Las mentiras de la educación

Juan María Segura

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Que el sistema educativo argentino está atravesando uno de los peores momentos de su historia es una verdad de Perogrullo. Ya no es necesario ser creativo en los argumentos ni realizar investigaciones complejas y costosas para concluir en sintonía con los resultados arrojados por el Operativo Aprender. La gestión integral del sistema es una catástrofe: gastamos mucho, administramos poco y legislamos mal, mientras lanzamos a los niños y los jóvenes a la vida preadulta huérfanos de aprendizajes, competencias y valores ciudadanos. La crisis abarca tanto a lo que hacemos como a las ideas que no discutimos y las propuestas que no acordamos. Es una crisis de presente, pero también una de futuro.

Debo ser justo y reconocer que la actual administración está haciendo un esfuerzo novedoso de visibilización del problema. Los datos, aunque de una manera compleja y tardía, se publican. Las malas noticias, aunque de una forma sesgada, finalmente se comunican. Los espacios de participación ciudadana para sumarse al debate, aunque de una manera poco efectiva, se ponen en práctica. Las resoluciones y los borradores de leyes, aunque sin grandes originalidades, se someten al escrutinio público. Todo eso es cierto y novedoso, pero no alcanza. No es suficiente porque la profundidad y la extensión de la crisis de los aprendizajes no se reparan solamente con estas acciones. Yo diría, no se mueve un ápice si lo que hacemos es sólo lo anterior. Requiere más audacia de ideas, coraje político, imaginación y liderazgo. Y lo requiere con urgencia.

La urgencia de la crisis nos obliga a obrar con dureza. Que nadie se ofenda, pero no estamos para medias tintas. Somos adultos y tenemos entre manos a más de diez millones de niños a los que mayoritariamente les estamos arruinando la vida e hipotecando sus futuros. Al hacerlo, estamos poniendo en riesgo la paz social y la supervivencia de nuestra querida (¿?) nación. La ignorancia, caldo de cultivo de, entre otras cosas, el fanatismo y la precarización de la calidad de vida, avanza vorazmente abrazando y asfixiando nuestro proyecto colectivo. Mientras tanto, unos juegan a las elecciones, otros escapan hacia la escuela privada y otros miran hacia otro lado; todos intentamos convencer y convencernos de que esta crisis, mágicamente y operada desde la periferia del problema, se reparará. ¿En qué momento nos convertimos en una sociedad tan hipócrita e insensible? ¿Qué o quién nos infectó con tantos anticuerpos hacia el dolor de nuestros compatriotas, hacia nuestra responsabilidad como adultos?

Con esta sensación entre manos, me ofrezco a desenmascarar y a debatir con quienes quieran cinco mentiras que creo que nos alejan de la posibilidad de dar una respuesta coordinada a los niños frente a esta crisis.

Primero, que la estrategia de "más es mejor" es la única vía de reparación. Mentira. Llevamos décadas agregando más leyes, presupuesto, docentes, institutos de formación, funcionarios educativos, aulas, libros, computadoras, ciclos de enseñanza obligatoria, extensión de la jornada escolar, duración del ciclo lectivo, y nunca estuvimos tan mal. ¿Alguien puede parar este despropósito y bochorno de gasto?

Segundo, que con los chicos de condición socioeconómica más comprometida sólo se puede aspirar a que estén incluidos y tengan su merienda. Mentira. Ellos, que representan nada más y nada menos que el 48% del sistema escolar público de la provincia de Buenos Aires, pueden aprender y mucho. Hay evidencias locales e internacionales que lo demuestran. Yo mismo visité escuelas de gestión municipal de los suburbios de San Pablo y lo pude comprobar. Solamente hay que animarse a hacerlo y tener ganas.

Tercero, que sin buena infraestructura no se puede aprender. Mentira. Visité escuelas en un municipio en las afuera de Santiago de Chile y verifiqué cómo, durante un frío invierno, los chicos aprendían con entusiasmo en una escuela sin calefacción. Hacía mucho frío, pero todos, docentes, alumnos, directivos, estaban enfocados en aprender. Y Chile es el país que mejor rinde en las pruebas PISA. Cuba, el que mejor lo hace en las pruebas regionales. Ya sé que muchos malinterpretarán esta declaración, me hago cargo. Reconozco el impacto del ambiente en las condiciones de aprendizaje, pero también reconozco a los que siempre argumentan tirando la pelota hacia afuera. Se aprende mejor alimentado, sano, calentito, sintiéndose querido y apoyado, pero también se aprende en otras condiciones. Precisamente, ese el desafío.

Cuarto, que la cultura es un elemento ajeno al sistema escolar, lejano. Mentira. La cultura de una nación impregna y condiciona la tarea educativa dentro de una institución educativa. Los adultos, responsables de muchas maneras de nutrir un lenguaje, un sistema de convivencia y un conjunto de valores (solidaridad, subsidiariedad, justicia, meritocracia, tradición), envían diariamente miles de mensajes que los niños llevan a su situación de aprendizaje. ¿Acaso creemos que es posible erradicar la violencia en las aulas si los padres ingresan y agreden a un docente? Nunca tendremos una escuela menos violenta que la sociedad que la aloja.

Por último, que los niños y los adolescentes perdieron el interés por aprender. Mentira. La humanidad creó dos nuevos lenguajes en los últimos 50 años, el computacional y el del chat. Los chicos los aprendieron con bastante pericia y sin nuestra asistencia, y resulta que concluimos que perdieron su capacidad de aprendizaje y que por eso no atienden, se distraen, rinden mal. Qué argumento más fallido. Estamos tan metidos dentro de nuestras propias prácticas y limitaciones que nos resistimos a aceptar que los chicos quieren aprender mientras juegan, por eso el gamification; en otros lugares, por eso el aprendizaje ubicuo e internet; de otra manera, por eso el project based learning; conectando con la vida real de una manera más clara, por eso el problem based learning.

La escuela argentina pierde adeptos y lo seguirá haciendo mientras no tomemos en serio el problema. Entre 2007 y 2015, la matrícula total de la educación primaria en nuestro país cayó 2,1 por ciento. ¿Hasta cuándo lo permitiremos? Acabemos con las mentiras y discutamos en serio.

El autor es docente y asesor educativo. Autor del libro "Yo qué sé, la educación argentina en la encrucijada".

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