qué esta afirmación? Porque cualquiera que haya vivido el pasado nacional sabe que, si existiera un liderazgo sólido, todas las siglas en que ahora se divide se alinearían a la hora de votar y de legislar. La ciudadanía, a su modo, percibió la falta de propuestas y alternativas, y votó en consecuencia. El resultado, para adentro, fue que no ganó nadie. Perdieron todos. Recién ahora empezará la parte íntima de la interna justicialista, con miras a 2019.
Cambiemos, por su parte, tampoco aportó idea alguna. Su concepción de la política como un modo de obtener el poder en las urnas hace que no tome riesgos. También hace que no cambie nada. Como en las elecciones presidenciales de 2015, el esfuerzo de las fuerzas del presidente Mauricio Macri tuvo dos objetivos: aterrorizar a sus votantes con la figura fantasmal de la ex Presidente y asegurar que no hará los cambios que debería hacer si en serio quiere hacer honor a su denominación.
Con ese panorama, la ciudadanía no eligió demasiado, sólo estilos superficiales. Esto se verá claramente a partir de ahora, porque estas internas sí han servido como una preselección para ver quiénes tienen derecho a participar en el mercado persa político que ya empezó. Ese mercado de pases garantiza una imbricación de ideas y procederes, de ideologías, de personajes, de concepciones y de costumbres que desembocarán, como siempre, en la lampedusación gatopardista. Un ejemplo es el acuerdo presupuestario del día jueves entre el ministro de Finanzas y los gobernadores, vago e inocuo cuando detalla compromisos, y peor cuando intenta ser concreto y perpetúa el gasto al atarlo al aumento poblacional.
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La sociedad podría, sin embargo, sacar conclusiones muy positivas. Por ejemplo, descubrir que lo inútil e inservible no son las PASO, sino el sistema político argentino. Los partidos que fueron introducidos en la Constitución Nacional a instancias de Raúl Alfonsín son ahora más que nunca monopolios de la democracia, una suerte de proteccionismo político tan malo como todos los proteccionismos. Las internas no se usan, ni con este sistema ni con ningún otro, para permitir la postulación a diputados de muchos ciudadanos que deban pasar por la aceptación y la selección de las internas. Los diputados y los senadores son puestos a dedo como siempre, sólo representan la voluntad del que manda en cada partido. Basta ver el modo en que han sido elegidos todos los candidatos de todos los partidos que han competido la semana pasada, para sentirse burlado como ciudadano.
Ocurre lo mismo con las propuestas. Desde partidos que proponen objetivos claramente incompatibles entre sí, a partidos que aseguran que no cambiarán lo que es obvio que se debe cambiar, y luego, en gran doble paradoja, cumplen esa promesa. La democracia está en manos de los partidos, no de la ciudadanía. Se dirá que siempre es así. Sí, los políticos dicen que es siempre así. Sobre todo si los votos no los cachetean y los hacen reflexionar.
Las PASO, una valla más a los ciudadanos para la creación de nuevos partidos, una alternativa ante la imposibilidad de postularse individualmente, no son el mal mayor. Lo que hay que recuperar es el mecanismo político que posibilite la democracia real, que se ha escamoteado de las manos de la población. Seguramente se argumentará, por millonésima vez, que la política es el arte de lo posible. Una excelente definición de la mediocridad.