Un lector exquisito como Juan Pablo Correa recuerda a un escritor exquisito como Charlie Feiling, a 20 años de su muerte.
Entre los adjetivos indispensables a la figura de Charlie Feiling, el más usado se refiere a su cortesía. El grado supremo de la cortesía se podría decir. Que se llevaba muy bien con su espíritu burlón y no le impedía ser preciso y feroz en el ejercicio de la crítica y protagonizar encendidas polémicas.
Por ejemplo: "Posmoderno, posmodernidad. Peor aún: la condición posmoderna. Como algunas otras personas, quien firma esta columna suele montar en cólera cada vez que escucha tales términos, semejante frase. A la vaguedad y la falta de ejemplos, los apóstoles de la posmodernidad les suman dos rasgos aborrecibles: cierta declamada angustia —golpes en el pecho y llanto por las certezas perdidas— y la soberbia de definir para el bronce el momento en que uno vive.", escribía en la revista Lulú para después proponer una visita por el Museo de Bellas Artes deteniéndose en algunos cuadros.
Tres novelas, un esbozo, un poemario regocijante y sus artículos, son el bagaje con el que Charlie Feiling se presenta ante la posteridad. Los tiempos que corren parecen indicar que los artículos serán los que permanezcan. Puede ser, qué buenos que son. Su polémica con Aira no es de lo mejor que ha escrito pero revela algo de su carácter. Le gustaba ser un hombre clásico, casi un conservador. Se me hace parecido a sus antecesores —Sara Gallardo, Enrique Raab—, algo a contrapelo de su época. Odiaba al surrealismo y a Spinetta. Le gustaba definirse como "Un ateo de los de antes".
El mito se anuncia en la novela de Bizzio y Guebel El día feliz de Charlie Feiling. Guebel lo recuerda así: "Imperturbable, brillante, amable, condescendiente y epigramático". Y su gran amigo Luis Chitarroni pondera: "Su énfasis retórico encantador".
Yo recuerdo lo que se escuchaba en el contestador de su casa: "O no son las dos de la tarde y estamos durmiendo, o hemos salido". Y creo que sus novelas siempre tendrán lectores.
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