"El mundo, desgraciadamente, es real. Yo, desgraciadamente, soy Borges"
Treinta años sin Borges (se fue el 14 de junio de 1986, opacado su fin por la bullanga del Mundial de Fútbol) es demasiado hasta en un país donde, bien que mal, mal que bien, todos se jactan de literatos. Tanto, que cierto día, mientras un hombre lo ayudaba a cruzar la calle desde Maipú 994, su último techo, hasta la Galería del Este, le dijo:
–Borges, ¿sabe que yo escribo?
La respuesta fue un pequeño prodigio:
–Yo también.
En verdad, pretender revelar un Borges desconocido roza la utopía: sobre él y su obra se han fatigado toneladas de papel y miles de horas radiales y televisivas. Y luego de su muerte florecieron, entre amigos auténticos y biógrafos veraces, una pandilla de oportunistas y pescadores de río revuelto que se adjudicaron poco menos que una eterna hermandad con el genio. A tal punto llegaron las tropelías, que un psicólogo se atrevió, violando el secreto profesional, a describir su sexualidad… como si eso importara más que sus poemas, sus cuentos, sus ensayos: su deslumbrante obra, acaso la más perfecta en español desde el manco Miguel de Cervantes.
Sin embargo, lujoso de edición y modesto de tiraje (unos tres mil ejemplares escasamente comentados), en 1999 apareció Borges: develaciones. Su autor: Félix Della Paolera, de quien María Kodama escribió en el prólogo: "Durante los años de mi adolescencia escuchaba, asombrada, hablar a Borges sobre el grillo Della Paolera. Según él, era una eminencia gris (…) y nadie conocía tan profundamente la literatura inglesa".
Los dos hombres, que durante cuatro décadas almorzaron juntos, emprendieron, para el libro, una larga aventura de lugares, recuerdos y fotografías; éstas, debidas a Julie Méndez Ezcurra y Facundo Zuviría.
El periplo empezó en Adrogué, en la puerta del emblemático hotel La Delicia, con Borges junto a una estatua mutilada: una mujer sin su brazo derecho…
Nuestras charlas (con Borges) eran infinitas, mientras el mozo renovaba el vino blanco (Félix della Paolera)
De parte de su infancia allí, recordó "el placer de las quintas y de los eucaliptus". Y como su vida fue más literatura que carne, sangre y huesos, el hotel se tornó inmortal en los cuentos Tlön, uqbar, orbis tertius y La muerte y la brújula.
"Nuestras charlas eran infinitas, mientras el mozo renovaba el vino blanco", decía Della Paolera.
La segunda etapa fue en el rancho de Turdera, donde vivieron, mataron y murieron los terribles hermanos Iberra: diez varones cuatreros, matones de cuchillo, y guardaespaldas de políticos, sangrientos reyes de un andurrial conocido como La Costa Brava. Borges, claro, los inmortalizó en una de sus milongas:
"Cuando Juan Iberra vio /que el menor lo aventajaba, / la paciencia se le acaba / y le fue tendiendo un lazo: / le dio muerte de un balazo / allá por la Costa Brava.
Así de manera fiel / conté la historia hasta el fin; /0 es la historia de Caín / que sigue matando a Abel".
Pero, amante del coraje ("Una canción de gesta se ha perdido, en sórdidas noticias policiales"), reverenció a otro cuchillero en esta perla: "No sé por qué en las tardes me acompaña / este asesino que no he visto nunca / Que el tiempo, que los mármoles empaña / salve este firme nombre: Juan Muraña".
Bien dicen que Borges, más que un hombre, fue una vasta literatura. Capaz, por ejemplo, de convertir a un peluquero de Adrogué, Faustino Cammarota, en un modelo de Seis enigmas para don Isidro Parodi, ese presidiario/detective nacido a dos manos (Borges y Bioy Casares) con el seudónimo de Bustos Domoecq.
Burlón, le hizo creer a Ulises Petit de Murat, escritor y periodista de fuste y director del Suplemento Multicolor de los Sábados, del viejo diario Crítica, donde hay memoria de que Borges escribió, bajo la presión de un cierre, Hombre de la esquina rosada, que era un perenne asistente a payadas, y lo arrastró hasta dos de esos guitarreros. En un punto se oyó, entre monótonos rasguidos de guitarra, esta cuarteta: "El peluquero Martino / que corta como un campeón / el pelo a lo Humberto Primo / y la barba a lo Napoleón".
Fascinado, Ulises le preguntó si no se perdía payada alguna, y Borges asintió…, pero le confesó a Bioy: –Fue la primera y la última que oí en mi vida.
Sacralizó cada rincón vulgar y transformó cuanto tocó
Otra de sus costumbres, además "de no ganar el premio Nobel y no leer a Mallea", era provocar a la indiscutible sacerdotisa de la cultura Victoria Ocampo: "En el norte nada noble sucede y todo aburre: la vida está en el sur".
Sacralizó cada rincón vulgar. El bar de mala muerte, de marineros borrachos, llamado Anchor Inn, en Paseo Colón y San Juan, fue en su pluma el punto que eligió Emma Zunz para empezar la venganza contra el hombre –un patrón de fábrica– que causó la muerte de su padre.
Enigma para psicólogos. Muchos de sus asombrosos cuentos fueron escritos en cuadernos marca Lanceros argentinos, con una caligrafía casi microscópica. Como detestando su existencia. Como convocando a aquella confesión en un prólogo: "Quisiera ser el hombre invisible".
Pero, modificador de cuerpos y almas, transformó cuanto tocó. Carlos Argentino Daneri, el grotesco y mediocre poetastro de uno de sus grandes cuentos (El Aleph), es una filosa parodia de los tres olvidados escritores que ese año (1942) ocuparon el podio del palmarés, cuando era evidente que lo merecía Borges…
Amaba las palabras hasta la saciedad. Cierto día le oyó decir a su hermana Norah Borges que en su casa había "una azul pared descascarada", y no pensó en la necesidad de una reparación. Dijo, exaltado: –Una azul pared descascarada… ¡Qué lindo endecasílabo!
Vivió en Pueyrredón 2190, esquina Las Heras, quinto piso, entre 1929 y 1939, donde escribió Evaristo Carriego, Discusión, Historia Universal de la Infamia (¡imprescindible!), e Historia de la Eternidad. ¿Otros puertos?: Anchorena 1672, Quintana 263, Thames 2821 (sólo hay ruinas, telarañas que teje el yuyal), Serrano 2147 –ese mítico Palermo que creyó vivir, pero que sólo vio detrás de las rejas de un colegio inglés–, y por fin, el sexto piso de Maipú y Charcas (hoy Marcelo T. de Alvear), donde, casi centenaria, murió su madre, Leonor Acevedo.
En cuanto a Thames 2821, la Escuela Superior de Varones en cuyo cuarto grado fue inscripto el l3 de marzo de 1908…, nada queda.
Y poco importa. Porque bien dijo: "Vida y muerte le han faltado a mi vida. De ahí esa indigencia, mi laborioso amor por esas minucias".
No falta Dios en muchos de sus luminosos textos. Pero que nadie se llame a engaño: agnóstico como su padre, creyó que "La idea de Dios sólo era concebible como un propósito ético y estético". Como maravillosamente lo escribió en su poema Ajedrez, de inquietante pregunta final: "Dios mueve al jugador, y éste a la pieza / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?"
Antes de la ceguera, esa "larga tarde de verano", fue un delicioso crítico de cine, con dos pilares: su memorable texto sobre El ciudadano, de Orson Welles, y su demolición de la primera versión de King Kong: "Un mono reseco y polvoriento, de movimientos esquinados, que hace la ruina de la rubia que ama, y también del espectador".
Podría seguir, si supiera pintar, con un pincel. Recoleta: "bellos son los sepulcros, el desnudo latín y las trabadas fechas fatales". Etcétera. Y las cochinadas que cultivaban con Bioy: "Quisiera ser canfinflero / para tener una mina / metérsela con bencina / y hacerle un hijo aviador / para ser el gran campeón / de las alas argentinas". Y cosas peores: la dupla Borges–Bioy supo desgranar cosas peores. Es decir: ser humanos.
Pero la tentación es muy grande. Cierro, pues, con dos perlas del arte de injuriar, destreza británica inigualable:
Borges: –Grillo… ¿usted leyó a Silvina Bullrich?
–No…
–¿Y a Marta Lynch?
–Tampoco.
–Yo también he tomado esa precaución.
Se va la segunda:
Clima de fervor revolucionario (de café) en la Facultad de Filosofía y Letras. Borges está dando su clase de danés antiguo. Un muchachón de campera verde y zapatillas irrumpe:
–Esta clase se suspende.
Borges: –No comprendo por qué.
–Porque hay un homenaje al comandante Che Guevara.
–No me parece un motivo suficiente para suspender una clase.
–Entonces, le vamos a apagar la luz
–Imaginando una situación como ésta, he tomado la precaución de ser ciego. (Y continuó con la clase).
Pero hay una tercera, si me lo permiten.
Alguien que se identifica como de un comando peronista amenaza de muerte a Borges y a su madre. Ella, que atendió el llamado, responde: –No hay mucho mérito en matar a mi hijo, que es viejo y ciego. En cuanto a mí, apúrense, porque por ahí me les muero antes…
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En estos días de festival borgeano (que a él no le habrían deparado demasiada felicidad, ni vanidad, ni nostalgia), pretendí contar cosas desconocidas, o casi. Mi devoción de lector no podía hacer menos. Si nunca lo leyó, empiece por El Hacedor, un pequeño librito. Y si se enamora, compre sus Obras Completas, más baratas que un best seller más promocionado que notorio. Ojo con el marketing y las críticas: según sus autores, todos son Shakespeare. Hágame caso. Como en el tango, yo soy perro viejo, y los quiero bien…