Algo no se le puede negar al kirchnerismo: su estrategia comunicacional a través del "relato" para instalar una épica que disimulara lo que en realidad hacían fue sumamente eficaz. En los últimos meses, cuando la imagen de la ex Presidente se venía derrumbando, inventaron "la magia" o, en realidad, ella por encima de cualquier pócima maravillosa. Las cosas no les salieron bien. Porque, frente a los problemas de la Argentina, no hay magia que alcance.
El Gobierno de Mauricio Macri quiere usar los mismos caminos para mantenernos en la esperanza de que algo bueno de repente va a aparecer para resolver con el efecto de un rayo todos los males de la herencia recibida. Así es que venimos desde hace algunos meses esperando la reacción positiva y de apoyo de los empresarios, por qué no de los jefes sindicales, el aburrimiento en la protesta de parte de los reclamadores, la llegada de inversiones, la suma del empleo y, por supuesto, ¡la caída de la inflación!
Pero a la buena fortuna, en estos casos, hay que ayudarla con buena gestión. Y el Gobierno parece haber equivocado los caminos. Le ponen buena onda, buenos modales, tanta fe y esperanza como pregonaba Daniel Scioli, pero siguen a los tumbos con un tema clave. Bajar la inflación es tan crucial para la macroeconomía, los negocios, la producción y la inversión como lo es para las compras del día en la carnicería, los remedios en la farmacia, el colectivo, la luz y casi todo lo que cruza nuestra vida cotidiana. Sin embargo, y pese a esa reconocida importancia, no parece figurar en la agenda de prioridades de Cambiemos. O, al menos, no nos lo están contando.
Siguen hablando del segundo semestre, que ya comenzó. Y no hay magia que valga si no se sientan a discutir un acuerdo general y amplio a través de un consejo permanente para definir una política común, de todos los actores, en torno al aumento de los precios.
La hipótesis del Gobierno era que el problema estaba en el exceso de pesos provocado por el déficit fiscal. Una explicación unicausal para un problema complejo con una única solución: disminuir los agregados monetarios y subir la tasa de interés. Se prometió "una inflación del 25%", "la devaluación no va a tener impacto sobre el nivel de precios, ya que el blue está incorporado en los precios", "la suba de tarifas es una corrección de precios relativos sin impacto en el nivel general de precios", "liberar los mercados va a permitir que se eliminen distorsiones y va a disminuir la inflación". No ocurrió nada de eso. Y entonces sufrimos la pérdida de empleos y la salida de muchas personas del trabajo en el Estado —no ha sido sin abusos e injusticias. Y el tarifazo ha tenido un enorme impacto, que empieza a poner al Gobierno de Macri en la demostración de la debilidad de reconocer todos los días un fracaso y dar marcha atrás en decisiones desprolijas. El aumento de la nafta sigue sin poder explicarse y la meta se ve cada vez más inalcanzable.
Si el Gobierno no cambia, a fin de año los problemas van a subsistir, con el riesgo de que muchos se vuelvan estructurales. Y la magia cada vez podrá surtir menores efectos.
Mucho se podría hablar sobre estos primeros seis meses, pero dejo acá simplemente para dar prioridad a lo que verdaderamente la tiene, porque afecta el bolsillo y la vida de todos los argentinos, y hacia donde el Presidente, con el crédito, la imagen y el apoyo que tiene, debería encarar sus pasos más firmes de los próximos tiempos. A reducir la inflación. Con menos de ilusión y un poco más de acción.
La autora es diputada nacional por Progresistas