Bonafini: de la épica a la farsa

Por Ceferino Reato

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Hubo un momento en que el fascismo silvestre de Hebe de Bonafini fue útil: cuando la dictadura secuestraba, torturaba, asesinaba y hacía desaparecer los cuerpos de miles de personas, sus familiares necesitaban un liderazgo muy firme, casi temerario.

En aquellos años oscuros, no importaba tanto que la titular de las Madres de Plaza de Mayo hiciera una defensa especulativa, parcial, de los derechos humanos. Lo que sí importaba era que alguien tuviera el coraje de plantarse frente a los militares y, por ejemplo, encabezara la ronda de los jueves de las Madres para, por lo menos, atemperar la represión salvaje y llamar la atención de la opinión pública internacional.

Por eso, otros luchadores de los derechos humanos como Graciela Fernández Meijide suelen decir que Bonafini siempre fue "fascista", pero que, en la dictadura más sangrienta de nuestra historia: "Había que colocar como emblema a la más fascista que teníamos a mano".

Utilizan la definición más popular de fascismo, como una mentalidad autoritaria: "No es patrimonio de la derecha ni es ajena a la izquierda", como bien señala Ciro Bustos en su libro El Che quiere verte.

La dictadura pasó a la historia, vino la democracia, pero Hebe de Bonafini no cambió mucho. Siguió defendiendo la lucha armada de sus hijos y de los compañeros y los camaradas de sus hijos, en consecuencia, criticando la democracia "liberal" o "burguesa", el Estado de derecho formal y los derechos humanos de todos y todas.

Siempre se preocupó sólo por los derechos humanos que, según ella, debían ser defendidos: los derechos humanos de quienes se habían rebelado contra "la oligarquía, el imperialismo y sus cómplices civiles y militares".

El fin justificaba los medios: a Bonafini nunca se le ocurrió —no podía ocurrírsele— condenar las bombas, los atentados, los heridos y los asesinatos de las guerrillas. Por eso, también avaló a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la ETA y los atentados contra las Torres Gemelas.

La mayoría de la dirigencia argentina la dejó ocupar ese papel con un silencio culposo: hablando en general, habían hecho tan poco contra la represión ilegal de la dictadura los empresarios, los sacerdotes, los políticos, los periodistas, los sindicalistas… Mala conciencia.

Bonafini se enamoró de su papel de emblema de la lucha contra la dictadura y nunca se sintió obligada por el Estado en tanto creación burguesa. ¿Cómo iba, entonces, su fundación a pagar impuestos?

Siempre se consideró por encima de la ley de esta democracia liberal y por eso advirtió varias veces que no pensaba declarar ante el juez Marcelo Martínez de Giorgi sobre el faltante de dinero público que debió ser destinado por su fundación a la construcción de viviendas populares.

Es decir, la investigan por un delito de corrupción y ella se niega a declarar ante el juez. Lo que hace ya muchos años fue épica hoy se ha convertido en farsa.

 

@ceferinoreato

 

El autor es editor ejecutivo de la revista Fortuna. Su último libro es Doce Noches.

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