He escrito en repetidas ocasiones sobre las medidas contraproducentes y peligrosas del nuevo presidente estadounidense, lo cual mantengo, pero ahora señalo un eventual cambio parcial en el giro que se ha notado en su discurso en Arabia Saudita respecto a su marcada islamofobia anterior. En toda su campaña y en sus primeros días de gobierno reveló una xenofobia extrema entre la cual se destacó su aversión a los musulmanes al promover la propuesta de no permitir el ingreso a Estados Unidos de personas pertenecientes a esa religión, vigilar y limitar las actividades de musulmanes norteamericanos y sostener que el islam "nos odia" y otras afirmaciones de esa envergadura.
Ahora, en su primer viaje presidencial al exterior, si bien mencionó una vez el calificativo aberrante de "islamismo terrorista" que fue inmediatamente criticado por plumas de sus conciudadanos y en medios musulmanes, cambió su visión al ponderar la cultura musulmana y en un plano metarreligioso: colocó sus consideraciones en el contexto de una lucha del bien contra el mal, en el sentido del combate contra el terrorismo siempre criminal, independiente de la religión a la que eventual y circunstancialmente adhieren y malinterpretan los asesinos que cometen sus crímenes, ya sea "en sus tierras santas" o en otros lugares. Invitó a sus anfitriones del momento a tomar la iniciativa de "barrerlos sin contemplación alguna". Salvando las distancias, sorpresivamente sus disquisiciones estuvieron más cerca del ecumenismo de Juan Pablo II.
Cada vez con más furor en buena parte del mundo se está creando un clima desagradable contra los musulmanes, como, por ejemplo, revelan las declaraciones de la antisemita y antimusulmana, afortunadamente perdidosa del partido de derecha nacional en Francia.
Debemos tener en cuenta que la población mundial musulmana es de 1.500 millones de habitantes y, como ha repetido Salman Rushdie, sólo los gobiernos que comandan regímenes totalitarios pretenden secuestrar a sus habitantes de las normas de convivencia civilizada. Estos regímenes recurren a la religión debido a que resulta un canal más propicio para el fanatismo, del mismo modo que ocurrió con algunos llamados cristianos en la España inquisitorial.
El sheij de la comunidad islámica argentina Abdelkader Ismael, licenciado en teología y en ciencias políticas, declaró que, naturalmente, cuando los terroristas de la ETA o la IRA atacan, se los identifica como criminales, pero no por las religiones que profesan sus integrantes, sin embargo, esto no ocurre con los musulmanes: "Al criminal hay que llamarlo por su nombre y apellido, y no por la religión a la que cree responder", puesto que "un musulmán verdadero jamás alienta a sus hijos a celebrar la muerte de otro ser humano", pero de tanto repetir estereotipos se los terminan creyendo, ya que "si siempre escucho tango, puedo creer que no existe otra música". En el caso argentino, cabe agregar que los terroristas de los grupos Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo provenían en su mayoría de la tradición del nacionalismo católico, pero sería una bellaquería responsabilizar a la filosofía cristiana por las matanzas de los años setenta (aunque sí al nacionalismo que, como apunta Jean-François Revel, es siempre primo hermano intelectual del comunismo).
El Corán señala: "Quien mata, excepto por asesinato, será tratado como que mató a la humanidad" (5:31) y enfatiza la importancia de la palabra empeñada, los contratos (2:282) y la trascendencia de la propiedad privada (2:188). También destacados autores como Gustave Le Bon, Ernest Renan, Thomas Sowell, Gary Becker, Guy Sorman, Huston Smith, Víctor Massuh, Henry G. Weaver y tantos otros han subrayado las notables contribuciones de los musulmanes a través de la historia en cuanto a la tolerancia con otras religiones, el derecho, las matemáticas, la economía, la música, la literatura, la medicina, la arquitectura y la fundación de innumerables universidades. Averroes fue uno de los mayores responsables de trasladar la cultura latina a centros de estudios europeos. Incluso en Occidente se ha tendido a distorsionar la verdadera trascendencia de jihad, que significa "guerra interior contra el pecado" y no guerra santa, al estilo de los conquistadores cristianos en América (más bien anticristianos).
Es realmente admirable el esfuerzo académico que llevan a cabo los miembros del Minaret of Freedom Foundation en Maryland, Estados Unidos, para contrarrestar la visión errada en cuanto a los fundamentos del islam y muestran cómo en las fuentes se encuentra la adhesión a los mercados libres y los marcos institucionales compatibles con el Estado de derecho, la importancia de la tolerancia y el pluralismo. También subrayan lo objetable del maltrato a la mujer en cualquier sentido que sea (respecto al cristianismo: "No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio", I Timoteo, 12).
Personalmente, me he comunicado por la vía cibernética con el presidente de la referida fundación, el profesor Imad-ad-Dean Ahmad, quien revela en uno de sus libros que las contribuciones de musulmanes han constituido uno de los antecedentes de la Escuela Austríaca (de Menger, Böhm-Bawerk, Mises, Hayek, Kirzner y Rothbard) y quien es secundado en la mencionada institución por profesionales como Shahid N. Sahah, Aly Ramdan Abuzaa, Sharmin Ahmad y Oma Altalib, cuyo Consejo Directivo también está integrado por especialistas en la tradición musulmana como el catedrático de la Universidad de Michigan Antony T. Sullivan.
El problema es siempre la infame alianza tejida entre el poder y la religión, de allí la sabia expresión jeffersionana de la teoría de la muralla en Estados Unidos al efecto de separar tajantemente estos dos ámbitos, puesto que quien dice estar imbuido de la verdad absoluta constituye un peligro si, como tal, se desenvuelve en las esferas ejecutivas de la política.
En un contexto de guerras religiosas, buena parte de las muertes en lo que va de la historia de la humanidad han ocurrido en nombre de Dios, la misericordia y la bondad. Es tiempo de no caer en la macabra trampa tendida por quienes usan las religiones para escudarse en sus actos criminales porque saben que con ello desatan pasiones irrefrenables.
En cuanto a pasajes inconvenientes y contraproducentes en el Corán, los cristianos debemos tener en cuenta los que aparecen en el Nuevo y en el Antiguo Testamento. Sólo a título de ejemplo cito, en el primer caso: "Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí" (Lucas, 19:27) y, en el segundo, el de la tradición judeocristiana: "Si oyes decir que en una de las ciudades que Yahvéh tu Dios te da para habitar en ella, algunos hombres, malvados, salidos de tu propio seno, han seducido a sus conciudadanos diciendo: 'Vamos a dar culto a otros dioses' que vosotros no conocéis, consultarás, indagarás y preguntaréis minuciosamente. Si es verdad, si se comprueba que en medio de ti se ha cometido tal abominación, deberás pasar a filo de espada a los habitantes de esa ciudad, la consagrarás al anatema con todo lo que haya dentro de ella; amontonarás todos sus despojos en medio de la plaza pública, prenderás fuego a la ciudad con todos sus despojos, todo ello en honor de Yahvéh tu Dios. Quedará para siempre convertida en un montón de ruinas y no volverá a ser edificada" (Deuteronomio, II, 13: 13-17).
Sin duda que resultan mucho más tranquilizadores pensamientos como los que consigna Voltaire en "Oración a Dios", en su Tratado de la tolerancia: "Que los que encienden cirios en plena luz del mediodía para celebrante soporten a los que se contentan con la luz del sol; que los que cubren su traje con tela blanca para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen lo mismo bajo una capa de lana negra; que sea igual adorarte en una jerga formada de antigua lengua que en un jerga recién formada".
Por supuesto que, además de manipuladores que disfrazan sus designios perversos con el manto religioso al efecto de provocar resultados de mayor alcance y envergadura, están los fanáticos que verdaderamente creen en un culto que no perciben es diabólico en cuanto a que sostienen que su deber consiste en exterminar a quienes no participan de los ritos y las creencias de su secta malévola. Es que el asesino no se justifica ni perdona porque comete sus espantosas fechorías y desaguisados con base en lo que estima que son instrucciones sobrenaturales, lo cual no se mitiga en lo más mínimo por el hecho de que el sujeto en cuestión forme parte de una banda que comparte semejante postura delictiva. En todo caso, este camino constituye un adefesio y una afrenta grotesca al sentido religioso, es decir la religatio con la primera causa como fuente de inspiración a la bondad y la concordia. Este desvío monstruoso es lo que hoy pretenden los megalómanos al frente de pueblos sumergidos en la penuria, del mismo modo que antes también ocurría con tiranías sustentadas en coaliciones macabras entre el altar y la espada.
Es de desear que quienes somos testigos del abuso y la interpretación retorcida de religiones propiamente dichas no miremos para otro lado cuando no toca nuestras creencias, porque con esta conducta del avestruz no sólo se cometen injusticias muy graves sino que perderemos nuestro derecho a quejarnos cuando toque el turno de atacar nuestros valores y nuestras creencias. Debemos ser respetuosos de otras manifestaciones culturales que no son las nuestras y que no afectan derechos de terceros, esta es la única manera de cooperar pacíficamente en una sociedad abierta y es el único modo de ir descubriendo distintas avenidas y horizontes en un proceso evolutivo. La islamofobia, la judeofobia, la fobia al cristianismo, al budismo, los rechazos a deístas, agnósticos y ateos y demás manifestaciones de intolerancia solamente prometen dolor y sangre.
El terrorista debe ser condenado como criminal sin hacer referencia a su color de piel, su condición sexual, su nacionalidad ni su religión. Únicamente de este modo podremos considerarnos civilizados y nos habremos liberado de la espantosa y truculenta lacra de las guerras religiosas. Resulta en verdad conmovedor comprobar la angustia que reiteradamente han puesto de manifiesto públicamente tantos escritores y dirigentes musulmanes frente al uso de la a todas luces inadecuada expresión "terrorismo islámico".
Tal como he consignado en muchas oportunidades, no comulgo para nada con las políticas de George W. Bush, pero suscribo su declaración en los días siguientes a la horrenda masacre perpetrada contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, con motivo de la visita a una mezquita: "Es del todo inapropiado vincular al islamismo con el terrorismo, puesto que un criminal es un criminal independientemente de lo que pueda declarar que son sus creencias religiosas".
Dadas las cambiantes opiniones y posiciones contrarias a la sociedad abierta de Donald Trump, hay quienes dudan de la sinceridad de su incipiente cambio de discurso respecto a su anterior islamofobia. Sin embargo, para bien de la civilización, es de desear que sea veraz y que la profundice, además de rectificar el rumbo en otros aspectos muy sensibles y mejorar áreas que aparecen bien encaminadas pero contradictorias en ámbitos de la actual administración.