La calle no es un lugar digno para vivir. Como dice el maestro Alfredo Moffatt, la calle es la experiencia más parecida a desaparecer como persona: "La calle es ningún lado y también ningún tiempo". Una persona en situación de calle es un desaparecido social o, en femenino, una desaparecida. Excluidos, marginados de la comunidad, sin ciudadanía. Pero también invisibilizados, ignorados, atravesados por la indiferencia cuando vamos naturalizando en nuestro transitar cotidiano por la ciudad que hay gente viviendo en una ranchada bajo la autopista o en una plaza, un hombre que duerme en un cajero automático o en la sala de espera de un hospital, una mujer con su bebé refugiada de la lluvia en cualquier portal. La mirada de los otros termina de delinear nuestra identidad. Cuando esa mirada nos esquiva, nos cosifica, nos etiqueta o estigmatiza, es cada vez más complicado salir de un no lugar.
A mitad del camino a la escuela, cuando era chica, veía a un linyera que hacía un fueguito para calentarse en el invierno. Lo llamaban Mingo. Los chicos le teníamos miedo porque decían que estaba loco. Contaban que se había incendiado la casa y que su familia había muerto. Entonces había quedado así, sin casa y sin nadie. No sé si todo eso que se decía era cierto. Lo que es verdadero es el prejuicio que se contagia entre la gente cuando alguien deja de responder a los parámetros de la normalidad. La reproducción de ese sentido común genera extrañeza, temor, y excluye todavía más al que está atravesando una profunda soledad.
El nombrar como linyera viene de lingheria ('lencería'), por el atado de ropa que llevaban al hombro los inmigrantes italianos. Ese apodo se usaba para nombrar a los migrantes, nómades, trabajadores golondrinas de principios del siglo XX. En la década del veinte, empezaron a llamarlos crotos, por José Crotto, gobernador de la provincia de Buenos Aires y autor de la ordenanza que autorizaba a peones rurales a viajar gratuitamente en trenes de carga para que pudieran desplazarse al lugar donde había trabajo. Probablemente pensaran que no podían pagar el viaje pero también que eran mercancía, cosas.
De la dictadura de 1976 para acá la pobreza creció exponencialmente en la Argentina. En los años noventa, con las políticas neoliberales y particularmente en la crisis económico-social del 2001, millones de trabajadores con oficio y profesión quedaron sin trabajo ni changa, endeudados, sin poder sostener el alquiler de la casa o de la pieza para la familia. Sin nada y en la calle. Así cuenta Horacio Ávila su 2001: "Pensás: 'Esto a mí no me va a pasar jamás'. Y ahí me enfrenté con una realidad muy distinta. Es una angustia indescriptible, como una película de ciencia ficción. De repente, como que vos salís ahora y sabés que tenés una casa donde volver, un entorno, una familia (…) Bueno, todo se modifica en una cuestión de segundos y no tenés nada. Hay un vacío total, en todo el sentido de la palabra vacío. Se dio vuelta el mundo y lo pusieron patas para arriba".
La emergencia social, con el crecimiento de los indicadores sociales de pobreza e indigencia, tiene como una de sus expresiones más contundentes el aumento de las personas que quedan sin techo. Los números de las estadísticas son rostros, nombres, historias de vida concretas. Son un montón de cajas y un lavarropas que están ahí sin ningún sentido después del desalojo. Hay mochilas y útiles de los pibes que tienen que seguir yendo a la escuela. Hay frío, hambre, angustia. No hay dónde higienizarse. No hay intimidad ni privacidad ninguna. Todo es público, hostil y ajeno. Se va perdiendo la humanidad.
Los más pobres entre los pobres son las mujeres y los niños. Hablamos de la feminización y la infantilización de la pobreza como fenómeno social. Cada vez hay más mujeres solas, con hijos, sin techo. Sin embargo, en la calle la mayoría son hombres solos. No es extraño que así sea. El espacio público urbano es un lugar inseguro para las mujeres, donde somos víctimas de acoso, abuso y discriminación. Las mujeres en situación de calle están doblemente expuestas a la violencia institucional y de particulares en la calle. Muchas veces son víctimas de maltrato y agresiones sexuales, son identificadas como prostitutas. Las mujeres que no trabajaban fuera de su hogar y se dedicaban a las tareas domésticas y del cuidado lo siguen haciendo en la calle, amas sin casa.
Las personas sin techo no son anónimas. Cada una tiene un nombre y una vida particular. La situación económica, la emergencia habitacional son determinantes pero no la única causa. La problemática de situación de calle es multidimensional, hay distintos factores asociados: laborales, familiares y emocionales, de salud mental, adicciones, migraciones, discapacidad, elección sexual. Son un universo heterogéneo etario, de origen, cultural. Por eso, el abordaje desde las organizaciones que trabajan en la temática y desde las políticas públicas tiene que ser personalizado e integral.
Todos los derechos han sido vulnerados. Es necesario construir autoestima y dignidad en el respeto, en el reconocimiento de ese otro no como beneficiario pasivo de asistencia sino como sujeto social que puede recuperar un proyecto de vida. Salir del laberinto de la calle por arriba, soñando otra opción con otros. Las personas en situación de calle deben ser escuchadas y participar en el rediseño del paradigma vigente de políticas sociales.
Las experiencias de organización y autogestión dieron voz a las personas en situación de calle, son victorias colectivas valiosas. Los movimientos asamblearios, la solidaridad social, los comedores para cartoneros en los barrios de clase media son parte de esa historia reciente. Con huelga de hambre en Plaza de Mayo y un frazadazo, un puñado de locos empujó, en 2010, una ley de protección de derechos para las personas en situación de calle y en riesgo, escrita por sus protagonistas. Siguió el desafío de reglamentar esa ley 3706 en la Ciudad, pionera en Latinoamérica, y hacerla cumplir.
Interpelar a las políticas públicas con proyectos construidos desde las organizaciones sociales. Acudir a la Justicia para que se cumpla la ley. Niegan con toda necedad que hay más gente en la calle: nos juntamos y hacemos un censo popular en toda la ciudad con quinientos voluntarios. Un censo, no un conteo. Vamos a escuchar desde la cercanía qué les pasa a estas personas. No sólo vamos a ver, vamos a mirar de otra manera.
Cuando podemos trascender la biografía, escribimos la historia. Por ahí va la cosa. No habrá más gente en la calle si avanzamos en la transformación social que nos urge construyendo una sociedad más justa e igualitaria, donde todos vivamos dignamente.
La autora es candidata a legisladora porteña de 1País. Licenciada en Letras (UBA), profesora para la enseñanza primaria, asesora parlamentaria del bloque Libres del Sur en el Congreso Nacional y miembro titular del Consejo Económico y Social CABA.