Defensa Nacional: ¿aprendimos realmente la lección de los 70?

General de Brigada (R) José Luis Figueroa

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La brillante labor comunicacional de los ideólogos y los antiguos integrantes de las organizaciones terroristas de los 70, el sentimiento de culpa, el arrepentimiento inconfeso y el miedo de políticos, jueces, fiscales, artistas, religiosos por su desempeño, llevó a enraizar en la sociedad la idea de la ilegitimidad del empleo de las Fuerzas Armadas en los 70. Como en la Edad Media se culpaba de todos los males de la sociedad a los leprosos, culpar a los militares, apartar a las Fuerzas Armadas del Estado fue la mejor manera que encontró una clase dirigente para eludir su responsabilidad por las decisiones políticas y la forma insensata con la cual empeñaron las fuerzas en la mayor desventura de la historia.

Nada más falaz. Toda sociedad se organiza para enfrentar los riesgos y las amenazas que la realidad presenta, para ello, entre otras medidas, arma a parte de esa sociedad en distintas fuerzas, como las Fuerzas Armadas, Policiales y de Seguridad, y las emplea con prudencia ante agresiones, de acuerdo con las previsiones, la preparación y el marco jurídico. En tanto no existan estos tres aspectos, el costo de la defensa nacional será mayor e ineficiente.

Estos aspectos no fueron considerados ni antes ni después de marzo del 76 y ello explica el triste desempeño de las fuerzas del Estado en la defensa de la nación. La solución no discurre por la falacia argentina de cuestionar el porqué del empleo de las Fuerzas Armadas, sino el cómo se las empleó.

Caracterizar los conflictos que requieren de la defensa nacional como internos o externos, privándose en el primer caso del empleo de las Fuerzas Armadas, es el reconocimiento de la incapacidad del Estado para articular y conducir todas sus potencialidades.

Las Fuerzas Armadas deben concebirse en las necesidades de la Nación y dotarse de las políticas, el encuadramiento jurídico, las organizaciones, el adiestramiento y los recursos necesarios para ser eficientes en el empleo coordinado de la totalidad de las fuerzas, para enfrentar integralmente las agresiones. Es imprescindible abordar con honestidad y magnanimidad el tema y dar vuelta la página.

-No es justo que estén en libertad los responsables políticos y comandantes de las organizaciones que se armaron, atentaron y usaron la violencia y el terror contra el Estado, la sociedad y la democracia.

-No es justo que permanezcan presos oficiales, suboficiales y agentes civiles que sin responsabilidad política combatieron con las órdenes y las directivas emanadas por el Estado, desde el gobierno constitucional como de facto.

-Es justo que las víctimas de la represión o el terrorismo de Estado y sus hijos sean resarcidos por el Estado, pero también sería justo que las víctimas del terrorismo y sus familiares lo sean.

-De esos años de desventura hubo muchas víctimas, es necesario rescatar a los combatientes:

Los de las organizaciones terroristas, que sin comprender la guerra fría que se desarrollaba, confiadamente, con decisión y valentía se entregaron a organizaciones con dirigentes que los adiestraron, armaron y enviaron ilegítima e ilegalmente a asesinar policías, empresarios, obreros, intelectuales, militares de una sociedad que luego de muchos años de desencuentro se había unido en plena vigencia de la democracia.

Los combatientes, de las distintas jerarquías de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales y de Inteligencia que, tras la legitimidad de la causa de defender a la sociedad de las agresiones terroristas, cumplieron con valor y subordinación las decisiones políticas improvisadas dados por el gobierno constitucional y de facto.

Hoy sus hijos, hijos de presos políticos y desaparecidos están orgullosos de sus padres y lo deben estar, actuaron con convicción y valentía, pero deben tener la sabiduría de saber que unos y otros fueron mal empleados, víctimas de sus propias organizaciones, en un caso, las organizaciones terroristas y otras, del Estado. En todos los casos deben superar el odio y la confrontación. El Estado nacional debe resarcir y dar una solución política a estas situaciones.

-Es incomprensible que los responsables de las organizaciones terroristas que atentaron contra el pueblo en la incipiente democracia de los inicios de los 70, sin arrepentirse de ello, tengan injerencia y señalen la política de derechos humanos.

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De observar los acontecimientos de aquellos años surge claro que el Estado nacional no estaba en condiciones de dar una respuesta eficiente para enfrentar los riesgos y amenazas que la guerra fría presentaba, esto ocurría porque no había interés en la defensa nacional ni políticas de Estado que la contuviese. No había diálogo y acuerdo entre los líderes, excepto en el fugaz tiempo de Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín en los años 70.

-En aquella época se podía entender en la discontinuidad política ocasionada por la alternancia entre gobiernos de facto y constitucionales por la proscripción durante años del peronismo o por el daño agudo que hizo Cámpora en su breve gobierno.

Hoy estamos igual o peor y en lo referido a defensa nacional, no hay una política de Estado consensuada y como ayer la problemática no se soluciona comprando material.

-La dirigencia política no conoce, no entiende y no sabe qué hacer con la defensa nacional y está atada a lobby económico y al asesoramiento fluctuante, según intereses internos de las fuerzas, que los militares puedan dar. La defensa nacional es un tema multifacético que trasciende a las Fuerzas Armadas.

No se aprendió la lección de aquellos aciagos años y hoy como ayer, el país en defensa nacional está a la deriva y cualquier vicisitud internacional que impacte en la nación y requiera de sus fuerzas nos conducirá a un fracaso. No se debería desatender la subsistencia misma del país.

No se puede sostener, como lo señala el plexo legal existente, que las Fuerzas Armadas no pueden tener doctrina, capacitación, equipamiento para actuar en conflictos internos y que solamente podrán ser empleadas en ellos por medio de un decreto presidencial y previo declaración del estado de sitio, excepto que el decreto autorizando el empleo sea una varita mágica, es difícil explicar cómo se puede utilizar, con éxito, una fuerza que no esté adoctrinada, organizada, equipada e instruida adecuadamente, sin caer en los errores y los costos de la improvisación.

-Se deben dejar los dobleces, en el universo actual es difícil señalar la diferencia entre conflicto interno y externo, basta mirar el mundo para entender la temática.

Acuerdos necesarios

Se requiere acuerdo entre los líderes y trabajo técnico de equipos integrados con especialistas en relaciones exteriores, defensa, inteligencia, economía, etcétera de los distintos espacios políticos que integren el escenario internacional y las necesidades de defensa, que rediseñen un cuerpo jurídico moderno de defensa nacional e inteligencia y den los lineamientos y la orientación de las Fuerzas Armadas que se deben recrear.

Es hora de que el Poder Ejecutivo, los senadores, los gobernadores, en general, los líderes de la sociedad imitando a Perón y Balbín acuerden y traten los temas trascendentes de la república, entre ellos, la defensa nacional. En la inteligencia que en los temas de Estado la inacción es un crimen, una solución ministerial es una construcción de paja, una solución presidencial es una casa de barro, pero una solución consensuada en el Estado será una construcción con cimientos que resistirá tempestades, trascenderá gobiernos y nos hará confiables internacionalmente.

En un mundo siempre en crisis y cambio no atender la defensa nacional es un suicidio. Es una responsabilidad compartida de gobierno y oposición. Si la sociedad argentina, su clase dirigente, no está decidida a integrar la defensa nacional, rehabilitar e incorporar sus Fuerzas Armadas al Estado nacional con un papel definido, que trascienda apagar incendios o alojar inundados y organizarlas, equiparlas y desplegarlas con la finalidad de  enfrentar los desafíos presente y futuros, es preferible que se hagan cargo, las cierren y completen el suicidio que como sociedad hace muchos años iniciamos en un proceso decadente y desintegrador que pareciera no tener fin.

Entonces, tal vez y con mucha suerte nuestra descendencia tenga la oportunidad de hacer lo que nosotros no fuimos capaces: reconocer que el otro existe, dialogar, acordar y proyectar una sociedad que nos incluya y potencie.

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