Los años 70 a fondo (Ediciones SB) está precedido de un prólogo del politólogo Eugenio Kvaternik y un estudio preliminar de Pablo Anzaldi que contribuyen a dotar la percepción de una etapa aún reciente de nuestra historia de elementos y categorías de análisis hasta ahora sacrificados en el altar del revanchismo y el reivindicacionismo acrítico que hegemonizaron las lecturas de lo ocurrido en los setenta a lo largo de la última larga década.
¿Cómo empezó la violencia? ¿Qué estrategia de toma del poder tenían las organizaciones armadas? ¿Fue la Triple A una creación de un individuo? ¿Qué pasó realmente en Ezeiza? ¿Los caídos de esos años fueron víctimas pasivas de un genocidio, bajas de una guerra civil? Son algunos de los interrogantes que Anzaldi responde en un prólogo denso de definiciones y que -promete- será ampliado en un próximo libro.
Poner fin al desfile de máscaras (Kvaternik)
Este nuevo enfoque, escribe Kvaternik, busca "poner fin al desfile de máscaras", rompiendo con el consenso de estos años de kirchnerismo basado en "el supuesto de creer que sólo existieron crímenes contra la humanidad y no crímenes contra la comunidad política a la que pertenecían los grupos en pugna". Una negación que llevaría a concluir que "en los 70 no hubo ni un conflicto civil, ni una guerra asimétrica, ni una guerra interna, ni siquiera algún tipo de violencia" (de la intensidad que se le quiera dar), sino "simplemente una guerra provocada por un solo demonio que se ensañó contra la humanidad".
Kvaternik y el autor convergen en una caracterización de la guerra, pero Anzaldi coloca además a Perón en el centro del análisis y sostiene que -fracasado el intento del propio líder de institucionalizar su conducción- los grupos en pugna se disputaban su formidable herencia política y un liderazgo que no estaban en condiciones de heredar ni de sustituir.
"Ninguno de los actores, ni siquiera los políticos peronistas y radicales, creían en la continuidad de la democracia", sostiene, en referencia a un golpe de Estado que no tomó a nadie por sorpresa.
Buena parte del libro de Anzaldi lo componen largas entrevistas con protagonistas de los '70, algunos ya escuchados, otros olvidados por una lógica binaria que exaltó a héroes y condenó a réprobos, empañando la visión histórica que, como señala el propio autor, no puede limitarse a la memoria aunque se nutra de ella.
Así desfilan ex referentes del PRT-ERP como Luis Mattini y Julio Santucho, de Montoneros -Roberto Perdía-, o Jorge Rulli, pionero de la Resistencia Peronista, Alberto Brito Lima, dirigente del Comando de Organización -que dialogó con el autor poco antes de su fallecimiento, en 2012-, también con integrantes del Ejército Argentino, como Santiago Omar Riveros, Ernesto Barreiro y Jorge Mones Ruiz, y familiares de víctimas, de la represión ilegal -Graciela Fernández Meijide- y de las organizaciones armadas -Silvia Ibarzábal.
Pablo Anzaldi es politólogo, investigador y docente en varias universidades (UCA, UCALP, Untref y USES).
A continuación, la charla con Infobae (de la que puede verse un extracto en el video):
— ¿Hay más sinceridad en los actores de los '70 en lo que cuentan hoy sobre aquellos años que en los '80 o '90?
— En cuanto a lo que pasó, hay por lo menos dos niveles de interpretación posibles: uno es cómo vivió cada protagonista, su experiencia y su enfoque particular. Eso es válido; hace a la memoria. Pero para la historia, entendida como disciplina científica o social, como hermenéutica, la memoria no alcanza; la historia es necesariamente una puesta en paralelo de distintas memorias, de distintos registros históricos, y al mismo tiempo una crítica de la memoria. Precisamente, hay historia como disciplina porque con la memoria no alcanza. Por lo tanto, el grado de sinceridad de lo que se diga está en buena medida al servicio de interpretaciones históricas.
Hay una primera gran construcción, que tiene equívocos garrafales: la del trípode Verbitsky, Bonasso y Galasso, hegemónica en los años del kirchnerismo
— ¿Cuál es tu propio enfoque de los '70?
— Con Eugenio Kvaternik desarrollamos una escuela nueva de interpretación de los años '70. Hasta ahora tenemos, por un lado, la escuela catártica, y la testimonial, así sea de protagonistas vinculados a las organizaciones armadas de izquierda, básicamente Montoneros y PRT-ERP, o a las mismas fuerzas armadas y de seguridad. Una memoria catártica, para expiar el dolor, cosa totalmente legítima. Y luego hay construcciones en orden a eso. Hay una primera gran construcción, que creo que tiene equívocos garrafales, que es la del trípode (Horacio) Verbitsky, (Miguel) Bonasso y (Norberto) Galasso, hegemónica en los años del kirchnerismo. Luego hay otra literatura, diría pro Proceso militar, otra que orilla entre el peronismo y el radicalismo. Y, finalmente, está nuestra escuela -escuela como término que agrupa a una vertiente- en la que nos focalizamos en la teoría del partisano de Carl Schmitt y en la teoría de la insurgencia y contrainsurgencia. Para nosotros acá no hubo una guerra civil, en el sentido de la guerra civil española, porque no hubo una fractura en el campo de las masas. No hubo tampoco un genocidio, a menos que la palabra genocidio signifique la aniquilación de dos organizaciones armadas específicas. No hubo tampoco un Estado terrorista, que fue la apuesta fuerte sobre todo del PRT-ERP que era que los militares salieran a cazar civiles indiscriminadamente, como un poco pasó en Argelia o en Vietnam, y eso no se produjo: la represión fue muy focalizada, hubo un aniquilamiento bien preciso. Por lo tanto no hubo un Estado terrorista ni un genocidio. Lo que sí hubo fue una insurgencia y una contrainsurgencia. Ahí mi propia interpretación, quizás no sea la de Eugenio, es que esa insurgencia y esa contrainsurgencia disputaban la herencia política, enorme, fenomenal, que deja la muerte del general Perón.
Perón no era estúpido: no iba a dejar que desarrollasen una estrategia de guerra popular incluso en su nombre, siendo él presidente
— Kvaternik señala en el prólogo que el relato en estos 12 últimos años exculpa totalmente a un sector, las organizaciones armadas: sus integrantes sólo fueron víctimas. Y la pregunta es si quien hoy tiene 15, 20 años, puede a partir de ese relato entender por qué hubo un golpe en la Argentina.
— El relato del kirchnerismo es falso. Y por lo menos dos organizaciones de derechos humanos, la de Hebe de Bonafini y la de Estela de Carlotto, son agrupaciones político-ideológicas que han contribuido a este relato. Ya no son organismos de derechos humanos, hace 30, 40 años que no toman una denuncia ni trabajan sobre la cuestión, salvo sobre las secuelas. Yo no creo tampoco que el golpe se deba exclusivamente a las organizaciones insurgentes y a una necesidad de contrainsurgencia porque ya con Perón había empezado la contrainsurgencia, porque Perón no era estúpido: no iba a dejar que desarrollasen una estrategia de guerra popular incluso en su nombre, lo cual era especialmente absurdo siendo él presidente. Esto no lo hace a Perón un conservador, no lo hace un liberal en el sentido actual de la palabra liberal, un hombre ligado al capital transnacional o a las clases dominantes; no, Perón fue fiel a su proyecto histórico.Pero en ese contexto los militares dan el golpe y libran la lucha contra la insurgencia.
La contrainsurgencia es una respuesta simétrica, inversa, y en lo posible más fuerte y eficaz a una insurgencia
— Un planteo original del libro es revisar la versión en boga sobre la Triple A. Rodolfo Walsh, que hoy es muy venerado, pero no sé si tan leído y entendido, dice en su famosa carta que "las Tres A son las tres armas", o sea, las Fuerzas Armadas. Pero hoy Triple A es sinónimo de López Rega.
— Sobre eso hice una investigación en paralelo y no tengo ninguna duda que, por poner una cifra, si lo que se conoce como Tres A tuvo mil víctimas, a López Rega y su grupo de comisarios no le entran más de 50 u 80. El grueso fue contrainsurgencia peronista combinada con sectores de la juventud nacionalista militar, en realidad como respuesta a las agresiones del Ejército Revolucionario del Pueblo, el ataque (al cuartel) de Azul (19 de enero de 1974), como respuesta al asesinato de (el secretario general de la CGT, José) Rucci, como respuesta a la continuidad de la lucha armada de todos estos sectores. Es decir, la contrainsurgencia es dialéctica, es una respuesta simétrica, inversa, y en lo posible más fuerte y eficaz a una insurgencia. La insurgencia busca prender ante las masas y desarrollar la guerra revolucionaria. Y acá las llaves del reino las tenía Perón quien era el líder de las masas populares argentinas. Él toma a Montoneros en los tiempos en que necesitaba presionar al régimen para lograr una salida pacífica. Pero luego, cuando sale el plan de paz del año 72/73 éste es profundamente rechazado por el sector montonero; eso está reflejado en el libro de (Miguel) Bonasso. Se indignan con Perón porque proponía la paz y no la carnicería a la que llevaba la estrategia demencial de plantear una lucha revolucionaria mintiendo sobre la naturaleza de Perón.
— Además, después de las elecciones sin proscripciones que el peronismo gana dos veces, las organizaciones armadas no habían dejado la lucha armada.
— Nunca.
— El ERP lo proclama abiertamente, lo dice, Montoneros no lo dice pero mata a Rucci.
— Sí, pero además hay una guerra más profunda que se da, para hablar con el lenguaje de la época, en el seno de las masas. Y esa lucha de Montoneros encuentra a sectores de la juventud peronista no montonera, como la JP-RA, la Juventud Sindical, el Comando de Organización; una guerra no visible quizás pero no menos profunda por la conducción de grandes territorios y espacios y de organizaciones sociales y sindicales. Y eso es algo que continuó permanentemente porque Montoneros, o la FAP, que se está incorporando a Montoneros, mata a Dirck Kloosterman dos días antes de la asunción de (Héctor) Cámpora. Kloosterman era el secretario general del SMATA y de origen socialdemócrata, lejos del estereotipo que ellos dibujan.
— En la entrevista, Roberto Perdía dice varias veces que "los gringos" (sic) decidieron el golpe del 24 de marzo del 76, lo que no se ajusta a la realidad, y soslaya el respaldo soviético….
— La conducta de los actores debe analizarse a partir de los actores mismos, en un contexto, por supuesto. El golpe del 76 se dio por decisión por un grupo de generales y también del sistema político de aquel entonces, menos de Isabel y los peronistas…
— Tuvo el consenso de casi todos los sectores.
— Claro, los que no estaban en el gobierno. (Ricardo) Balbín, que podría haber usufructuado su candidatura presidencial en el 76, prefirió trabajar para el golpe y no por salvar la idea de diálogo político que había instaurado el regreso de Perón ya desde el Nino [N. de la R: la reunión multipartidaria en la que Perón convoca a la unidad nacional, noviembre de 1972]. En lugar de trabajar en esa senda, trabajó por el golpe. Es decir, las decisiones se tomaron acá. Pero el golpe del 76 fue respaldado sí por la Unión Soviética y no por Estados Unidos, todos sabemos que Jimmy Carter y Patricia Derian, que falleció hace poco, estuvieron totalmente en contra. Ahora, la alianza con Estados Unidos se produce ya en los '80 con (Leopoldo) Galtieri.
La torpeza fue una escuela en Montoneros
— ¿Cuál es tu caracterización de Montoneros?
— Montoneros tuvo un bombazo mundial que fue el secuestro y aniquilamiento de (Pedro Eugenio) Aramburu [mayo de 1970]; fue un magnicidio de una escala enorme y que, a medida que Perón se va a aproximando a la Argentina y se produce el vuelco masivo de la juventud, es decir a nivel de centenares de miles, le dio a Montoneros un hándicap, porque ellos habían liquidado al responsable, además del golpe (del 55), de los fusilamientos (de 1956) y del (robo) cadáver de Eva Perón, que era un tema muy sensible al peronismo. Ahora, todo ese evento propagandístico también les dio un hándicap para una serie disparatada de decisiones políticas. Queda muy claro en la entrevista con Perdía que el núcleo, la conducción, nunca fue peronista. No hablo del militante que se incorpora masivamente desde el 17 de noviembre del 72 hasta que Perón los echa de la Plaza de Mayo, el 1° de mayo del 74. Porque luego Montoneros se pincha, queda como una organización chica, de 5 a 10 mil hombres, y es aniquilada, totalmente aislada, no sólo del movimiento de masas, sino también de los actores con los que antes se había vinculado: con el radicalismo, por el asesinato de (el ex ministro del Interior Arturo) Mor Roig y con sectores del Ejército que lo veían quizás como un grupo nacionalista católico, que estaba dentro de la tradición histórica argentina de la cual el Ejército se sentía depositario, a partir de Formosa, porque ya lo vieron como un enemigo total. Por lo tanto, la torpeza fue una escuela en Montoneros y el núcleo de conducción -por lo menos el que quedó porque a Montoneros le barrieron tres conducciones- nunca fue peronista, quiero decir que no acató jamás la conducción de Perón sino que fue un uso de su gran imagen. Porque estamos hablando de una Argentina en la que Perón, desde el año 46 hasta el 73, cuando era candidato mantenía del 62 al 63 por ciento de los votos; una abrumadora mayoría en los sectores populares y en sectores medios, y Montoneros usufructuó eso. Ahora bien, nunca tuvo tampoco Montoneros una estrategia clara, nunca fue ni insurreccional, ni guerra popular prolongada, ni tuvo claro cómo se pasaba del foco hacia la toma del poder. Desde aquel entonces hasta la fecha, Montoneros y sus herederos sentimentales y espirituales orbitaron entre la marginalidad política que les proporcionaba el marxismo y el sistema de relaciones que les daba el peronismo, iban y venían.
— ¿Y el ERP?
— Con el ERP las cosas estuvieron siempre mucho más claras porque el ERP es un subproducto de la crisis del radicalismo y la prohibición de los partidos políticos con el golpe de Onganía (1966) y de las crisis recurrentes del trotskismo, más el grupo de Francisco René Santucho, el hermano, que formuló el indigenismo. Se planteó siempre como guevarismo, como antiperonista. Sin Perón, Montoneros no hubiera existido, pero sí el ERP. Del mismo modo que Tupamaros existió en Uruguay donde no estuvo Perón. El ERP siempre se lanzó a una lucha frontal por la toma del poder, por la revolución armada, y fue aniquilado; no ganó jamás una batalla.
— ¿Es posible reconstruir la mentalidad de una época? Hoy la democracia es vista como un valor casi absoluto, un fin en sí misma. En aquella época no era así para nada. El horizonte de ideas es tal vez lo más difícil de transmitir.
— Hay un tema que yo postulo que es la cuestión de Perón como principio de legitimidad política en la Argentina. Es decir, al ser derrocado en el 55 se intenta generar un sistema político sobre la base de la exclusión de la mitad más uno de la población y del líder que la representa. Y ese líder no tenía relevos porque la relación de conducción y de liderazgo tiene elementos inmateriales intransferibles, cuestiones afectivas, de carisma, y al mismo tiempo una capacidad años luz de Perón en relación al resto de los actores. Cuando viene en el 73, Perón percibe esto e intenta reemplazar su liderazgo personalizado con una idea de la institucionalidad, que no funciona, se hace trizas. En gran medida porque los mismos actores comenzaron a pelear por un espacio que no les correspondía que era el espacio de la conducción del pueblo, que era un espacio absolutamente excepcional. Y otro tema muy interesante es explicar la lógica de las decisiones de la contrainsurgencia militar, es decir la desaparición de personas, los centros clandestinos, etcétera. Ahí hay entrevistas muy importantes en ese sentido donde también los militares muestran su naturaleza profesional. Quiero decir que, así como un oficial de ingenieros hace lo mismo en el ejército argentino o en el ejército cubano, un oficial de inteligencia también, y sobre todo en la Guerra Fría. Cuando los cubanos tuvieron insurgencia en los años '60, la llamada guerra del Escambray, hicieron lo mismo: capturaron, sacaron información por cualquier método, incluyendo tormentos, y los aniquilaron. Y la misma política contrainsurgente aplicaron acá, la misma aplicó Rusia con los chechenos, o en Sri Lanka con los tamiles. Es decir, es una lógica de una profesión muy difícil y sobre todo altamente tensionante en los años de la Guerra Fría y en guerras de tipo insurgente-contrainsurgente, que no son guerras civiles ni mucho menos convencionales. En este tipo de guerras de guerrillas de organizaciones contra el Estado, el aparato de inteligencia militar tiene esa función y ese es el rasgo de la profesión. Es la lógica que trato de explicar y que se nota bien en el reportaje a Ernesto Barreiro.
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