Por razones difíciles —o fáciles— de explicar, en una parte de la sociedad existía la idea de que un triunfo de Cambiemos implicaría un giro hacia una economía con tendencia más o menos liberal, lo que incluiría un ataque frontal al gasto y una reducción de la carga impositiva y del estatismo paralizante, corrupto y confiscatorio.
El sueño incluía la apertura comercial, el final del proteccionismo prebendario, la disminución drástica de subsidios de todo tipo, la eliminación de regímenes vergonzosos como el de Tierra del Fuego, el fin de los seudoempresarios mussolinianos privados que hace más de medio siglo medran con las licitaciones repartidas.
También se esperaba coto a las exageraciones del sindicalismo en todo sentido, tanto en la presión insostenible sobre las pequeñas empresas como en las dádivas millonarias con que se extorsionó siempre al país.
La lista era larga, iba desde la supresión de los piquetes hasta un giro de 180 grados en la educación hacia la excelencia y la desaparición de los punteros y los sátrapas provinciales que feudalizan a la población. Una carta a los reyes magos.
En plena campaña, el hoy presidente Mauricio Macri se ocupó de explicar que nadie perdería sus derechos, sus subsidios o las "conquistas", sin aclarar muy bien cuáles eran los beneficiarios de tal promesa. También aseguró que las empresas del Estado seguirían siendo estatales.
Desesperados por tener alguna esperanza, muchos creyeron que se trataba de una frase electoral, pero que, una vez elegido, haría lo que había que hacer. Justamente para alertar sobre la posibilidad de que no se tratase de una reacción a la crítica de sus oponentes, sino de una auténtica postura, publiqué en Infobae la nota titulada "¿Y si Macri no miente?", donde advertía de esa eventualidad.
Al comienzo del mandato se atribuyó que no hiciera los cambios esperados a la falta de información inicial, al caos encontrado, a la necesidad de asegurar la gobernabilidad, al Congreso en manos de la oposición, a la importancia de evitar que "quemaran el país" si se tomaban las medidas de fondo.
Tras nueve meses largos de gestación, o de gestión, Cambiemos y Macri muestran que poco de todo eso ha ocurrido. Ni ocurrirá, agrego. Porque más allá de las expectativas de cada uno, esto es Cambiemos. Esto es lo que sus políticos y sus funcionarios han sostenido y vivido siempre. Podría decirse que esta es Argentina, más allá de las declaraciones y las declamaciones de una vasta mayoría nacional. Si se acepta esa realidad, se puede intentar predecir el país que tendremos, o el país que no tendremos, por lo menos como fruto de esta gestión.
La economía seguirá siendo proteccionista. No hay posibilidad de que eso cambie. Macri es parte del círculo rojo, no su cautivo. Dentro del proteccionismo incluyo la patria licitatoria y contratista, el robo descarado de Tierra del Fuego, los contratos petroleros con Pan American Energy, los testaferros aún sobrevivientes de Cristina Kirchner en el área energética (¿sólo de Cristina?), para citar algunos casos. Y por supuesto el Mercosur y sus cuarenta ladrones. Suavizada, tal vez, la competencia desleal de las exageraciones de Lázaro Báez, Cristóbal López y otros cuentapropistas de la corrupción, los negocios seguirán como habitualmente. Esto implica que el sindicalismo, partícipe necesario del proteccionismo interno y externo, continuará siendo una actividad altamente rentable, como se ha demostrado con el reciente regalo de los fondos de las obras sociales.
Coherentemente con esa política central, el Estado seguirá siendo omnipresente y gastador. Es fundamental para proteger las prebendas empresarias con leyes y restricciones, para endeudarse interna y externamente de modo de seguir licitando obras en las que lo ordeñen, para evitar la competencia en los aspectos esenciales.
El gasto no bajará, porque no se hará ningún cambio estructural, y aunque algún crecimiento eventual o la misma inflación lo redujera relativamente, se reindexará como siempre ha ocurrido. De manera que hay que esperar una continuidad de la presión impositiva, tal vez cambiando la carga sobre uno u otro sector, pero siempre con sus efectos negativos sobre la economía.
Como corresponde a cualquier sistema populista, continuarán los subsidios, no sólo a los pobres, sino a cualquiera que pueda representar ventaja o apoyo político, o simbolice sensibilidad social. Como dice Francis Fukuyama, el Gobierno continuará coimeando a sectores diversos de la ciudadanía.
La deuda será la variable de financiamiento y ajuste, mientras las tasas internacionales sean bajas y los niveles no suban demasiado. Si eso ocurre, ya habrá una crisis que lo solucione. El endeudamiento nuevo y el proteccionismo empujarán el tipo de cambio a la baja, lo que tenderá a congelar las exportaciones.
En tal contexto, cualquier aumento importante de empleo privado es utópico, por lo que no se advierte que se cambie la actual composición de la participación laboral y la relación entre empleo público y privado, ni el número de los planes que se entregan. Tampoco la inversión privada real, es decir, con capital y riesgo propio, será fluida ni significativa.
Mientras que el kirchnerismo fue un populismo alevoso, ignorante, corrupto y descontrolado, el macrismo será un populismo ilustrado, hipócrita, sutil, participativo, dialoguista, graduado y gradual. El nivel de corrupción será probablemente el anterior a 2002 (ya grave), con bastantes agregados para cumplir la promesa presidencial de no afectar los derechos adquiridos y siempre en nombre de la seguridad jurídica.
No estoy capacitado para entrar en el análisis político, pero arriesgo que las reformas terminarán siendo formales, o con contrapartidas tan malas como las que se eliminen. Basta el ejemplo del cupo femenino, que es lo primero que han podido parir las negociaciones. Por ejemplo, la discusión por la boleta única electrónica, más allá de las críticas al sistema en sí, es un acto de prestidigitación para no tocar el tema central que son la lista sábana y las listas de adherencia provinciales, que garantizan el monopolio de los partidos, corporativismo monolítico que castra cualquier intento de democracia verdadera.
Comprendo que este panorama es decepcionante, pero no resultaría serio trazar otro escenario con los actuales elementos de juicio, que ya no pueden ignorarse por mucha buena voluntad y optimismo que se pongan.
Cambiemos ha prestado un invalorable servicio a la sociedad y a la patria al presentarse como alternativa a una banda que prostituyó, saqueó y redujo al país a la decadencia y la mendicidad y desplazarla del Poder Ejecutivo. Seguramente, también hará cambios que inevitablemente mejorarán lo que se encontró.
Pero si lo que se pretende en lo económico es ser una potencia al menos regional, habrá que esperar para elegir a otro gobierno que tome la posta y aplique otras ideas, otros principios y otras reglas que estén del lado de la libertad. Coimeada la sociedad en todos sus estamentos, cada uno a su medida de poder y armoniosamente, tal idea es un sueño imposible porque requiere un gobierno mártir. Hasta que se acabe el crédito.