La literatura es territorio de tensiones entre la dimensión íntima y la realidad política. Con motivo del Día de la memoria, proponemos aquí una selección de los libros que exploran los efectos de la última dictadura militar que aún perviven en la sociedad.
Una misma noche, Leopoldo Brizuela (Alfaguara). Un escritor es testigo del robo en una casa vecina, que resulta ser cometido por una banda vinculada a la policía bonaerense. Este hecho lo lleva a recordar la vez que en 1976 un grupo de tareas entró en su casa buscando información sobre los vecinos de aquel entonces, a quienes se los relacionaba con la compañía Papel Prensa. En aquella época era un niño y, sin saber qué hacer, se sentó al piano para conjurar el miedo. Pero ahora, ya adulto, la culpa por no atreverse a hablar lo consume. Con Una misma noche, Leopoldo Brizuela relata el terrorismo de Estado desde las historias que no tienen estatus social por no haber intervenido heroísmo alguno.
Una mancha más, Alicia Plante (Adriana Hidalgo). La primera novela de "la trilogía del agua" de Plante aborda la tragedia de los bebés apropiados en la dictadura, narrada en clave de policial negro: un hombre descubre que el hijo de sus vecinos es apropiado y, en lugar de denunciarlo a la Justicia, comienza a chantajear al apropiador. Una mancha más es una propuesta novedosa a la vez que desencantada: cuánto nos falta para convertirnos en una sociedad más justa, solidaria y comprometida con la verdad.
El canario, Carlos Bernatek (Alfaguara). El canario cuenta tres historias en paralelo que callan más de lo que revelan. Bernatek no aborda la elipsis si no que trabaja desde el silencio, consiguiendo que, paradójicamente, sean los blancos en la narración los que movilizan la trama. Los personajes orbitan alrededor del misterio que rodea a Maidanita, un hombre que hizo la conscripción durante la dictadura y que participó en hechos que aún lo atormentan. Son protagonistas de una épica menor que, casi a la manera de los personajes de Roberto Arlt, se las ingenian para ocupar las grietas del sistema y vivir un poco —sólo un poco— mejor.
Aparecida, Marta Dillon (Sudamericana). ¿Cuánto dura una búsqueda? ¿En qué momento se deja de reclamar la aparición con vida de los seres queridos para pedir, al menos, la restitución de sus restos? En 2010, treinta y tres años después de que su madre haya desaparecido, Marta Dillon recibió una llamada del Equipo Argentino de Antropólogos Forenses (EAAF) en la que comunicaban que habían encontrado los huesos de la madre. Aparecida, mezcla de crónica, memorias y autobiografía, registra el arco de tiempo que va desde la recuperación de los restos de su madre hasta el entierro: "desde el anonimato hacia el territorio de los muertos recordados".
Cuentas pendientes, Martín Kohan (Anagrama). El narrador de Cuentas pendientes odia profundamente al protagonista, quien, además, es su inquilino y le debe cuatro meses. Giménez, así se llama, es alguien despreciable. Es un viejo suboficial llorón, ventajero, bastante rastrero y con muy pocas luces. Tiene una hija que seguramente fue apropiada en los 70. De las novelas de Kohan que trabajan con temas vinculados a la dictadura, probablemente esta sea la más sutil en ese aspecto, pero a la vez la más descarnada. El odio del narrador nunca se detiene ni le da resquicios al lector, que termina también por odiar.
El espíritu de mi padre sigue subiendo en la lluvia, Patricio Pron (Penguin). Un escritor regresa a la ciudad de "*osario" y se convierte en una suerte de detective del pasado del padre, que había sido miembro de la organización militante Guardia de Hierro. El título, tomado de un verso de Dylan Thomas, se completa con la frase de Karl Marx: "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia hasta tomar el cielo por asalto". Con una elaboración que entrelaza autobiografía, ficción y documentación, Pron analiza el costo de la memoria social y el rol político de la generación a la que pertenece.
Una muchacha muy bella, Julián López (Eterna Cadencia). Julián López reconstruye con un registro lírico la infancia de secretos y sobreentendidos de los años setenta. Un niño cuenta cómo era su madre y cómo encontraba en ella el abrazo y el deseo de creer en una vida mejor, pero también el ímpetu y la fuerza de una mujer sola en el mundo, la sensualidad de la juventud, el misterio de quienes tienen una misión y andan con el rastro a cuestas. Sentimientos que pendulan entre el amor ingenuo y el temor mudo de la pérdida, que superponen la tragedia individual a la tragedia social. Una muchacha muy bella abre una nueva línea de debate sobre la relación entre intimidad familiar, memoria y política.
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