La ley que convirtió a Vidal en otra política más

María Eugenia Vidal ha evidenciado que carece de la condición de liderazgo. O al menos, que la canjea con facilidad

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La gobernadora María Eugenia Vidal fue para muchos la verdadera esperanza de un cambio futuro. Su irrupción en la política nacional al ganar milagrosamente la provincia de Buenos Aires, además de un triunfo notable, la transformó en una líder potencial fenomenal. A diferencia de Mauricio Macri, con un pasado, y un presente, atado a una familia millonaria, siempre al borde de la sospecha, su origen de clase media y su imagen de modestia y de trabajadora humilde y dedicada la metieron en el corazón de la sociedad, no sólo bonaerense, sino de todo el país. Su apodo, Heidi, que no constituía exactamente un homenaje a su inocencia, pergeñado por sus colegas, fue sin embargo abrazado por la ciudadanía como un emblema.

La condición de líder es una cualidad fundamental para sacar adelante un país invadido por la corrupción multipartidaria, la peligrosa corrección política, un sistema económico-político perverso y una deseducación de base necesariamente desintegradora. Cualquier plan serio de cambio debe ser conducido por una persona que enarbole principios firmes y sólidos y una vocación de sacrificio que raye en el heroísmo. María Eugenia Vidal era, en ese sentido, la predestinada a realizar la transformación que Macri no va a hacer.

Hasta que la Legislatura de su provincia decidió aprobar por virtual unanimidad la ley que convalida la mentira y el fraude económico y ético de los 30 mil desaparecidos. Sobre el contenido ya nos habíamos pronunciado en una nota en este mismo medio. El autoritarismo de obligar al Estado a convalidar en sus textos, sus leyes y sus actos una cifra de desaparecidos que es una burda y evidente mentira, simple estalinismo que se agrava al calificar al golpe de Estado de 1976 de accionar cívico-militar.

Por un lado, al obligar a la corrección política por ley se entorna la puerta a cualquier investigación sobre el fraude con los subsidios nacionales e internacionales sobre los 22 mil desaparecidos ficticios. Por otro, se abre la puerta a futuros avances contra civiles, como ya se ha esbozado en el pasado reciente contra empresarios y aun contra las autoridades eclesiásticas. Este avance gramscista de la posverdad sobre la opinión pública y la publicada ha sido el prolegómeno de todas las arbitrariedades kirchneristas en el tema. Desde la sanción de leyes retroactivas para anular parcialmente indultos imposibles de anular hasta la aplicación arbitraria y también retroactiva del concepto de lesa humanidad, inexistente en nuestra legislación pero metido por la ventana en ella gracias a la invención de los tratados internacionales ad hoc y a una Constitución que satisfizo los ensueños socialistas de Raúl Alfonsín.

En esa misma línea, está la protección a ultranza de los criminales terroristas, cuyos asesinatos siguen indultados por los decretos de Carlos Menem, que fueron, increíblemente, válidos para los asesinatos de una parte, pero no para los asesinatos y los crímenes perpetrados por la guerrilla, gracias a manipulaciones ideológicas como la que estamos sufriendo ahora, que fueron sembrándose como huevos de la serpiente en la sociedad, en la juventud y en especial en el periodismo, proclive a la permeabilidad, se sabe. Por eso quienes sostienen que la ley es irrelevante caen en la superficialidad jurídica.

Sin embargo, el daño más grande que ha hecho y se ha hecho la gobernadora al no vetar la ley ha sido a su propia credibilidad. Se esgrime que un veto a la ley hubiera sido fácilmente revertido por la Legislatura, cuya estulticia contumaz fue unánime, y consecuentemente superaba el requisito constitucional. Pero ese no es el punto. Lo que se esperaba de ella era un acto principista fundacional, una señal de seriedad institucional y respeto por los ciudadanos. Un llamado y una instancia al razonamiento. Una defensa inclaudicable del derecho. No una convalidación mansa a la profundización de la grieta, de la mentira, del relato. Acaso con la autoexcusa de la gobernabilidad, la mandataria ha evidenciado que carece de la condición de liderazgo. O al menos, que la canjea con facilidad.

Seguramente el miedo a un regreso de Cristina Fernández, otra manipulación a nuestra inmadurez, hará que este hecho enojoso sea convenientemente olvidado y Cambiemos siga su marcha hacia un proyecto de no cambio tan irrelevante como el que está mostrando. Pero para algunos María Eugenia Vidal ha pasado a ser nada más que otra política destacada, simplemente.

Más allá de los avatares electorales que la lleven a cualquier posición encumbrada, continuará navegando en este pegajoso engrudo ideológico que es la esencia de su coalición o acaso la esencia del país, rumbo al mismo destino de intrascendencia. Heidi era sólo un cuento infantil.

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