Nota escrita en colaboración con Alejandro Estévez
Con una clara victoria en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, el partido del recientemente designado presidente de la República Francesa, Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron, demolió a los partidos políticos tradicionales que gobernaron Francia durante los últimos sesenta años y, con ello, puso en jaque los fundamentos de la Quinta República.
Para tener una idea de la debacle de las fuerzas políticas tradicionales, el partido del novel presidente, La República en Marcha (LREM), cosechó, sumando a su aliado François Bayrou, 361 bancas de un total de 577 de la Asamblea (Parlamento), lo que le permitirá gobernar con mayoría propia.
Los socialistas, del presidente saliente François Hollande, obtuvieron 46 bancas (perdieron 249), mientras que los republicanos (conservadores) sumaron 126 (perdieron 70).
La izquierda y la derecha se pulverizaron: respectivamente, 26 diputados para Francia Insumisa y 8 bancas para el Frente Nacional (FN). Como premio consuelo, Marine Le Pen, líder del FN, ingresará por primera vez a la Asamblea, después de cuatro intentos fracasados. Una abstención récord, cercana al 58%, hizo que el tsunami de LREM fuera menos violento que lo vaticinado.
¿Murió la Quinta República Francesa que Charles De Gaulle instaló en 1958? En parte sí y en parte no. Sí, porque el poder de los partidos se diluyó y se rompió la histórica alternancia entre las dos fuerzas políticas tradicionales, republicanos y socialistas. No, porque la elección de Macron recuperó la figura de un presidente fuerte y con mayorías parlamentarias propias y sólidas, que le responden, una creación de la república degaulliana.
Lo más notable de las elecciones en Francia de este año es que el cambio profundo provino del voto popular y no de la reforma constitucional, que motivó los diferentes cambios de sistema de gobierno de la Primera a la Quinta República.
Otra diferencia notable con la Quinta República es la desaparición, o por lo menos la pérdida de protagonismo electoral, de la clase burocrática que gobernó por décadas el Eliseo, cuya fuente de poder es la carrera en la gestión pública del Estado. Los indicios son notables: una parte significativa del nuevo gabinete de Macron está constituida por funcionarios sin carrera burocrática ni experiencia en la gestión. Del mismo modo, una porción sustancial de los diputados electos es nueva en política, y su edad promedio bajó más de 10 años. Hay más mujeres, más jóvenes, más empresarios, más ciudadanos comunes hasta ahora desconocidos.
Como remate, el partido del presidente Macron, LFEM, fue creado el año pasado; sin historia previa ni logros, una fuerza política nueva le ganó a todos. El joven presidente, de 39 años de edad, el líder francés más joven desde Napoleón, desde el centro e intentando superar la división izquierda-derecha, refundó el sistema político francés en sólo dos meses.
El clima que vive Francia en estos días es comparable con el de 1958, cuando De Gaulle logró que la mayoría de los electores aprobara la reforma constitucional que instauró la Quinta República. Como entonces, este resultado electoral debe interpretarse sobre todo como un mandato claro, directo y contundente para que su presidente lance e implemente las reformas.
La agenda reformista es clara: reforma del trabajo, menos impuestos y más competitividad, sensible reducción de la todopoderosa burocracia y del astronómico gasto público, mayor seguridad nacional y gestión de la inmigración.
El nuevo presidente tiene las mayorías necesarias para liderar el cambio. Si logra avanzar con su plan de reformas, Macron habrá fundado, quizá sin habérselo propuesto, la Sexta República Francesa y, con ello, un nuevo sistema de partidos y una nueva dinámica política y burocrática. Francia es un país con poderosas fuerzas corporativas que se mantienen y con debates ideológicos polarizantes; moderados, o por lo menos postergados, por estas elecciones. No está garantizado que el anhelo se transforme en éxito.
Por último, la llegada de Macron al Eliseo y su reciente cosecha de la mayoría parlamentaria consolidan el eje franco-alemán, que marcará de manera definitoria tanto la dinámica europea como las relaciones entre el Viejo Continente y los Estados Unidos. Si bien no es un elemento nuevo en la política europea, este factor se convierte ahora en predominante. La canciller alemana Ángela Merkel y el presidente francés Jean-Michel Frédéric Macron son los dos únicos líderes europeos de peso que han logrado ampliar sus apoyos y consolidar su legitimidad.
Todo cambió en muy poco tiempo. Los dos países otrora garantes de la estabilidad, Estados Unidos y Gran Bretaña, enfrentan serios problemas políticos domésticos. La Alianza Atlántica se debilita; la coalición franco-alemana ocupa, en parte, el espacio vacante.
Es como si estuviéramos frente a una nueva realidad caracterizada por dos Europas: la franco-alemana, que lidera, y la del resto, que acompaña. La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y el debilitamiento de su líder Theresa May, que convocó anticipadamente las elecciones sólo para perder la mayoría parlamentaria, ampliaron las diferencias entre europeos de primera y de segunda.
La victoria de Macron no traerá cambios importantes en el tema principal de la agenda franco-argentina: la negociación de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Dado que Francia es el gran productor agrícola y que los agricultores apoyaron mayoritariamente al nuevo presidente, es posible que el gobierno francés mantenga la tradicional negativa de abrir su mercado a los bienes primarios de nuestro país. Por tal motivo, el acuerdo al que lleguen ambos bloques será, muy probablemente, limitado, y se mantendrán las fuertes restricciones al intercambio de productos de este sector.