La literatura chilena es conocida mundialmente por su poesía, galardonada con dos Premios Nobel (Gabriela Mistral y Pablo Neruda), pero desde hace unos años la narrativa chilena ha salido el mundo. La Generación del Boom latinoamericano incluyó como único chileno a José Donoso, pero, transcurridos los años, hay varios autores que han atravesados las fronteras y otros que merecen hacerlo.
Dejando fuera a Roberto Bolaño, quien abandonó de adolescente el país trasandino, por lo que su formación como escritor hay que encontrarla en México y en España, hoy no resulta difícil hallar narradores chilenos en otros mercados: Alejandro Zambra, por ejemplo, entró en el difícil mercado estadounidense. Y otros autores, como Cynthia Rimsky, Mike Wilson, Roberto Merino y Matías Correa, han hecho lo suyo con mayor discreción.
La presente selección sólo incluye a narradores e intenta trazar un listado que abarque la mayor cantidad de generaciones posibles: desde Manuel Rojas a Pablo Toro.
>>> Leer más: Siete autores cordobeses que hay que leer antes de morir
Manuel Rojas
De padres chilenos, nació cuando terminaba el siglo XIX en los límites del barrio porteño de San Cristóbal. Desde temprano su vida estuvo signada por el viaje y las aventuras. Vivió en Mendoza, Rosario, luego cruzó la cordillera casi por azar y vivió en Chile un tiempo, hasta que volvió en los años 20 para ser uno de los fundadores del Grupo Boedo. Más tarde regresó y finalmente se instaló y murió el mismo año que Neruda: 1973.
Publicó libros de cuentos, de memorias y novelas, de entre éstas la más conocida es Hijo de ladrón, quizá la mejor novela chilena de todos los tiempos junto al Mío Cid Campeador, de Vicente Huidobro. Su protagonista, Aniceto Hevia, además de ser el alter ego del autor, es, como escribió César Aira en el Diccionario de Escritores Latinoamericanos, "encarnación del mito anarquista del hombre angélico, el hombre desprovisto de todo, que renueva su desnudez en cada avatar de su vida". Y es que tanto la vida de Manuel Rojas como sus personajes están en permanente aventura, por lo que en un punto se hace inevitable relacionarlo con los beatniks.
Rojas fue un escritor consagrado, pero muy pocos autores contemporáneos han podido o querido seguir su estilo. Su vínculo con Argentina no fue fácil de romper: en los años 50 volvió a Buenos Aires e intentó ingresar a la Sociedad de Escritores Argentinos y en 1971 publicó en Editorial Sudamericana La oscura vida radiante. Hay dos premios importantes de literatura internacionales que entrega el gobierno de Chile, uno es el de poesía, que lleva el nombre de Pablo Neruda, y el otro es el de narrativa, que lleva el nombre de Manuel Rojas. La última edición del premio la ganó César Aira. Hijo de ladrón recientemente fue editada recientemente en Argentina.
Germán Marín
Editor y narrador nacido en 1934, es considerado por algunos como el mejor escritor chileno vivo. Sin embargo, empezó tarde a publicar, y casi enseguida tuvo que exiliarse cuando vino el Golpe de Estado. Vivió en México y en Barcelona. Regresó a Chile en 1992. La obra que lo consagró la publicó precisamente a este regreso, y se trata de una trilogía de más de dos mil páginas titulada Historia de una absolución familiar, en la que hace un ajuste de cuentas con el pasado desde la autoficción y donde cuenta su paso por la Escuela Militar y el hecho no menor de haber conocido a Augusto Pinochet. Como Céline, Marín se considera "un novelista que vive de escarbar la basura". Es un autor respetado y admirado por muchos.
Como editor publicó libros de autores que hoy son conocidos tanto en Chile como en otros países: Rafael Gumucio, Cynthia Rimsky y Marcelo Mellado. Un trabajo no menor como editor fue haber reunido y compilado los ensayos y crónicas de su amigo, el poeta Enrique Lihn, en el volumen El circo en llamas. Su última novela es Adicciones palermitanas, publicada en 2016 en Alfaguara Chile.
>>> Leer más: Los 20 escritores que están renovando la literatura de América latina
Diamela Eltit
Junto con Germán Marín, son los autores vivos más importantes e influyentes de la literatura trasandina. Pero, a diferencia de él, Eltit (1949) fue un faro para las escritoras que se formaban por los años 80 en plena dictadura. Así fue como surgió el apodo "las diamelitas" para referirse a las autoras que surgieron bajo su influencia.
Declarada feminista, fundó junto a Raúl Zurita, Juan Castillo y Lotty Rosenfeld el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), que se hizo conocido por sus performances urbanas. Entre sus novelas destacan Lumpérica, Por la patria, Vaca sagrada, Impuesto a la carne y Los vigilantes; dos de éstas fueron elegidas en 2007 dentro de las 100 mejores novelas en lengua castellana de los últimos 25 años. En 2012, llegó a un acuerdo con la editorial española Periférica para reeditar toda su obra, cosa que, por el momento, ha hecho con dos de sus títulos: Jamás el fuego nunca y Fuerzas especiales.
Por algún tiempo se dijo, injustamente, que su literatura no se entendía, a lo que Eltit respondía que eso se debía a que quizá no se quería entender. Hoy casi nadie dice eso; al contrario, tanto en Chile como en el extranjero se detienen en el trabajo que hace con el lenguaje, en su potencia narrativa, en, como dijo el crítico Julio Ortega, su resistencia a las obligaciones del mercado, "haciendo de la lectura una labor crítica del lenguaje, y del libro un instrumento conspirativo contra el orden dominante".
Pedro Lemebel
Homosexual, pobre, feo y de izquierda: así se definía Pedro Lemebel (1952-2015). Vinculado en un comienzo a las artes visuales y a la performance, dio en los 80 un salto al cuento con poco éxito y en la década siguiente otro salto a la crónica, cosa que lo hizo conocido internacionalmente, aunque también incursionó con diferente suerte en la novela.
La obra de Lemebel se caracteriza por retratar un mundo popular aplastado por la dictadura, y que él no sólo supo retratar espléndidamente, sino también encarnar; en este sentido fue un escritor popular con características muy particulares: prosa musical y recargada, casi barroca y lacerante; en sus historias abundan los referentes a la cultura popular latinoamericana –tangos, boleros, y sus consecuentes intérpretes.
Puede decirse que junto a Alberto Fuguet son dos escritores que, pese a estar en las antípodas, resultan complementarios a la hora de mostrar el imaginario político-estético que se encuentra en la literatura del hermano país. Mientras Fuguet muestra aeropuertos, hoteles, carreteras o calles en sus libros, Lemebel callejea, recuerda, se entrega a la deriva; mientras Fuguet elude la figura de la loca homosexual, Lemebel la considera parte esencial de su obra; mientras el primero describe el barrio alto de Santiago, Lemebel se detiene en los barrios populares y las villas; mientras la prosa de Fuguet es atonal, la de Lemebel es musical; en uno lo pop, en el otro lo popular.
Podría aventurarse que todo escritor chileno posterior a ellos es, en cierta medida, un heredero al elegir mostrar uno u otro mundo, al anclar la lengua de tal o cual modo. Entre los libros más destacados de Lemebel se encuentran Loco afán, Tengo miedo torero y La esquina es mi corazón. Este año Planeta planea editar su obra reunida.
Marcelo Mellado
Es uno de los cuentistas más delirantes de Chile. Nacido en 1955, Mellado empieza a publicar tarde, casi a los cuarenta años. Si bien en sus novelas y cuentos critica y parodia por igual la institucionalidad, especialmente la pequeña que, según él, es la peor y la más vulgar, y dentro de ella la cultural y la educativa, es en sus cuentos donde desarrolla mejor su estilo.
Su volumen Ciudadanos de baja intensidad (2007) es una muestra de eso; allí los cuentos están escritos desde la retórica, pero así y todo parecen hechos por fuera de la literatura, desde la queja, la promesa, desde cierta idiosincrasia que Mellado transforma hábilmente en ideología: todo sólo puede empeorar, nada puede mejorar, el destino es una bota militar que aplasta cualquier esperanza, por pequeña que sea. Estos cuentos son pequeñas obras maestras donde en apariencia alguien se queja, promete o miente; algunos de estos cuentos parecen estar escritos por un amateur, porque tienen ese tono de esas molestas cartas al director que escriben los lectores, pero ese es solamente el efecto, porque lo que hay es ironía, crudeza, y mucha literatura. Marcelo Mellado usa el lenguaje de la política para horadar y hacer estallar de sentido sus historias.
Lina Meruane
Es la escritora contemporánea con mayor prestigio después de Diamela Eltit. Meruane (1970) vive en Nueva York desde hace varios años, allí ha escrito y obtenido diversos premios, como el Sor Juana Inés de la Cruz, el Anna Seghers y la beca Guggenheim.
Entre sus novelas destacan Fruta podrida y Sangre en el ojo, mientras que entre sus libros de no ficción Volverse palestina y Contra los hijos. En Argentina se han publicado Las infantas y Sangre en el ojo. La literatura de Meruane está ligada al cuerpo –ceguera, diabetes, la reproducción– y a todo un mundo de diagnósticos, médicos y hospitales. Estamos ante una literatura que, como hizo Susan Sontag, reflexiona sobre las metáforas de la enfermedad.
Sus últimos libros, curiosamente de no ficción, han causado gran impacto, porque abordan su raíces palestinas y su opción por no tener hijos. Meruane además es editora del sello Brutas, desde donde ha publicado a varias autoras argentinas: Sylvia Molloy, María Moreno y Matilde Sánchez, entre otras.
Rafael Gumucio
Nacido en 1972, este autor pertenece a la generación de Alejandra Costamagna, María José Viera-Gallo, Luis López-Aliaga, Álvaro Bisama, entre otros. Su primera novela data de mediados de los 90, pero es con un libro raro, híbrido, titulado Memorias prematuras (1999) con el que se ganó un respeto literario; de ahí en adelante ha publicado ensayos, crónicas, novelas y una curiosa biografía: Mi abuela, Marta Rivas González, en la que tanto como contar a su abuela se cuenta a él mismo durante el exilio que vivió su familia en París.
Gumucio es un escritor molesto por sus opiniones y también por sus libros; en la novela La deuda ensaya una historia sobre la corrupción que le salpica al conglomerado político que gobernó Chile durante veinte años, pero mucho antes que se pusieron de moda los escándalos de corrupción en esta parte del continente.
Si alguien quiere conocer al Chile progresista, a ese país neoliberal en lo económico pero que aspira a tener todas las libertades y derechos, Gumucio se convierte en lectura obligatoria. Es uno de los pocos escritores actuales que está dando cuenta de ese momento político. El resto, por no decir la mayoría, sigue encandilado por contar, de uno u otro modo, episodios de la dictadura militar.
>>> Leer más: El zorro y el pescador
Pablo Toro
Hay escritores con un solo libro, pero se confía en ellos, extendiéndoseles una especie de cheque a fecha. Este es el caso de Pablo Toro (1983), que en 2010 se dio a conocer por Hombres maravillosos y vulnerables, un extraordinario volumen de cuentos, en el que afirma un estilo nuevo y diferente, que mezcla influencias: desde autores chilenos, como Manuel Rojas y Roberto Bolaño, hasta autores estadounidenses. Pese a la mezcla, el resultado es único, y se diferencia claramente de sus compañeros de generación: Simón Soto, Daniel Hidalgo y Cristóbal Gaete, y también de los más jóvenes Paulina Flores y Diego Zúñiga. Si bien el libro circuló poco en Buenos Aires, Oliverio Coelho escribió de él en la revista Los Inrockuptibles: "Toro no es un escritor que siga el imperativo de la amabilidad temática o estilística: si algo abunda en sus personajes es el dolor absurdo, la derrota física".
>>> Descubrí Grandes Libros, la red social de lectores más grande de América Latina.