Educación universitaria: graduar qué, graduar para qué

Juan María Segura

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Si bien una de las conclusiones del III Congreso de Educación y Desarrollo Económico es que la universidad argentina no forma emprendedores, el diagnóstico que provee el trabajo presentado semanas atrás es más amplio y profundo, especialmente atinado teniendo en cuenta las declaraciones de que sí necesitamos más abogados, ingenieros, emprendedores o docentes.

De acuerdo con dicha encuesta, la preparación del egresado universitario para trabajar una vez concluida la formación de grado es deficiente; arrojó un valor neto negativo de -11%, resultante de un 36% de respuestas negativas (nada: 4%, poco: 32%) y sólo 25% de respuestas positivas (bastante: 19%, muy: 6%).

Estos valores sugieren una importante señal de alerta, dado que corresponden a la población más privilegiada del país, que son quienes tienen la oportunidad de completar estudios de educación superior. Aceptar que incluso quienes completan los estudios universitarios en la Argentina no poseen las capacidades y la preparación suficiente para incorporarse al mundo del trabajo y a la vida adulta, amerita una reflexión y un análisis urgentes, y una discusión multidisciplinaria. El mundo del trabajo demanda del sistema universitario nuevos abordajes pedagógicos, institucionales y mecanismos de coordinación con diferentes instituciones.

Al hacer la apertura de los datos por tipo de actividad u organización a la cual se aplicaría el egresado universitario, se verifica una marcada diferenciación entre los cinco tipos de trabajos planteados (organización o empresa, arte, ciencia, educación y emprendedorismo). Los resultados negativos (nada, poco) en emprendedorismo alcanzan valores agregados de 50%; en educación, 39%; en ciencia, 37%; en arte, 30% y, finalmente, para trabajar en una organización (sea una empresa, una agencia del gobierno o una organización de la sociedad civil), muestra resultados negativos del 23 por ciento. El contraste entre la mala preparación para trabajar en una organización, cualquiera sea su naturaleza y para emprender un negocio propio, plantea un conflicto mayúsculo vinculado con el deseo de la actual administración del gobierno en Argentina de generar graduados universitarios con capacidades para crear empleos en vez de demandarlos.

Esta información es coincidente con el relevamiento realizado en 2016 sobre emprendedorismo y universidad. En aquella oportunidad se relevó la falta de preparación del sistema para impulsar el fortalecimiento de capacidades emprendedoras. Las respuestas negativas (poco, ninguno) alcanzaron el 74%, incluyendo la falta de capital de riesgo (78%), de programas (76%), de normativa (76%), de información (75%) y de concursos y competencias (68%). Si bien en marzo de 2017 el Congreso de la Nación Argentina sancionó una transcendental ley de apoyo al capital emprendedor (ley 27349), aún está por verse cómo se coordinarán y dinamizarán este impulso normativo con un pool de graduados sin las capacidades y las competencias suficientes para emprender. Un intríngulis de muy difícil resolución.

Con respecto al análisis desde la edad de quienes respondieron la encuesta, en promedio, se verifica una crítica que se pronuncia positivamente con la edad: a mayor edad, mayor es la crítica para el nivel menor de preparación. La franja de menos de 30 años, en promedio, manifiesta ausencia de preparación en un 40%, contra 44% de la franja que va desde los 30 hasta los 60 años, y alcanza un 53% en la franja de mayores de 60 años.

Al hacer la apertura por tipo de actividad u organización a la cual se aplicaría el egresado universitario, se comprueba que esta mirada se mantiene relativamente constante a lo largo de todas las categorías, con la excepción de la preparación para el emprendedorismo, que, siendo la preparación más deficitaria y criticada, reúne la mirada coincidente de todas las franjas etarias.

La conclusión, a mi juicio, es bastante obvia: a esta altura de partido, no está claro para qué sirve la experiencia universitaria. Si bien es cierto que las titulaciones generan una sensibilización con contenidos asociados con una práctica o una disciplina en particular, también es cierto que parte de esos contenidos se desactualizan en pocos años (sea porque cambian las leyes y las convenciones, la ciencia evoluciona, la tecnología reconfigura nuestro entorno) y que los problemas que esa preparación intentan abordar mutan su forma y su nivel de complejidad. Siendo así, ¿qué argumento justifica la necesidad de recomendar un tipo de titulación en particular por sobre otras? O, dicho de una manera más cruda, ¿por qué debería persuadir a una adolescente a invertir cinco años de su formación siguiendo un recorrido curricular que no le ayudará ni a conseguir empleo, ni a generarlo, ni siquiera a estar preparado para enfrentar problemas que aún no conocemos?

El sistema universitario debe abordar un problema sistémico, de diseño y propósito, no de administración. Por supuesto que hay que administrarlo bien, en particular al sistema de instituciones universitarias públicas, dado que se financian con recursos del Estado. Pero no alcanza solamente con auditar el buen uso de los fondos que las financian, ni con achicar la boca de los abogados y agrandar la de los ingenieros. Se debe pensar un nuevo propósito para una arquitectura de instituciones educativas que cada vez dialogan menos con el mundo complejo, dinámico e hiperconectado en el que deberán desenvolverse quienes de allí gradúen.

Repensar la educación significa encarar estos desafíos con valentía, audacia y fuerte decisión política. Mientras ello no ocurra, el resto de las discusiones resultarán periféricas y poco conducentes.

Alguna vez tuvimos un sistema universitario ejemplar, innovador, audaz, que nos llenó de orgullo y de profesionales de calidad, y que además nos distinguió con algunos premios Nobel, una rareza para la región. Hoy nos conformamos si encontramos el nombre de alguna casa de estudios local en alguno de los rankings universitarios que regularmente aparecen en los portales de noticias. ¿Acaso eso es todo a lo que podemos aspirar? ¿Y si nos animamos a pensar un nuevo sistema?

El autor es director general del Plan Integral de Educación Digital del Ministerio de Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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