Una tenue llovizna caía sobre Jujuy capital el 4 de febrero de 1931 cuando nació la primera hija de Carmelo Martínez y María Josefa Cartas.
La bautizaron María Estela. Y a la usanza provinciana –aunque su padre era porteño– la ornaron con los dos apellidos.
Así sería para siempre en sus documentos… pero no en toda su vida.
Terminado su destino en la sucursal bancaria jujeña, la familia retornó a Buenos Aires.
Hija de un matrimonio de clase media, María Estela cumplió un paso obligado –la escuela primaria–, y otro de moda: clases de danza… sin saber que en esta última destreza se ocultaba su destino.
Apenas a sus 7 años perdió a su padre: muerte súbita.
Pero algún oscuro conflicto se anudaba entre ella y su madre.
Apenas terminada su adolescencia rompió todo lazo sanguíneo familiar y dio una extraña vuelta de tuerca…
Ya con el seudónimo de Isabel –que acabaría por acompañarla el resto de su vida- se unió a una compañía de danzas populares que recorría dudosos escenarios latinos.
"Dudosos" es la definición más piadosa de aquellos barracones…
Hacia fines de 1955, mientras la compañía actuaba en el cabaret Pasapoga de Panamá, sus ojos se cruzaron con un hombre alto, maduro, cincuentón.
Era Juan Domingo Perón.
Presidente de los argentinos desde 1946 hasta el 16 de septiembre de 1955 –fecha del golpe militar que lo derrocó–, ambulaba por América latina con un pequeño séquito de incondicionales, y esa bailarina, que se hacía llamar Isabel Gómez, lo cautivó.
Desde entonces vivieron juntos en Panamá, Venezuela, República Dominicana, hasta recalar en Madrid y en un chalet del barrio Puerta de Hierro.
Que no tardó en llamarse 17 de Ocubre: el oráculo por el que desfilarían políticos, sindicalistas, periodistas… hasta 1973.
Se casaron el 15 de noviembre de 1961.
Isabel fue la tercera mujer legítima de Perón.
La primera fue Aurelia (Potota) Tizón.
De lo que entonces llamaban "una chica de buena familia".
Conoció a Perón en los bosques de Palermo.
Ella dibujaba paisajes con un grupo de amigas, y él pasó al trote, en uniforme blanco, sobre su caballo, como un héroe ecuestre.
Flechazo romántico y pronta boda.
Para él, un peldaño en el ascenso social.
Pero un cáncer se la llevó en 1938, apenas a los 36 años.
Seis años después, en 1944, aparecería en su vida María Eva Duarte.
Nativa de Junín e hija natural de Juana Ibarguren, amante del estanciero Juan Duarte, recién adoptó el apellido paterno cuando el hombre estaba cerca de la tumba…
Por entonces, Cristina Elisabet Fernández, vecina de Tolosa, La Plata, y estudiante de Derecho, también bregaba por el ascenso social.
Se dice (aunque no es verdad histórica: apenas leyenda) que se acercaba a compañeros de apellidos copetudos, aunque sin lograr resultados concretos: noviazgo, matrimonio y mejor posición en la bastante cerrada sociedad platense.
Hasta que conoció a un santacruceño flaco, bizco y fogoso, también estudiante de Derecho, en 1974: Néstor Carlos Kirchner.
Curiosa sincronía: el mismo año de la muerte de Perón, el primer día de julio, en Buenos Aires, de una crisis cardíaca, a los 81 años.
Nada inesperado. Desde su primer retorno al país, su quebrantada salud no le auguraba un largo tiempo en el poder.
Un alto en el camino.
Un interrogante.
¿Por qué las dos últimas mujeres de Perón pertenecían al mundo artístico, aunque ambas muy lejos del estrellato?
Algunos testigos de sus primeros días como coronel, y otros que lo acompañaron en sus dieciocho años de exilio, aseguraban –aunque en voz baja– que la sexualidad de Perón no era su rasgo dominante.
Su libido latía en la voluntad de poder.
Sin embargo, después de sus primeras noches con Eva Duarte, les confesó que "ninguna mujer me hizo sentir así antes"
Y algo similar le sucedió con María Estela, aquella ignota Isabel Gómez del coro de bataclanas.
No es casual que las dos damas que le hicieron bullir la sangre tuvieran larga experiencia en la materia…
Eva Duarte llegó a Buenos Aires (para una provinciana de escasa instrucción, la Ciudad de los Sueños) a los 14 años.
Pasó hambre.
Vivió en una pensión, protegida por la actriz Pierina Dealessi, con muchas tablas bajo sus pies.
Y mucho debió haber rodado para llegar al cine y a la radio…
Como tantas, y desde siempre en casi todo el mundo.
En cuanto a Isabel, es presumible lo mismo.
Una vida de bataclana trashumante, aun despojándose de todo prejuicio, permite obvias conjeturas…
Pero más allá de que ambas, a su tiempo, hayan alegrado los sentidos de Perón, ese paralelismo acarreó trágicas consecuencias para el país.
Empiezan los trágicos años 70.
La Universidad de La Plata (como casi todas las del país) es un hervidero pseudo revolucionario.
El 1º. de junio de 1970, en una chacra de Timote, provincia de Buenos Aires, y después de ser raptado por un grupo de criminales disfrazado con uniformes militares el 29 de mayo y sometido a una patraña de juicio "revolucionario", asesinan al general Pedro Eugenio Aramburu.
Es el trágico y cobarde debut de los Montoneros.
Con algunos nombres inolvidables que aún resuenan: Firmenich, Abal Medina…
Los Kirchner, novios, subidos a la ola, presumen de militantes de izquierda.
Pero terminados sus estudios, parten al que sería su lugar en el mundo: Río Gallegos, patria chica de Néstor, y más tarde la de ella: El Calafate.
Una vez allí fundan el Estudio Néstor Kirchner.
Primer paso hacia su colosal fortuna.
Y llegan dos hijos: Máximo (1977) y Florencia (1990)
Perón, en su dorado exilio madrileño, tiene cien obsecuentes pero ni un solo hombre de confianza.
Militar de pies a cabeza, odia a la izquierda.
Pero tentado por volver, y enterado de los asesinatos, las bombas y los secuestros de las bandas Montoneros y ERP, no vacila en llamarlos "Juventud maravillosa". Y en una carta ológrafa escrita tras el asesinato de Aramburu, dice "apruebo todo lo actuado".
Pero el matrimonio Kirchner nunca formó parte de esa "juventud maravillosa" que asesinaría a casi 1.500 almas.
Revolucionario "de la boca para afuera", como decían nuestras tías, se dedica con frenesí a la acumulación de dinero.
Según Néstor, abrazado a una caja fuerte (y filmado), el dinero es "¡Extasis!"
Y su mujer no evita referirse a Perón, más de una vez, como "ese viejo de mierda".
La verdad de la milanesa, por muchos filtros y subterfugios que le pongan, es sólo una: la izquierda, en todas sus formas, se metió debajo del nombre y el paraguas protector de Perón… ¡porque era la única manera de logar un voto!
Pero mientras, con Perón aún vivo, cosas extrañas suceden en la quinta de Puerta de Hierro.
Un personaje tan mediocre como siniestro se adueña del lugar, del general y de su mujer.
José López Rega.
Un oscuro policía retirado.
Seduce a Isabel con sus delirantes teorías esotéricas que predicen el futuro.
Filtra la correspondencia e impide la entrada de los muchos visitantes y militantes que peregrinan hasta el santuario madrileño.
Vive con Isabel en un cuarto alejado del dormitorio conyugal.
Cierta vez, alguien de su confianza le pregunta a Perón por qué depende de un sujeto ignorante y arribista como López Rega.
Respuesta:
–Vas a entenderlo el día en que no puedas levantarte solo del inodoro.
La muerte empieza a volar sobre él…
Pero aun le queda el último suspiro del poder.
De pronto… ¡Néstor Presidente!
Ominosa decisión de Eduardo Duhalde ante la carencia de candidatos.
Gobierna desde el 25 de mayo de 1003 hasta el 10 de noviembre de 2010, abatido por un infarto apenas a los 60 años.
Pero… ¿qué ha quedado de Perón, salvo su cadáver mutilado? (violaron su tumba, le cortaron las manos, y nunca fueron devueltas)
Pero… ¿qué ha sido de Isabel después de su mayor acto político?
Dato para las nuevas generaciones: ella e Italo Luder firmaron, en 1975, el decreto de "aniquilación total de la guerrilla subversiva"
Ella, en pleno ejercicio de la presidencia luego de la muerte de Perón, como vicepresidenta.
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¿Y que ha sido de la otra viuda, Cristina Elisabet Fernández?
Ocho años de gobierno.
Una frase tan temible como inolvidable: "Sólo hay que tenerle miedo a Dios… y un poquito a mí".
Ocho años de democracia disfrazada de otra cosa.
¡Ciento veintiuna cadenas oficiales!
¡Cuatro mil seiscientos minutos de cadena nacional!
Sin contar los bailoteos desde el balcón seguidos por la legión de aplaudidores a sueldo, o gratis.
Según.
Entretanto, la mediocre Isabel, apenas recordada por un ruego en el hall del Hotel Claridge, calle Tucumán, al que asistí de casualidad: tomaba una copa con un amigo.
Enjambre de periodistas.
Y ella, al salir del ascensor y con equívoco acento español, clamó: "¡No me atosiguéis!"
Más que una presidenta, fue un títere de su entorno: políticos y gremialistas despiadados que hacían su juego mientras ella se derrumbaba, enferma, y muchas veces sin poder abandonar la cama.
En la calle, violencia guerrillera, represión bestial, ríos de sangre.
En los mercados, góndolas vacías.
Especulación todo terreno.
La gran pregunta: ¿por qué un político de la talla de Perón eligió a su mujer para sucederlo en el mando?
Acaso haya que encontrar la respuesta en su propio juego maquiavélico.
Alentó los crímenes de la "juventud maravillosa" y después, al echarlos de la Plaza de Mayo ("estúpidos, imberbes") les declaró la guerra.
Y tampoco podía confiar en los militares ("son unos bestias", dijo) ni en la derecha bárbara y criminal encarnada en López Rega y su Triple A.
Frente a la violencia, les ordenó un "somatén": palabra catalana que usó Francisco Franco en España para aniquilar a sus enemigos por izquierda…
Pero habían alcanzado tanto poder, que tampoco esa derecha ciega, loca y asesina era confiable.
Optó entonces por la fórmula Perón–Perón. Él e Isabel.
Rasgo mesiánico de dictador.
Sabía que Isabel era una inepta para la tarea, pero confió en en peso del apellido y en la lealtad de unos pocos.
Ya había muerto cuando, apenas pasada la medianoche del 24 de marzo de 1976, el helicóptero presidencial desvió su rumbo…
Los Kirchner, en cambio, tenían un plan de largo plazo.
Néstor presidente: cuatro años.
Sucesora: Cristina. Otros cuatro.
Tercera etapa: otros cuatro de Néstor.
Cuarta: otra de Cristina.
Doce años de éxtasis, de cajas fuertes, de dólares. de populismo indisimulado, de látigo contra los opositores, de aplaudidores babeándose y dejándose humillar.
"Soy yo, Cristina, pelotudo. ¡Buscá en Internet, pelotudo!"
María Estela Martínez Cartas de Perón tiene 86 serenos años.
Sigue viviendo en Madrid.
Hace más de cuatro décadas que el general es un recuerdo.
Y nadie se acuerda de ella.
En cuanto a Cristina, rodeada por ocho o más procesos judiciales –el más grave, asociación ilícita para delinquir con fondos del erario público–, no se resiste al olvido.
Sueña con una banca en el Parlamento.
Aunque algunos millones sueñen con verla entre rejas…
Porque en la República Argentina todo es posible. Y nosotros –¡siempre!– los pavos de la boda.
Pavos, gansos, salames, descerebrados…
Porque nos comimos, y digerimos –felices– todos los cuentos de hadas, los cuentos chinos y las fábulas de Perrault, Esopo y Samaniego.
¡El general diciendo que era un león herbívoro…, se abrazaba con Balbín, mientras su esbirro López Rega and banda mataban a mansalva lo mismo a guerrilleros que a respetables profesores, escritores, intelectuales… por el pecado de tener un libro de Marx (no Groucho) en su biblioteca!
¡Las tropelías nocturnas de las fuerzas de seguridad, que además del sospechoso se alzaban con cuadros. Muebles, platería… y bebés!
¡Los Falcon verdes a toda hora del día y de la noche, mientras afirmábamos nuestro "ser nacional" recitando el nuevo credo: "Algo habrá hecho"!
Digresión no tan digresiva. En los 70, Alemania, Japón e Italia padecieron el flagelo subversivo nacido, en parte, por el delirio de Fidel Castro y el Che Guevara desde su fácil triunfo contra un dictador patético como Fulgencio Batista.
Sin embargo, las fuerzas de seguridad terminaron con esos criminales… sin una denuncia por violación de los derechos humanos.
Los batieron con la ley en la mano.
Pagaron su diezmo de sangre.
Pero fieles a su religión de democracia y justicia.
Entre nosotros, las fuerzas de seguridad sumaban 276 mil hombres, y la guerrilla, con suerte, no más de 20 mil…
Pero los militares tenían que lucirse.
¡Qué ley ni ley!
Secuestro, tortura, muerte, y robo de bienes.
Pudieron retirarse del frente, sino como héroes, como hombres y profesionales de bien.
Pero no.
Todo al revés.
Y odio por generaciones contra el uniforme del genio del Cruce de los Andes.
¡Isabel primera dama y presidenta de la Nación sin más título que bailarina de un cabarute centroamericano!
¡Cristina "eterna" más allá de la aterradora corrupción y los dólares que vuelan en bolsos hacia el altar consagrado por el Santo Padre!
Qué pena.
Pudimos ser el país de San Martín, Belgrano, Sarmiento.
Pero nuestra zona de confort es apenas la tapera del Viejo Vizcacha.
Cuando el filósofo español José Ortega y Gasset nos gritó "¡Argentinos, a las cosas!", tenía la esperanza en el fondo de la Caja de Pandora.
Pero las dos viudas se la robaron.
Y sólo nos quedaron todos los males.