"¿Esta entrevista para qué medio es? ¿Infobae? Estoy tratando de situar el público". La frase sirve para ilustrar la comodidad con la que Arturo Pérez-Reverte se mueve frente a la prensa: con su vasta trayectoria como periodista y las tantísimas horas como entrevistado, sabe que el grabador que tiene delante, en realidad, es un megáfono. Sabe qué quiere decirle a quién y cómo. No habla gratuitamente y si en algún momento suelta una frase provocadora es porque "la vida", como dice, "proporciona muchas ocasiones para hacer frases escandalosas y la cuestión es aprovecharlas o no".
La entrevista es en el lounge del piso 11 del Hotel Alvear. El damero de las baldosas, el cielo despejado, la vista imponente del Río de la Plata, Pérez-Reverte como el huésped solitario que espera ante un café, un mozo silencioso que fajina copas: todo parece una gran puesta en escena salida de una novela.
Desde el inicio, Pérez-Reverte se muestra como cómplice antes que como entrevistado. Habla con una media sonrisa en la boca y en los ojos, viste un traje cortado a medida, lleva la barba prolijamente crecida, usa un reloj salido de una publicidad de Roger Federer o Lewis Hamilton. Podría ser la encarnación de su última creación literaria, Lorenzo Falcó, protagonista de la novela que lleva su apellido y que promete convertirse en una saga.
La trama está situada en la Europa de los años 30. Falcó es un extraficante devenido en espía que no tiene dilemas morales en trabajar para cualquier bando, en tanto pueda ser fiel a sí mismo. A diferencia de las novelas de Ian Fleming o John Le Carré, en Falcó hay una suerte de desideologización de la figura del espía.
Es muy fácil ser un héroe con fe, hasta un idiota puede serlo
—Me interesa un tipo de personaje —dice Pérez-Reverte—, un tipo de "héroe", entre comillas. Hay unas constantes en mis libros: un tipo de héroe, un tipo de mujer, un tipo de situaciones. El héroe con fe no me interesa. Es muy fácil ser un héroe con fe, hasta un idiota puede serlo: va al Cielo con Alá o va y se abraza a una bandera. Pero para ser un héroe sin fe hacen falta rasgos más interesantes. Cuando tienes fe, siempre encuentras gente que te arropa: iglesias, cuarteles, banderas, discursos, desfiles. El héroe sin fe, el héroe solitario, no tiene más que sus cojones. Su sable y su caballo, dicho en términos románticos.
—No le interesa el héroe con fe: ¿y el político con fe?
—Eso no existe. No conozco ni uno solo. La política es una especie de sucesión de filtros: la honradez, la decencia, la dignidad se van quedando y al final solamente queda aquel al que los filtros le han quitado todo eso o los que directamente no lo tenían. Siempre hay que desconfiar de los que han llegado, porque significa que no les queda nada. Y cuando veo un superviviente siempre me pregunto qué hizo para sobrevivir.
—¿Un superviviente de la política?
—Un superviviente en la vida, en la política, en los holocaustos, en lo que tú quieras llamar. ¿Cómo hizo para sobrevivir? Usted estaba en Auschwitz y sobrevivió: explíqueme cómo lo hizo. Usted estaba en Malvinas y sobrevivió: explíqueme cómo lo hizo. A usted lo detuvieron en la ESMA y sobrevivió: cuénteme cómo lo consiguió.
—Pero eso sería culpabilizar a la víctima.
—No lo digo porque desconfíe: me interesa, necesito saber. Usted estuvo en Auschwitz, tuvo suerte, se completó el vagón del tren y lo pusieron a picar piedras. Pero usted estuvo interrogado en la ESMA durante un mes y usted era montonero con crímenes detrás y sobrevivió: ¿por qué sobrevivió?, ¿le cayó simpático al torturador?, ¿le contó algo de su vida? Todo debe ser sometido a análisis crítico. La palabra héroe es muy peligrosa.
—Falcó, el héroe de la novela, no es alguien por el que se pueda tener demasiado afecto.
—Bueno, se lo tienen: el libro está teniendo mucho éxito. Falcó es un hijo de la gran puta, pero hay muchos tipos de hijos de puta. Yo sabía que, para ser adoptado por un lector, necesitaba dotar a Falcó de otras cualidades. Entonces le di algo fundamental, que son reglas. Cuando la vida te despoja de palabras como Fe, Patria, Bandera, Religión, todas esas palabras con mayúscula, no te deja nada. Entonces tienes que montártelo para sobrevivir, para mantenerte digno, mantenerte en pie. Falcó es fiel a esos códigos. El admira el valor, el coraje, la dignidad, la entereza. Ahí reconoce a sus hermanos.
—¿Cuáles son sus códigos? Seguramente, como todos, ha atravesado filtros en el camino.
—En ese sentido, soy un poco como Falcó. Falcó no soy yo ni yo soy como Falcó. Le he prestado cierta forma de mirar el mundo, ciertamente.
—¿Esa mirada pesimista que viene de la época en que trabajaba como corresponsal de guerra?
—No solamente. También de los libros leídos y la vida vivida. Tengo 65 años. Quieras que no, la vida te hace ver cosas que con 20, 30, 40 o incluso con 50 años no ves. La vida me ha despojado de muchas cosas y me ha dejado una forma escéptica de mirar. Necesito creer en cosas para vivir y, como no tengo fe, me invento las mías: mi fe son mis amigos, mis lealtades, mis libros, los perros, el mar, el respeto por el valor, la coherencia y la dignidad. Con eso me monto yo mi propia ética personal y se la presto a los personajes. Falcó se nutre de ella.
La política no te representa y nunca lo hará
—No sé si con su mirada plantea un pesimismo, un anarquismo o un individualismo: ¿cómo no caer en el pesimismo, si la política no nos representa?
—La política no te representa y nunca lo hará. El sistema de filtros de la política impide que te representen.
—¿Qué hacer, entonces, con la democracia?
—Es un sistema y es "el menos malo", pero tenemos tendencia a pensar que todo tiene solución, que todo es perfectible. No todo es perfectible. El ser humano es un hijo de puta, excepto en algunos casos muy honorables. Mi vida como escritor, como persona, como periodista está encaminada a detectar esos casos honorables, a alabarlos, a contarlos en novelas, a aplaudirlos y a consolarme con ellos. La cultura, la lealtad, el valor, la dignidad, la decencia, la literatura son analgésicos. Lo he dicho muchas veces: no quitan la causa del dolor, pero ayudan a soportar el dolor. A lo más que aspiro en esta vida es a soportar el dolor. El mundo es un lugar infectamente mal construido, un territorio muy peligroso y la cultura es lo único que nos permite soportar lo doloroso que es.
—¿Escribe desde muchas certidumbres?
—No, desde muy pocas, cuatro o cinco. La vida me despojó de casi todas, me dejó media docena y, como son tan pocas, tengo que cuidarlas muchísimo. El día que me quede sin ellas estoy listo.
—¿Cuáles son?
—La principal es que hace más daño la estupidez que la maldad. La maldad es negociable, pero con los estúpidos no hay manera. No sé si lo decía Kant o Hegel: el problema de discutir con un estúpido es que hay que bajar a su nivel y en ese nivel los estúpidos son imbatibles. Luego, que la lealtad es necesaria. El peor pecado es la deslealtad. Que el valor es necesario. La palabra valentía tiene mala prensa, es casi fascista. Palabras como lealtad, valor, dignidad. Por eso me gustan tanto los perros, tienen casi todas esas características. El ser humano no me cae bien. Intento salvarlo en mis novelas, en mis relaciones, pero no me cae bien. No tengo buenos recuerdos.
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