Es un libro precioso Con Borges, de Alberto Manguel (Ed. Siglo XXI). Es de esa clase de libros que los lectores apasionados recibimos con afecto. A mitad de camino entre libro de memorias y ensayo literario, el actual director de la Biblioteca Nacional recuerda los años en que, siendo un adolescente, "le prestaba los ojos y la voz" al escritor más relevante de la literatura argentina. El Borges de Manguel es íntimo, cercano, imprevistamente dispuesto a mostrar sus sentimientos: alguien que, por ejemplo, se ofende delante de Vargas Llosa, llora con los westerns, envidia secretamente el atractivo sexual de Bioy, ama el musical "Amor sin barreras".
Se conocieron a mediados de los 60 en la librería Pigmalión, de Lili Lebach. Manguel trabajaba por las tardes, a la salida del colegio, y Borges, que para entonces ya estaba ciego, solía encargarles títulos que luego le leía su madre, Leonor Acevedo. Hasta que un día, recuerda Manguel, "Borges me preguntó si no podría ir a leerle por las noches, siempre que yo no tuviese otra cosa que hacer, dado que su madre, que ya había cumplido los noventa, se cansaba con facilidad". Esa fue la puerta de entrada en un universo por el que transitaban "fuera del tiempo" Milton, Homero, Kipling, Macedonio Fernández, Calvino, Shakespeare, Victoria Ocampo y más.
Manguel escribe en primera persona, pero, con una humildad lúcida, se mueve siempre en un segundo plano, como si su rol se limitara a dar testimonio sobre la vida de Borges, compuesta casi exclusivamente de experiencias literarias: "la realidad", dice, "yacía en los libros; en leer libros, en escribir libros, en hablar de libros".
Como curiosidad y paradoja, Con Borges fue escrito en inglés —recordemos que Manguel vivió casi 50 años en el extranjero. La traducción en español estuvo a cargo de Eduardo Berti. El libro comparte una zona ya visitada por Manguel en Diario de lecturas, La biblioteca de noche, La ciudad de las palabras, Conversaciones con un amigo: todos textos que invitan al lector a sentirse parte de una misma cofradía.
El miércoles por la tarde en el Museo Malba, y acompañado por el especialista borgeano Martín Hadis, Alberto Manguel presentó Con Borges. Estas son algunas de las frases que dijo:
Soledad. Borges se refugiaba en los libros para sentirse menos solo. Fue una de las personas más infelices y más tristes que conocí. Uno sentía la falta de amistad que tenía. Su único amigo era Bioy Casares. A pesar de todas las mujeres de las que se enamoró, que fueron docenas, uno sentía que había un enorme vacío emocional que no podía compartir con nadie. Tenía una relación especial con la madre, tenía una relación un poco débil con la hermana y tenía la amistad con Bioy, que era una amistad intelectual. Con ninguna otra persona había algo que se pareciese a la intimidad.
Lectura. A veces me abría Fanny, la mucama, a veces me abría él. Estaba vestido de traje, corbata, con el bastón y el pañuelo perfumado. No había charla de ningún tipo: "Buenas noches, vamos a leer Kipling". Nos sentábamos en dos sillones y empezábamos. No se hablaba de nada que no fuese literatura.
Sábato. Borges podía ser muy cruel. Muy cómico, pero muy cruel. La edición francesa de Sobre héroes y tumbas —fallido o sátira: Manguel dijo Sobre héroes sin tumbas— se llamó Alejandra y tenía una banda en torno al libro que decía "Sábato, el único rival de Borges". Cuando se lo contaron a Borges, él dijo: "Qué inteligente Sábato, a mí nunca se me hubiera ocurrido poner «Borges, el único rival de Sábato»". Lo destruyó. A Borges no le gustaba cómo escribía Sábato. Los argumentos, a lo mejor, le hubiesen podido interesar, pero no le gustaba la escritura de Sábato.
Nobel. A Borges le hubiese gustado recibir el premio Nobel. Pero se había resignado y entonces decía cosas como "El premio Nobel lo da la Academia Sueca: ¿usted conoce a muchos académicos suecos?"
Biblioteca. Borges tenía una pequeña biblioteca, pero con esa pequeña biblioteca construye un itinerario de lectura que es el más importante, el más sólido, el más influyente del siglo XX. Si hay un texto emblemático del siglo XX, que define la literatura que viene antes y después, no es Kafka, no es Proust, es el "Pierre Menard, autor del Quijote". A partir de ese texto no se puede leer de la misma manera, no se puede hacer literatura de la misma manera. Y si alguien tiene medio millón de dólares, está en venta: dónelo a la Biblioteca Nacional.
Come en casa Borges. A veces acompañaba a Borges a la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Esa casa era el lugar de Buenos Aires donde peor se comía: un pequeño puchero hervido hasta que no quedaba nada y después, de postre, siempre una cucharada de dulce de leche. (Por La Martona, que era la madre de Bioy). Eran muy amarretes. Enrique Pezzoni, que era amigo de ellos, siempre se enojaba porque lo invitaban a cenar y le daban esas cosas. Un día Pezzoni le pidió a Silvina un bife, pero ella le dijo que no tenían. Entonces Enrique le propuso jugar a las escondidas —porque estos adultos intelectuales jugaban a esos juegos— y cuando ella se escondió, Enrique corrió a la cocina, abrió la heladera, vio que había bifes y, furioso, los sacó y los tiró detrás de la heladera. Una semana después había un tremendo olor a podrido en todo el departamento.
Despedida. La última vez que vi a Borges fue en un hotel en París. Me despedí, él se quedó en el cuarto y, cerrando la puerta, me citó uno de sus poemas que dice "No sabemos qué puerta hemos cerrado hasta el final del tiempo". Yo creo que sabía que iba a morir.
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