Etgar Keret: “No deberíamos dejar el ejército en manos de quienes creen que es genial estar en el ejército”

El consagrado escritor israelí, que visita Buenos Aires invitado por la Feria del Libro, habla de sus dos nuevos libros y también del conflicto Israel-Palestina.

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Cuando el escritor israelí Etgar Keret (1967) visitó Buenos Aires por primera vez, hace no menos de diez años, era un secreto a voces. Llegaba para presentar El chofer que quería ser Dios, un libro de cuentos breves cargados de mucho humor e ironía, donde la lógica llegaba a tal extremo que se volvía irracional. Entre aquella visita y esta —viene invitado a la Feria del Libro—, Keret se ha consagrado, no sólo en la literatura, sino también en el cine, con cinco películas incluyendo Medusas, con la que ganó el premio a la mejor opera prima en el festival de Cannes.

Llega a Buenos Aires con dos nuevos libros, publicados por la editorial mexicana Sexto Piso: un volumen de textos autobiográficos llamado Los siete años de abundancia y el libro de relatos De repente un golpe en la puerta, que está ilustrado por Liniers.

Nadie puede dudar de que son cuentos de un escritor israelí: la guerra y las tensiones con los países árabes están allí, pero Keret intenta romper con esa realidad y mostrar que el mundo es otra cosa. "En todos lados se necesitan cuentos", dice, "pero en un lugar donde la vida y la muerte están tan presentes, hay una necesidad mayor por historias que logren trascender la mera existencia física".

¿El escritor es una clase de héroe?

—La característica más importante para ser escritor es haber fallado. La escritura siempre es el plan B. Una vez, un hombre muy exitoso me pidió consejos para escribir. Había sido piloto y había atacado la planta nuclear de Irak, luego tuvo una start-up que vendió por muchísimo dinero y ahora quería escribir un libro que fuera leído por todo el mundo. "Yo no creo que puedas hacerlo", le dije. Él se ofendió: "Por qué no, si fui muy bueno en todo lo que hice". "Justamente por eso". Primero tenés que fallar, tenés que deteriorarte para ser un escritor. Si conocés a una chica y te enamorás y querés estar con ella y ella te rechaza, podés escribir un poema precioso sobre eso, pero si te dice que sí, vas a estar muy ocupado haciéndole el amor como para escribir aquel poema.

¿Por qué sus historias, todas o al menos muchísimas, están escritas en tiempo presente?

—Soy hijo de dos sobrevivientes del Holocausto. Cuando mis padres me criaron no tenían la sensación de pasado: ni abuelos, ni una casa donde hubiera crecido mi madre, ni siquiera un idioma. Y el futuro para ellos tampoco tenía demasiado sentido, porque cuando eran chicos llegaron los nazis y cambió todo. Cuando no tenés las raíces del pasado y te da angustia pensar en el futuro, lo único que tenés es el presente.

Los siete años de abundancia comienza con el nacimiento de su hijo y termina con la muerte de su padre.

—Por eso le puse Los siete años de abundancia. Durante ese tiempo fui padre e hijo. Lo viví como un regalo, mis padres no tuvieron esa sensación de continuidad. Aún si lo tuve sólo por siete años, yo pude tener un pasado y un futuro. Escribí esos textos tratando de convencerme de que cuando mi hijo los leyera, los encontraría interesantes. Ahora que tiene once años, sé que no va a pasar. Pero fue una excusa para escribir no ficción porque desde que empecé a escribir, hace 30 años, nunca lo había hecho.

Algunos años atrás, yo trabajaba en un festival de literatura y cuando fuimos a la Embajada a pedir apoyo para traer a un escritor israelí nos dijeron: "Sí, siempre que viva en Israel". Esto tiene que ver con que a los escritores israelíes se les pregunta por la realidad del país, la cuestión con Palestina, el mundo musulmán. ¿Siempre que viaja le toca hablar de eso?

—Sí, pero creo que si fuera esquimal en cualquier lugar me preguntarían "¿Es cierto que hace tanto frío?". Es una pregunta legítima. Los argentinos tienen el tango, los japoneses tienen el sushi y nosotros tenemos el conflicto Israel-Palestina.

No es algo que se pueda vender en un paquete turístico.

—No se lo podés vender a los turistas, pero siempre le interesa a la gente. Y por buenas razones. Yo no puedo decir "No estoy interesado en el conflicto entre Israel y Palestina". Por supuesto que estoy interesado y siento miedo, culpa, muchas emociones. Muchas cosas que me han sucedido tienen que ver con este conflicto y sus consecuencias. Naturalmente no soy un experto, pero cuando me preguntan, yo puedo dar una respuesta viable porque pensé en esto toda mi vida.

Hay un cuento de El chofer que quería ser Dios sobre un soldado israelí que pierde la cabeza y, con un arma muy moderna, le dispara a un chico árabe que le tiraba piedras con una gomera. ¿Aplica como metáfora sobre la desigualdad entre los ejércitos?

—Lo quiere matar pero al final no lo hace. Antes se podía pensar que Israel era un país pequeño rodeado de países árabes muy hostiles. Teníamos muchísimos enemigos, más grandes y más poderosos. Pensar de esta manera te facilita las cosas: sos Luke Skywalker y el Imperio viene a destruirte. Pero luego de la primera y la segunda intifada, ya no podemos contar más la historia del soldado que en un tanque se enfrenta a otros veinte, sino la de un soldado que está en un checkpoint controlando y deteniendo a embarazadas y palestinos enfermos. Muchas veces es la historia de un soldado con un rifle frente a un chico con una gomera. Es mucho más difícil justificar tus acciones cuando estás del lado más fuerte.

¿Por eso dice en Los siete años de abundancia que extraña la guerra antigua?

—Sí. Israel tiene una gran experiencia en ganar guerras contra enemigos más poderosos, pero un conflicto con una ética ambigua, donde tenés que responsabilizarte por el exceso de fuerza y las cosas que no se deben hacer, no le va bien a la tradición narrativa de la guerra. Sabemos cómo vivir la vida cuando estamos en el lado más débil, hay que hacer un montón de ajustes cuando vivís del lado más poderoso.

En Israel el servicio militar es obligatorio, pero se puede evitar declarándose como objetor de conciencia. En el libro, su mujer le recrimina que usted mandaría a su hijo al ejército.

—Tener un ejército es una necesidad. Dicho eso, creo que es responsabilidad de los padres discutir con el gobierno, sobre todo cuando no estás de acuerdo con él, y hacer lo que puedas para que no sólo el ejército sea redundante, sino también para evitar la próxima guerra. Las guerras en Medio Oriente son cíclicas. Me recuerdan a las historias de sacrificios de los más jóvenes para que un demonio no confronte a los ancianos. Como padre no me siento cómodo en decirle a mi hijo que no vaya al ejército, pero le diría "Andá y no hagas aquellas cosas que te parecen mal". No deberíamos dejar al ejército en manos de quienes creen que es genial estar en el ejército. Necesitamos gente que pueda plantarse dentro y fuera del ejército.

¿Estuvo en el ejército?

—Estuve tres años y fui un soldado malísimo los tres años, pero lo asumí como una responsabilidad que debía cumplir.

¿Cuál es su opinión sobre Michel Houellebecq y su cruzada contra el mundo musulmán?

—Puedo apreciar la literatura o el arte, en general, aun cuando tengan un componente misántropo. Houellebecq o Lars von Trier son muy inteligentes. Sin embargo, creo que el rol del arte es abogar por la humanidad. Cuando escribo un cuento quiero que logre hacer dudar a cualquiera que quiera erradicar a los hombres porque son una basura. No quiero decir que la gente es buena o amable, sino que después de hurgar en una pila de excremento sea posible encontrar una suerte de testimonio o de esperanza. Puedo apreciar a los escritores que hablan de la desesperación, pero para saber que la gente es horrible no necesito leer un libro: me alcanza con mirar afuera de mi ventana.

¿Cree que Trump va a modificar algo en el conflicto Israel-Palestina?

—Trump alcanza ciertos niveles de grotesco y comicidad que serían imposible escribir. Si tuviera que escribir sobre un presidente que no es consistente, que dispara misiles a países de los que ni siquiera recuerda el nombre, no podría haberlo hecho mejor. Es asombroso cómo la humanidad avanza tecnológicamente, pero la calidad de nuestros líderes disminuye. No sé de política argentina, pero estoy seguro de que si te preguntaran si el presidente es la persona más ética, inteligente y competente del país dirías que no. Yo no sé quién será el próximo presidente de Estados Unidos: tal vez Bugs Bunny.

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