Ocho de noviembre de 2016: la Casa Blanca recibe a su nuevo inquilino. El millonario Donald Trump llega al poder.
Sus primeras decisiones afirmarían una idea aislacionista muchas veces vista: los Estados Unidos tienen que dejar de utilizar sus recursos en enfocarse en el extranjero, en particular en Europa y deben centrarse en sí mismos. Países como Francia y el Reino Unido especularon sobre las relaciones con Washington y ahora llegó el momento de cambiar de ruta.
Trump necesita revisar toda la política militar y la estrategia de empleo bajo la lupa de las necesidades presupuestarias de Estados Unidos y de sus estados. Será menor el papel en los frentes calientes de Siria y Libia, por ejemplo, donde hoy los intereses norteamericanos parecen ser muchos, incluso compiten con los de sus socios europeos.
Probablemente, Trump pueda dejar el Mediterráneo para concentrarse en el Pacífico.
Por el mismo motivo, el futuro de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, es muy inestable. Barack Obama quería cerrarlo antes de irse, pero en este momento sería muy difícil debido a las oposiciones internas en Europa y los diferentes intereses de los socios europeos. Por su parte, Trump no considera prioritario este instrumento y su ideal muy proteccionista, casi autárquico, para satisfacer las necesidades de la economía estadounidense lleva a pensar que perdería su lugar en la agenda en caso de llegar este al poder.
Ocho de noviembre de 2016. Se presenta otro escenario radicalmente distinto. Por primera vez en la historia de los Estados Unidos de América, una mujer ocupa el Despacho Oval: Hillary Clinton.
Ella siempre fue fiel a un curso de acción que podría llamarse de "intervencionismo democrático", que ve a los Estados Unidos en la vanguardia de las situaciones de crisis en todo el mundo.
Sería un estilo muy distinto al de la última etapa de Obama, en la cual el mandatario prefirió una política basada en el diálogo y en la disolución de los conflictos, como lo hizo con Irán y Cuba, por ejemplo.
A Hillary le resultará muy difícil renunciar al papel de gendarme internacional, siempre encarnado por el tío Sam en el plano mundial.
También tenemos que reconocer el cambio de escenario global desde que su marido fue presidente. Ahora prevalecen poderes locales o regionales, como Rusia, Turquía, Arabia Saudita, China. Un marco más fragmentado en el que cada uno tiene su propio juego, con su dinámica y donde los desafíos son sin fronteras y sin rostros, como los terroristas.
Clinton tuvo posiciones muy firmes a favor de la intervención en Libia y Siria.
En igual medida, podría cambiar radicalmente la relación con la Rusia de Vladimir Putin si a los Estados Unidos de la presidente Clinton les llegara a importar menos Ucrania y, en cambio, se podrían seguir más de cerca las evoluciones internas de la Unión Europea y dejar que Moscú resuelva sus problemas con sus vecinos.
No parecen encenderse nuevos conflictos en el exterior, pero será muy urgente cuidar la sociedad americana de sus crisis sociales.
Del otro lado del mundo, el gigante chino continúa su conquista silenciosa sin la oposición de nadie. ¿Podrá la señora Clinton seguir ignorando este crecimiento sin hacer nada?
Debemos esperar hasta noviembre para aclarar nuestras dudas: el futuro podrá presentarse mucho más interesante que cualquier previsión imaginaria.
El autor es profesor de la Escuela de Gobierno, Política y Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral.