Un sol tibio entra por mi ventana mientras intento poner en palabras cómo surgió la idea de la novela. Al bucear en mi interior me parece entrar en una habitación cerrada donde avanzo, a tientas, palpando paredes en la oscuridad.
¿Cómo contar la historia de una historia? ¿Cuál fue la chispa con suficiente ardor que me hizo sentarme a escribir una novela durante años? ¿Cuál el impulso que me hizo buscar y moldear pacientemente las palabras para nombrar mis sueños?
El principio, sin duda, fue una conversación con Luis Chitarroni quien luego sería el primer editor de la novela. Recuerdo que una tarde, hace ya varios años, en su oficina de Sudamericana, hablamos largo rato acerca del mundo desmesurado de la ópera y de los cantantes líricos. Un mundo que, por diferentes razones, ambos conocíamos bien. Cuando nos despedimos me alentó a que escribiera sobre eso. Espero tu novela, me dijo al despedirnos, mientras acariciaba su barba con un gesto muy suyo. Me animó su confianza, a pesar de que hasta ese entonces yo había escrito cuentos y poesía.
Pasó un tiempo que no puedo precisar -el tiempo sin tiempo en que los deseos se fraguan-, hasta que un día, algunas imágenes me rodearon con insistencia. La primera era auditiva: una voz. Una voz de una belleza tal que no parecía de este mundo (recuerdo que pensé en la voz de Elisabeth Canis, una mezzosoprano con una voz deslumbrante a quien conocí cuando ambas éramos alumnas de la carrera de Canto en el Instituto del Colón)
Al principio, sólo una idea se me imponía: una mujer conmocionada ante la belleza de una voz. A partir de allí, las preguntas necesarias para poner en marcha un relato: ¿Quién escucha esa voz? ¿De quién es esa voz? ¿Cómo es esa voz? De inmediato pensé en dos mujeres. Una chica muy joven, algo tímida, que espera para entrar a su clase de canto. Y la irrupción de una voz de mujer, magnífica, a través de una puerta. Dos mujeres, una voz, una puerta.
A partir de esa primera imagen y de las preguntas que me generaba, -¿ví, imaginé, diseñé?- los tres personajes principales de la historia. Les di un nombre. La narradora sería Ana y su marido, Federico. Úrsula: la dueña de la voz. Los dibujé –todavía guardo el cuaderno de tapa dura atiborrado de notas, esquemas y dibujos de los personajes-. Imaginé sus rostros, su forma de hablar, sus hábitos y sus contradicciones hasta que pude sentirlos vivos en mi interior. En cuanto a Mara Bertollini, la maestra de canto, se parecía a muchas de las profesora de canto lírico que conocí y en cierto modo, está hecha de retazos de algunas de ellas. Excéntrica, algo anacrónica, exasperando el artificio hasta hacerlo su verdad.
De lo que iba a ocurrir en la trama sabía algunas cosas, pero no todo.
A veces manejaba los hilos de la historia y a veces se producían largas pausas, días, semanas, hasta que me sorprendían los personajes indicándome el camino. A medida que avancé en la escritura y me rendí a la voz de la novela -creo que los libros tienen una secreta autoridad-,supe que la narración estaría atravesada por ciertos misterios vinculados al arte que me interesan particularmente: los dones, el fracaso, la voz. Y también la belleza, ese algo magnífico y terrible que puede incluso desencadenar una tragedia.
Escribí el libro lentamente, durante tres años.
Años no solo de escritura, sino de incertezas y de muchas correcciones. Conviví tanto tiempo con mis personajes que al terminarlo sentí una gran tristeza y todavía hoy extraño a algunos de ellos como si fueran amigos que no están. El libro tuvo, como no siempre ocurre, un buen destino. Se tradujo a otros idiomas y en el 2013 se llevó al cine con adaptación y dirección de Ariel Broitman. A principio de este año fue reeditado por Nora Galia de Letras del Sur. El hecho de que la voz que narra es la de una mujer y que está escrito en primera persona hace pensar que es una novela autobiográfica. No lo es. Sin embargo lo siento un libro muy íntimo e impregnado de mi experiencia. Al volverlo a leer me sorprende encontrarme en la voz de todos los personajes.
Abro la primera página de la novela y leo: "La primera vez que escuché a Úrsula fue a través de una puerta". Un puerta cerrada que -lo entiendo ahora-, al referirse a un don, no era una imagen inocente, ya que separa a quien lo posee de quien no (¿o tal vez son ellos, los dones, quienes nos poseen?). Hoy pienso que en esa imagen primera, llegada de un lugar oscuro e inconsciente, estaba contenida toda la novela.
Dos mujeres, una voz, y una puerta.
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