Hebe, Rico, un juez y un sainete criollo

Por Fernando Morales

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Ciertamente, no he de ser yo, querido amigo lector, quien guíe su pensamiento y fuerce una conclusión respecto al sainete criollo vivido en torno a la orden de detención librada por el juez Marcelo Martínez de Giorgi con el único propósito de que la señora Hebe Pastor (ex Bonafini, ya que está separada) comparezca ante la Justicia casi como si fuera un mortal común.

En lo que sí me gustaría entretenerlo un rato es en reflexionar sobre algunas temáticas que corren en forma paralela al personaje en cuestión y a sus particulares formas de relacionarse con la sociedad. Al menos con la inmensa mayoría de la sociedad a la que, de una forma u otra, siempre ataca, denuesta o ningunea.

La avanzada edad de la "rebelde" necesariamente ameritaba que se tomaran algunos recaudos para que el comparendo compulsivo no tuviera consecuencias lesivas para su integridad física. Pero el poco eficiente juez federal no pudo haber tenido más desafortunada elección de día, hora y lugar para intentar que su ya inoperante orden de comparendo se cumpliera.

Es bastante sabido que este magistrado en particular se caracteriza por protagonizar complicaciones para citar ciudadanos a su presencia; algunas veces lo hace a domicilios equivocados (este caso fue uno de ellos) y otras veces cita a personas equivocadas, o con sus apellidos y sus documentos errados.

Pero la historia judicial reciente aquilata sobradas muestras de megaoperativos nocturnos donde decenas de efectivos federales son movilizados para apresar a ancianos militares que, al margen de las imputaciones que pesen sobre ellos, ya no están físicamente en condiciones de representar amenaza de resistencia alguna. Al parecer, para la Justicia argentina hay viejos de primera y viejos de segunda.

Otro aspecto interesante de esta especie de novela policial es la patética obsesión de "su señoría" para aclarar que no detenía a la "defensora de los derechos humanos", sino a la presidente de una empresa constructora; como si haber tenido un papel destacado en algún momento de nuestras vidas nos cubriera de cierto barniz especial que nos eximiera de someternos al imperio de la ley.

Muchos cultores de los derechos humanos se mostraron horrorizados el pasado 10 de julio, cuando Aldo Rico desfiló junto a los veteranos de Malvinas. Una interesante comparación se puede hacer entre ambos personajes del presente nacional: Rico fue un bravo combatiente en Malvinas, respetado y por sobre todo querido por superiores y subordinados. Luego, equivocó el rumbo, pero, con indulto o sin él, pagó por su yerro y hoy es un ciudadano libre al que los sectores "progres" pretenden borrar del mapa.

Hebe ganó un lugar en la historia nacional e internacional por la lucha llevada adelante enfrentando a un gobierno de facto. Posteriormente, abandonó el rumbo y se erigió en censora de jueces, políticos, periodistas y, como frutilla del postre, se transformó en presunta cómplice de un desfalco millonario a las arcas del Estado. Rico cumplió su pena, Hebe se niega a sentarse en el banquillo.

"Macri, sos la dictadura", "Pará la mano, Macri", "Se viene una noche de bastones muy largos", y otras estupideces por el estilo fueron repetidas a coro por un grupo de loros parlanchines, mientras contribuían como escudo humano a que doña Hebe violara el mandato judicial que ordenaba su captura. El terrible agravante está dado por la circunstancia de que muchos de esos porristas de la ilegalidad son miembros del Poder Legislativo de la nación, funcionarios públicos que entre todos contribuimos a mantener, como también lo hacemos con los choferes y los custodios que fueron utilizados para sumar masa crítica a "resistencia popular".

No voy a intentar ponerme en los zapatos de la ministra de Seguridad que, en plena vigencia de la (luego retirada) orden de captura, debió ordenarles a los efectivos federales que hicieran todo lo posible por no llevarla adelante. De allí la facilidad que tuvo la octogenaria madre para eludir con una combi que transitó sobre la vereda el accionar policial de decenas de efectivos que se sentían más cerca de un sumario interno que de una medalla parecida a la que obtuvieron los que detuvieron a José López.

Todo patético, desde la sonrisa nerviosa de un juez que vaya a saber uno cómo hará para volver a infundir respeto en sus dependientes actuales y de sus próximos indagados hasta la seguidilla de apreciaciones de buena parte de la clase política nacional. En forma válida tenemos los ciudadanos comunes derecho a preguntarnos si para tomarnos el pelo se han puesto de acuerdo o se van turnando.

Podar el árbol de la puerta de nuestras casas, no colocarnos el cinturón de seguridad o sacar la basura fuera de horario son actos que, de ser descubiertos, nos conducen inexorablemente al pago de suculentas multas, a enfrentar a un inquisidor abogado verificador, y hasta a la apertura de un sumario municipal, y no le estoy diciendo, mi amigo, que ello esté mal.

¿Pero, en efecto, vivimos en dos dimensiones diferentes? ¿Será que realmente son ellos y nosotros, siendo ellos unos pocos y nosotros, casi todos? ¿Lázaro Báez es quien dice que lo usaron de "preservativo"? ¿Lo dice ahora desde la celda o lo decía también cuando disfrutaba de sus incontables mansiones, estancias y aviones? ¿Y a nosotros, entonces, de qué nos estarán usando?

¿No siente, por momentos, ganas de preguntar a gritos: "¿Qué más quieren de mí"? Un día, una presidente mandó a su ministro Aníbal "al rincón y con bonete" por confesar que tenía unos pocos dólares en su colchón. Meses después, su propia hija, que nunca tuvo trabajo conocido, nos sorprende con más de cuatro millones de verdes en su caja de seguridad. Nos desayunamos con bolsos que se pesan y nos vamos a dormir con monjas que no son monjas y criptas que son bóvedas, y mientras todo pasa ante nuestros ojos, pedimos permiso para pagar la luz, el agua y el gas en cuotas, sólo para alargar la agonía.

Podrá decir, estimado lector, con justa razón, que estoy mezclando todo con todo. Tiene razón, lo hago porque así se nos brinda la realidad cada mañana, porque somos usted, yo y algunos millones de argentinos los que debemos simplemente acatar, seguir la flecha, portarnos bien, mientras vemos atónitos cómo "las chicas y los chicos malos" no la pasan para nada mal, violando una y mil veces los semáforos en rojo de la vida misma.

Podemos esforzarnos para no bajar los brazos, podemos animarnos y levantar la voz, podemos enfurecernos hasta perder las formas, difícilmente a alguien le importe ocuparse de una buena vez de esos seres menores, secundarios y prescindentes (excepto a la hora de votar) que se llaman ciudadanos.

 

@fermorales40

 

El autor es Capitán de Fragata (RN), maquinista naval superior (veterano de guerra de Malvinas), licenciado en Administración Naviera.

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