Con nuestra típica habilidad para discutir intrascendencias y caer en la confusión, estamos ahora debatiendo si el Banco Central procede adecuadamente o no en la lucha contra la inflación. Simplifiquemos lo que está haciendo la entidad: está esterilizando el circulante. Es decir, reduce el circulante en sentido amplio al ofrecer una tasa de interés suficientemente alta como para que el ahorro sea una alternativa al consumo. Eso incluye subir el costo del crédito, que también genera presión inflacionaria, aunque no tan significativa en nuestro medio. Como la inflación es un fenómeno monetario, está claro que reducir el circulante en cualquiera de sus formatos reduce la demanda y su correlato inflacionario. Discutiremos los porcentajes.
Nuestra mirada infantil de la vida nos hace pensar que se puede bajar la inflación sin bajar la actividad económica, apoyados a veces en algunas elaboraciones teóricas. Hay que pensar al revés. El gasto y la emisión descontrolados han llevado a un nivel de consumo incompatible con la realidad. ¿Cómo se podría hacer para bajar la inflación sin volver a llevar el consumo a un nivel compatible con la realidad original? Si eso no fuera así, sería sencillísimo crecer.
La parte que falta a este razonamiento es que alguien se olvidó de cerrar la canilla del gasto y, en consecuencia, la canilla de la emisión en cualquiera de sus formatos. Con lo cual no solamente se demora el proceso desinflacionario, con todas sus consecuencias negativas tanto sobre el consumo como sobre la opinión pública, sino que se genera un espectáculo de tipo circense en el que un payaso trata de vaciar un tanque lleno de agua con un balde mientras el otro, a escondidas, lo llena con una manguera. (Con perdón de la comparación, que no intenta ofender a los funcionarios ni a los payasos).
Ante este panorama se la emprende contra la independencia del Banco Central. Eso supone que un central "dependiente" permitiría la inflación para no afectar el consumo o utilizaría alguna otra fórmula de política monetaria que convalidaría de todas maneras la inflación. Lo que también sería inútil mientras el payaso con la manguera siguiera llenando el tanque a hurtadillas.
La solución debería ser todo lo contrario. El Banco Central debería ser más independiente aún. Y no sólo subir las tasas para esterilizar el circulante, sino que no debería emitir para convalidar aumentos del gasto, ni para comprar dólares, ni para ningún otro propósito; o emitir dentro de un plan propio que no se acomodase a la necesidad del resto del Estado, sino que obrase como un ancla que impidiese aumentar el gasto y sus consecuentes requerimientos de financiación, y aun obligar a bajarlos.
Me temo que eso no se está haciendo. Y entonces, el Central actúa como un ortodoxo Dr. Jekyll cuando eleva la tasa de interés, pero se vuelve un diabólico Mr. Hyde cuando emite con cualquier formato o excusa para convalidar el gasto en exceso. Nótese que estoy pidiendo más dureza, no menos.
Lo que por fin nos lleva al problema de fondo. Un Banco Central independiente no significa un Maverick solitario cabalgando como un héroe de película. Finalmente, los mecanismos monetarios no reemplazan la política económica de fondo. Simplemente obran como un dique para contener la inflación mientras se hacen las mejoras y los cambios fundamentales. Si esas reformas o esas acciones no se hacen, no hay política monetaria que no estalle o implosione, según. Que es el riesgo que podría estar enfrentándose en los actuales niveles, porque en la exageración de la presión emisionista la tasa puede resultar mortal. Por eso es que los economistas ortodoxos insisten en la necesidad de un plan integral, dentro del que se incluya la política monetaria, sólo como un parámetro o como un complemento necesario.
El Central es simplemente un sensor de humo que prende los rociadores en caso de incendio. Podría ser remplazado por una computadora de las que hacen trading, con perdón de Federico Sturzenegger.
El problema de fondo tampoco es el déficit, como sostienen algunos benévolos. Nuestros impuestos deberían bajar, no subir, con lo cual el déficit es igual a más gasto del que se puede. El problema sigue siendo el gasto y la consiguiente emisión. Detrás de esta falsa dicotomía que se plantea en relación con el Banco Central, hay una discusión interna yacente en el Gobierno: con este nivel de gasto se está afectando el consumo, la actividad privada, la inversión y el crecimiento.
Hay muchos que quieren ver detrás de la actual política monetaria intenciones diversas con relación con el tipo de cambio. De nuevo: el mercado libre de cambios también es otro censor que dispara los rociadores. Muestra todas las inconsistencias, las exageraciones y los errores que se cometen en materia económica. Ahí se ven todos los efectos de todas las políticas. Es posible que la alta tasa quite algo de presión compradora sobre la divisa, pero no hay un escenario de desesperación por comprar dólares, ni externo ni interno, por lo menos mientras dure el crédito. De todos modos, bajando el gasto se solucionarían tanto el efecto tasa como el efecto baja por toma de deuda externa. Y de paso el costo argentino. Si el Banco intentase influir sobre el tipo de cambio, estaría cometiendo un error sencillamente fatal.
La discusión sobre si hay atraso cambiario o no me parece un ejercicio académico inconsecuente. Nadie puede afirmar o negar algo basado en una comparación con datos históricos en un país que viene equivocándose desde hace cien años. De todos modos, es irrelevante. El denominador de la fórmula del costo argentino es la resultante de todas las concepciones, las teorías, los proteccionismos, los estatismos, los robos y los hurtos del sistema nacional de complicidades. El numerador también. Empecemos de nuevo. No es el Central. Estamos pedaleando sin cadena. Cambiemos.