La historia de Brasil y Argentina fue emparentándose con sincronías y disrupciones a lo largo de los años. Argentina tuvo a Juan Domingo Perón y Brasil, a Getúlio Vargas. Brasil tuvo su primer presidente obrero, Lula da Silva, quien con su política de hambre cero posibilitó que muchos de sus conciudadanos subsumidos en la pobreza salieran de ella, mientras que en Argentina los herederos de Perón la acrecentaban. Luego de la crisis política que llevó a la destitución de la presidente Dilma Rousseff (dicen que por el sólo hecho de que el poder real no la podía manejar), su ex compañero de fórmula, cuestionado por actos de corrupción, aún no absuelto, Michel Temer, logró la aprobación de una reforma laboral que demuestra que es el poder real quien gobierna Brasil y cómo avanza un modelo internacional de derecha.
El corazón de la reforma laboral aprobada la semana pasada y que rige con fuerza de ley a partir del jueves en el principal socio de Argentina elimina prácticamente la ley de contrato de trabajo. A partir de ahora, las relaciones laborales se regirán a través de contratos privados. Se desguarnece así al trabajador de la tutela sindical, se debilita a las organizaciones gremiales y en lo posible se las elimina.
Sin lugar a dudas el gobierno del presidente Mauricio Macri espera ansioso un triunfo contundente en las elecciones de octubre para avanzar en el mismo sentido. No es casual que el gobierno venga responsabilizando al sindicalismo, a los abogados laboralistas y hasta a los propios trabajadores de los fracasos de su gobierno, es decir, la no creación de empleo y la ausencia de inversiones, por ende, de la pobreza y la inequidad en aumento. PepsiCo fue el caso más resonante pero existen otros en el país, en donde al empresario le conviene importar la materia prima, como en este caso, o bien el producto terminado, como en el caso de la rosarina Mefro Wheels.
La ley del capitalismo es la mayor ganancia, por eso en las sociedades donde sus empresarios carecen de responsabilidad social es el Estado quien debe ponerles límites, y donde este se distrae, es el pueblo organizado el que debe solicitar que se garanticen sus derechos. Mientras todo esto ocurre, los candidatos políticos plantean parcialidades, superficialidades y se entretienen en la discusión de la corrupción, cuando en realidad es la Justica la encargada de atender y condenar a quienes la hayan ejercido o la ejerzan.
Nadie está discutiendo las consecuencias de las políticas que se vinieron y se vienen aplicando. Y eso es central. Por año en nuestro país 200 mil personas están en condiciones de ingresar al circuito laboral, ¿se crearon en estos casi dos años de gobierno 400 mil empleos? Dada la repercusión que tuvo en Buenos Aires el convenio con el Banco Provincia, la reducción de precios al 50% en supermercados, se planea volver a realizarlo en cambio de tomar nota de que la política económica aplicada degrada y empobrece; y que las filas de ocho cuadras de sectores medios es la prueba fehaciente de que algo no va.
El sindicalismo, al igual que la política, debe reinventarse; no se trata de recambios generacionales, se trata de experiencia y fundamentalmente de inteligencia para discutir propuestas profundas y propuestas tácticas. Las oposiciones deben replantearse su razón de ser, deben dejar de entretenerse con parcialidades, deben dejar de luchar por el poder en sí mismo como único fin. De lo contrario, serán las responsables del desguace de la mayor riqueza que supo tener Argentina: trabajo digno, obras sociales, vacaciones. Si bien es cierto que esa Argentina fue paulatinamente degradada en los últimos largos años, dado que de debatir una mala distribución de la riqueza se pasó a la discusión para conservar el empleo. Las oposiciones tienen la llave para impedir la consolidación de la derecha como alternativa de poder también en Argentina. Por supuesto que si la derecha se constituye legítimamente, es porque el progresismo permitió que el ADN de sus principios quedase marcado por la corrupción.
Mientras Latinoamérica discute retrocesos, Diego Estévez, agudo observador de lo importante, me contaba sobre el nuevo sistema educativo que está probando Japón. Es un plan piloto llamado Cambio Valiente (Futoji no henko) y, basándose en los programas educativos de Erasmus, Grundtvig, Monnet, Ashoka y Comenius, se propone romper con los actuales paradigmas y preparar a los niños no como ciudadanos japoneses, sino del mundo. Increíble propuesta de uno de los países más tradicionalistas del mundo.
En Argentina me decía el gobernador Miguel Lifschitz: "Hay una gran revolución pendiente desde nuestros orígenes: la del federalismo". Lamentablemente, por ahora, en nuestra Latinoamérica los presidentes de la democracia remplazan en las cárceles a quienes protagonizaron sus dictaduras y las violaciones a los derechos humanos.