Las perspectivas de que la oposición cubana y la venezolana logren cambiar los gobiernos que confrontan son realmente limitadas, a pesar de los muchos esfuerzos y los sacrificios de los sectores que las conforman. Los resultados hasta ahora no permiten vislumbrar cambios significativos en ninguno de los dos países. Por supuesto que esta consideración no es para darse por vencido; al contrario, debería ser un acicate, un látigo que al golpear impulsa a la víctima y la compromete todavía más en la destrucción de los opresores y el cambio de régimen.
Hay que tener en cuenta que sembrar la desesperanza, difundir la convicción de que no hay escapatoria, que la clase dirigente es omnipresente y omnisciente es una misión básica para los regímenes autocráticos. Entrampar a los ciudadanos es un punto clave de su proyecto.
Cierto es que ambas oposiciones trabajan en escenarios diferentes, pero el enemigo es de similar naturaleza, aunque difiere en la intensidad de sus prácticas represoras y en el control que ejerce sobre la actividad económica y de la sociedad en general. El objetivo de los que detentan el poder es idéntico, conservar el control de forma absoluta y a perpetuidad.
La oposición venezolana cuenta hasta el momento con un mayor espacio operativo, pero tal vez esa particularidad implica que una parte de quienes la componen considere a los representantes del chavismo como adversarios y no lo que en realidad son: enemigos mortales de quienes osen retarles, más aun, de todo aquel que no se sume a sus designios. En este aspecto, funcionan igual que la dinastía de los Castro.
La oposición venezolana logró una estructura poderosa, con capacidad de movilización y gestión, la Mesa de la Unidad Democrática, pero todo parece indicar que esa sombrilla de organizaciones está enfrentando serios problemas operacionales y un desgaste difícil de superar motivado por la pugnacidad de las partes que la integran. También, al parecer, hay sectores de la oposición que no acaban de entender que el Gobierno es su enemigo y no un rival respetuoso de las reglas del juego democrático.
La alianza opositora, para ser una alternativa de poder, como lo demostró en los comicios del 2015, tiene que recrear sus aciertos e instrumentar nuevos planes en los que el ciudadano sea el verdadero protagonista y no una muchedumbre que los dirigentes mueven a su voluntad. La entidad, según sus críticos, necesita una reestructuración a fondo, mayor disciplina y asumir que todas las acciones contra el régimen pueden no ser políticamente correctas.
La oposición en cualquier país se nutre de quienes comparten sus propuestas. Su liderazgo se fundamenta en la confianza que ha ganado en la población. Al no contar con los beneficios del poder para cautivar al electorado, debe evitar contradicciones y la improvisación de procedimientos cuya preparación dan aliento, pero cuando concluyen sólo dejan frustración y amargura.
En Cuba, el escenario de gestión del opositor es más reducido, al extremo de que el régimen no le reconoce el derecho a la existencia. La labor opositora es reprimida y acceder a los medios de información nacionales es literalmente imposible. El control social del castrismo, incluido el económico, no tiene precedentes en el hemisferio; determina que los opositores se enfrentan a circunstancias para las cuales no hay antídotos.
A diferencia de Venezuela, en Cuba se puede decir que existen varias MUD pero ninguna tiene las posibilidades de gestión ni la dimensión de la que enfrenta al chavismo. Hay sombrillas que agrupan a diferentes organizaciones que elaboran sus propios planes operativos. También hay dirigentes políticos que constituyen una entidad y a la mayor brevedad crean otra y abandonan con ello la anterior. Eso puede ser para neutralizar en alguna medida la capacidad represiva de la dictadura, pero si ese no es el motivo u otro de igual importancia, es síntoma de una inestabilidad que perjudica el objetivo final de cambiar el sistema.
En la lucha contra los Castro también se ha apreciado desde los lejanos sesenta pugnacidad y enfrentamientos entre sus líderes, una situación que se sigue repitiendo en el presente y que la dictadura exacerba al manipular información y desprestigiar a los opositores.
La situación para ambos países es compleja. Mientras más gobiernen los Maduro y los Castro, más desastroso será el futuro y la restauración de ambas sociedades. Más traumática la transición a la democracia. El tiempo apremia. El castrismo y el chavismo corrompen y corroen. Se debe trabajar con visión de patria, no de cabildo.