Entre el 28 de abril y el 18 de agosto de 1958, Estados Unidos detonó 35 bombas nucleares en los atolones Bikini, Jonhson y Enewetak, como parte de su programa de pruebas en el Pacífico. El ejército tuvo que evacuar a toda persona y población situada a menos de 800 kilómetros de la detonación, ya que solo la luz del accionar podía quemar la retina de los espectadores.
La bomba más potente de todas, Cactus, de 3'8 megatones, se lanzó a 77 kilómetros de altitud sobre el extremo norte de la isla Runit, en el atolón de Enewetak. Su impacto, provocó una aurora de luz tan potente que pudo observarse desde Hawaii, a 1300 kilómetros de distancia. Además de un inmenso socavón, la explosión apagó los sistemas de comunicación en todo el Océano Pacífico.
Tras las pruebas, Estados Unidos empleó 3 años y más de 100 millones de dólares en descontaminar los atolones y se recogieron 85.000 metros cúbicos de residuos y tierra contaminada.
Los restos fueron mezclados con cemento de Portland y vertidos en el mismo cráter que la bomba Cactus había creado en extremo norte de la isla Runit y luego, se cubrió el lugar con una gigantesca cúpula de cemento. El cráter tiene 9 metros de profundidad y 110 de anchura, y sobre él se construyó una cúpula con 358 paneles de hormigón de 45 centímetros de espesor.
En 1980 el gobierno declaró el lugar seguro y permitió regresar a Runit y Enewetak a sus habitantes.
En el año 2000, Estados Unidos tuvo que destinar 200 millones de dólares a restaurar la cúpula, descubriendo diversos problemas. Al parecer, se han producido numerosas filtraciones en esta y, para 2025, se espera que el suelo que la rodea esté más contaminado que los residuos que contiene.
Asociaciones ecologistas temen que la cúpula pueda ser destruida por un tifón, o cualquier otro desastre natural, que libere los restos al mar. Por ello, solicitan que el contenido de la cúpula sea removido y llevado a un lugar seguro. Mientras eso ocurre, no es extraño observar como algunos curiosos que se acercan por el lugar.