Nota escrita en colaboración con Fabiana Ricagno
Como en tantos otros campos de nuestra vida en sociedad, tal vez haya llegado el momento de sincerarnos, decir la verdad. Al menos no jugar más a las escondidas. No entre adultos, dejémoslo para los chicos: en los recreos, en las escuelas.
Se acerca el inicio del año lectivo y nuevamente promediando febrero el cuco del paro docente ronda atemorizante la vida de padres y alumnos jaqueando la tranquilidad de toda la comunidad. El cuco o el hombre de la bolsa se llama Sindicato de los Docentes de la Provincia de Buenos Aires, que amenaza con llevarse un cachito de las ilusiones y las necesidades vitales de todos los chicos que ven peligrar sus derechos y sus garantías de ser educados.
Lección número uno del primer día de clases: arrancamos el ciclo lectivo con un paro y "a vos, nenito, que te enseñe Mongo". Es una medida ejemplar y ejemplificadora, digna de ser imitada, ¿no? ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál es la prédica? ¿Cuál el ejemplo? "No vengo a dar clase, no te enseño porque no me pagan bien".
Hay más de 285 mil docentes en la provincia de Buenos Aires y casi cuatro millones y medio de niños que deben ir a la escuela. De esos niños, 1,5 millones reciben refrigerios y alimentos en los comedores escolares. Desde el siglo XIX la enseñanza es universal, gratuita y obligatoria. Cuando los docentes toman la medida de ir a un paro, ¿tienen noción del alcance del daño? Muchos de estos menores, hijos de generaciones de desocupados, indigentes, analfabetos, hijos del hacinamiento, la droga, chicos que necesitan de la escuela y de sus maestros para salir de mucha miseria colectiva. Son estos, sus maestros, su única esperanza.
Ser maestro en otros tiempos era un honor, una referencia altamente valorada y respetada. Esos docentes se habían ganado su lugar con decoro, altruismo y una férrea vocación por el prójimo. Ninguno, ni entonces ni ahora, pudo imaginar a esta profesión como una manera de hacer fortuna.
Ahora, como la discusión parece librarse en el campo del no acuerdo salarial, entiendo que si bien los maestros pueden y deben acceder a mecanismos para reivindicar las mejoras que les correspondan, no pueden ser nunca los niños los chivos expiatorios de las desavenencias políticas o salariales de los adultos.
El Presidente propone que miremos hacia adelante y dejemos atrás lo que nos ha desunido, lo que nos divide y lo que también nos sumió en un retroceso que parece no detenerse. Si les preguntamos a los argentinos cuáles son las políticas públicas más importantes, habrá amplia coincidencia respecto de la educación. O sea que para todos nosotros emerger de la decadencia requiere de un pueblo educado, capaz de generar un producto social basado en el conocimiento, y con ello la llave al empleo. A la hora de resolver nuestros problemas, en el caso de los maestros, van al paro, qué paradoja.
Los docentes eligen su carrera por vocación, libremente; algunos porque desean ser formadores de niños, otros como referentes sociales, otros porque piensan que ser maestro da prestigio y algunos por los beneficios que otorga el estatuto docente. Los médicos, por ejemplo, no están alcanzados por los mismos atributos que les confiere el derecho a huelga a otros trabajadores, porque el objeto de su prestación es cuidar la vida misma. Eligieron ser médicos.
Esto incluye a los maestros; la finalidad de su actividad es transmitir conocimiento, modelar la vida intelectual y cultural de los niños para darles herramientas y oportunidades. Eso los hará libres. Elegir quienes ser. Las mismas oportunidades que no se les negaron a los maestros: su profesión por vocación.
Cuando dos derechos colisionan —derecho de huelga versus derecho de aprender—, tenemos que garantizar que el ejercicio de uno no se ejerza en desmedro del otro.
El interés del menor, del niño, tiene rango y garantía suprema en todos los tratados de derecho internacional que la Argentina ha suscrito. No hay interés superior al bienestar de un niño. Si la pretensión mediante el derecho a huelga se ejercita en perjuicio del acceso a la educación de un chico, cuanto menos debe enmarcarse en una regulación muy estricta y algún tribunal arbitral de uno de los poderes del Estado tener la última palabra: docentes y Gobierno acatan.
Señores maestros: ¿No les parece que así no es? ¿No entienden que borran con el codo lo que han escrito con la mano? ¿No piensan que esta metodología los hace poco creíbles y pierden el respeto de la sociedad? Escojan recuperar ese respeto.
En los países del mundo desarrollado, en los que las leyes se cumplen, los servidores públicos tienen las medidas de fuerza restringidas.
Es hora de hacer y cambiar lo que está mal. Dicen que la historia la escriben los vencedores, los que ganan. Nuestros niños entonces nunca escribirán la historia.