Un resonante triunfo patriota

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San Martín abandonó España en setiembre de 1811. Dejaba atrás un país convulsionado por la invasión francesa como también una foja militar al servicio de una monarquía indigna en cualquiera de sus dos versiones, Carlos IV o Fernando VII.

Creció y se educó en el contexto europeo signado por la Revolución Francesa y las ideas liberales que le dieron origen y que en España encontró adeptos en lo que se llamó Despotismo Ilustrado, con figuras centrales como Gaspar Melchor de Jovellanos, Pedro Rodríguez de Campomanes o José Monino de Redondo, Conde de Floridablanca. Como oficial del Ejército español simpatizó con la corriente política liberal que admiraba la figura de Napoleón, por militar exitoso, portador de valores modernos y jefe político de notable cualidades, capaz de conducir una revolución en orden y desde el centro del Estado. Simpatías que no le impidieron enfrentarlo cuando el Emperador invadió España.

Puesto en esa situación, San Martín, sin renunciar a sus ideas libertarias, defendió a su país. La invasión napoleónica no lo empujó a posiciones reaccionarias, fernandistas o monarquistas.

Los enfrentó con coraje al igual que el pueblo español que se levantó en armas contra el invasor, organizándose en Juntas, expresión de poder popular más cercana a la democracia que a la monarquía. Winston Churchill, en su Historia de los pueblos de habla inglesa, aseguraba:

"Desde aquel momento comenzaba la guerra peninsular. Por primera vez las fuerzas desencadenadas por la Revolución Francesa, a las que Napoleón había disciplinado y dirigido, se encontraban no con reyes o jerarquías del viejo mundo, sino con toda una población inspirada por la religión y el patriotismo."

A su manera y como afirmaba luminosamente Carlos Marx en su estudio sobre la Revolución Española: "El pueblo español luchaba contra el ejército revolucionario de Francia poniendo en movimiento la revolución francesa en España."

Contradicciones poco gratas a la historia de un pueblo, tantas veces postergado, y que ahora se apoderaba de su destino emprendiendo un camino de redención con sabor a república y democracia. Pero como en toda época tumultuaria los excesos estuvieron a la orden del día, excesos que pusieron en riesgo la vida de San Martín. Y esto ocurrió cuando su Jefe y casi un padre adoptivo, el general Francisco Solano, que integraba las filas de lo que en España se denominó afrancesados, fue vilmente asesinado por una turba del bajo pueblo de Cádiz que hizo responsable al general y a su partido la suerte corrida a manos de los invasores. Apuñalado y baleado por la muchedumbre, en medio de una pueblada, su cadáver fue arrastrado por las calles gaditanas. San Martín, su amigo, su hijo, casi estuvo a punto de correr la misma suerte, salvándolo un sacerdote cuando perseguido por unos desaforados se refugió en su Iglesia.

España ardía y su suelo temblaba sin un poder capaz de coordinar la lucha. Cientos de combatientes populares sin orden, valores, ni proyección emprendieron una guerra de guerrillas que enloqueció a los invasores pero que no fueron otra cosa más que simples salteadores que en nombre de la Patria se alzaron con fortunas ajenas. El Empecinado, Chagarito, fueron algunos de aquellos primitivos jefes que hurgaban en las mochilas de los soldados muertos y en las propiedades de pacíficos habitantes para robarse cuanto podían y cuando alguna autoridad inquiría sobre sus crueldades u objetivos militares, afirmaban:

"Queremos matar a alguien, Señor, ellos (los franceses) han matado a una persona en Trujillo, una o dos más en Badajoz y alguna más en Mérida; y nosotros no queremos quedarnos atrás, Señor. Queremos matar."

San Martín y otros oficiales, dignos soldados de aquella guerra, ya nada tenían que hacer en una España que en manos de facinerosos marchaba a la derrota. Allí todo estaba perdido. Fundamentalmente la idea. La lucha por la libertad debía darse en América. No es como algunos autores han afirmado acerca de que su venida ha tenido que ver con las pocas chances de realización personal en el escenario peninsular. En América se abría para estos hombres un gigantesco escenario donde poner a prueba las ideas emergentes de la modernidad liberal.

Desembarcó en Buenos Aires, en marzo de 1812, junto a Carlos María de Alvear, José Matías Zapiola y Francisco Chilavert, entre otros militares, que por las mismas razones habían abandonado la guerra en España. Vinculado rápidamente a la vida social y política del Plata creo el Regimiento de Granaderos a Caballo obteniendo el importante triunfo de San Lorenzo, a orillas del Paraná. Por su vínculo con Carlos María de Alvear fue nombrado Jefe del Ejército del Norte. Llegado a la región comprendió que no era por el Alto Perú, actual Bolivia, el lugar desde donde acabar con el poder español asentado en Lima. Pergeñó, entonces, un plan que algunos historiadores atribuyen a otras voces. Por ejemplo a la de su secretario Tomás Guido, apoyándose en dichos de su hijo Carlos Guido y Spano; otros asignaron la idea a oficiales ingleses como Thomas Maitland que, a fines de 1790, pensaba apoderarse de América invadiendo Buenos Aires y luego traspasar los Andes. San Martín no necesitaba de estas luces para comprender lo evidente. No se podía atacar a Lima desde los Andes bolivianos como la experiencia lo indicaba. Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe, como derrotas, evidenciaban el error. En cartas a Tomás Godoy Cruz y a Guido decía: "Defender Jujuy para proteger Salta y Tucumán" y "para hacer intransitables aquellos países no se necesita un solo soldado, sobra con la gauchada para que se mueran de hambre".

La guerra debía tener otro frente, el asunto consistía en alcanzar poder político y militar en Cuyo, cruzar los Andes, apoderarse de Chile, alejado de Lima y luego marchar por mar hacia el Perú. Y así fue. Logrado el nombramiento puso en movimiento su idea. Tres años le llevó la tarea.

Mil ochocientos dieciséis fue un año difícil para el Libertador. Debió suspender la marcha pues no fue autorizado por el Directorio, tiempo que le trajo enormes dificultades en el gobierno de Cuyo matizado con una gran satisfacción personal pues en agosto de ese año nació su hija Merceditas. No obstante la dificultad señalada, dos hechos determinantes ocurrieron ese año: la entrevista de San Martín con el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón en Córdoba, en el mes de julio, cuando llegaron a un acuerdo con el proyecto sanmartiniano, y la declaración de la Independencia por la cual el Libertador bregaba insistentemente. En carta a Godoy Cruz le imploraba "¿Cuándo se juntan y dan principio a sus sesiones? ¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No le parece a Ud. Una cosa bien ridícula, acunar moneda, tener pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué relación podremos emprender si estamos a pupilo? Los enemigos nos tratan de insurgentes (y con mucha razón) pues nos declaramos vasallos."

Amerita observar que la declaración de la Independencia va en la línea del pensamiento y las ideas que hicieron a San Martín abandonar España pues el lector debe saber que a finales de 1814 Fernando VII se restauró como monarca absolutista en España retrotrayendo la situación a un clima pre revolución francesa.

Finalmente en enero de 1817 se puso en movimiento el Ejército de los Andes. Una división comandada por el general Gregorio de Las Heras cruzaría por Uspallata siguiendo el recorrido de la actual ruta 7 hasta las Cuevas y de ahí bajando hacia Chacabuco. Lo más compacto del Ejército cruzaría por Los Patos en la provincia de San Juan. Una división al mando del general Estanislao Soler, otra a cuyo frente iba Bernardo de O' Higgins y la reserva conducida por Matías Zapiola. Otras dos fracciones amenazarían por La Rioja y San Rafael con el afán de dispersar las fuerzas españolas ubicadas al otro lado de la cordillera. Debían encontrarse todas en la cuesta de Chacabuco.

La batalla de Chacabuco

Antes del enfrentamiento en la sierra de Chacabuco, San Martín dirigió un escrito al jefe político de la villa de San Felipe, cercana al lugar, exigiéndole reunir cuatrocientos caballos. En ella le advierte: "O la América es libre o desciende encorvada al cadalso que le preparan los tiranos. No hay medio. Mi ejército viene decidido a morir o ser libre".

Viniendo desde Cuyo, una vez traspasada la Cordillera, el Ejército de los Andes debía sortear un escollo más para alcanzar al lugar establecido por el Libertador: consistía en superar unas sierras de 1.200 metros para luego marchar en descenso hacia la cuesta de Chacabuco. Allí había planificado San Martin la batalla. Los españoles estaban desconcertados pues no esperaban ni estaban preparados para la batalla dado que tenían sus fuerzas dispersas al desconocer el lugar exacto del cruce. San Martín los había mareado con sus distintas columnas. Sin entrar en los detalles específicamente militares del encuentro diré que los españoles dudaron en acudir a la cita. Fue el Jefe político de Santiago, Francisco Casimiro Marcó del Pont quien decidió dar batalla en nombre del honor. Les fue mal. Muy mal.

El resonante triunfo patriota hoy lo conmemoramos los argentinos y los hermanos chilenos al cumplirse el 12 de febrero doscientos años de aquella memorable jornada.

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