Con "Neruda", la película de Pablo Larraín que está en cartel, el autor de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, vuelve a ocupar un espacio preponderante en la escena literaria. Lo cierto es que Pablo Neruda siempre mantuvo una relación cercana con la cultura popular, al punto ir convirtiéndose paulatinamente en un ícono pop: sus poemas fueron cantados por Miguel Bose, Mercedes Sosa, Víctor Jara; su vida fue varias veces llevada al cine; muchísimas novelas lo tienen como protagonista —una muy recomendable es La mujer de Isla Negra, de María Fasce (Edhasa)—; hasta fue citado por Lisa Simpson.
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Publicó cerca de 50 libros en vida —el primero: Crepusculario, de 1923— y otros 30 salieron de forma póstuma. El más reciente es La piel extensa (Edelvives, 2013), una antología de poemas en una edición para adolescentes. En ese gran arco de casi un siglo, con libros, intervenciones políticas, premios —ganó el Nobel en 1971—, obra crítica, etc., la manera en que se lo lee ha ido cambiando. Ante cada resurgir de su figura, la pregunta vuelve a aparecer: ¿vale la pena seguir leyéndolo?
En esta nota responden Alicia Plante, Flavia Pittella y Gabriela Larralde, tres mujeres vinculadas de distinta manera con la literatura, que pertenecen a tres generaciones distintas.
"Empecé temprano con él", dice Alicia Plante, "y no lo leí de golpe, reaparecía cada tanto, un poco como los pájaros que vuelven cuando termina el frío o como esas cosas que se instalan en nuestra vida para siempre". Para la autora de Una mancha más y La sombra del otro, entre otros títulos, Pablo Neruda —"uno de los tres ilustres Pablos simultáneos, con Picasso y Casals"— no sólo manejaba la belleza "con la comodidad de un gato", sino que tenía la capacidad para "llenarnos de asombro y de placer con la palabra traída de otro contexto, y tan bella ahí, tan exacta". Plante, que reconoce su admiración hasta la envidia por un "poeta que dijo que lo que habría querido saber decir", sostiene que la película de Larraín, "un hombre de derecha", no honra la figura del gran escritor.
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Flavia Pittella rescata las Odas elementales y las Nuevas odas elementales, de 1954 y 1955, especialmente aquellas que se relacionan con el cuerpo y la comida. "Hay una sensualidad italiana en las odas de Neruda", dice. "El pan es un objeto de veneración y lucha, el aceite de oliva es oro líquido que fluye por la garganta, las aceitunas son pezones. Se canta a los países que cultivan la oliva como si fueran, por el simple hecho de cultivar ese árbol noble, hacedores de paz". Para la periodista y divulgadora cultural, autora de 40 libros que adoro, las Odas pertenecen a un tiempo de inocencia "despojado del prejuicio y la racionalidad adultas", en donde buscamos comprender más y mejor a través de los sentidos. "Leer la oda a la oliva, comer pan con aceite y entender que con poco se puede ser feliz".
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En concordancia con las ideas de Flavia Pittella, la poeta y narradora Gabriela Larralde, autora de Soluciones quirúrgicas y Las cosas que pasaron, entre otros, dice que recuerda de memoria varios poemas de Neruda, que fue, junto con Gustavo Adolfo Bécquer, de los primeros poetas que leyó, cuando tenía 10 años. "Eran parte de la biblioteca de mi abuela", dice. "Y en ese momento abrió una posibilidad que en la preadolescencia no es menor, al decir: 'Puedo escribir los versos más tristes esta noche…' e inmediatamente continuar con una imagen bella y en apariencia vacía, el firmamento: 'La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos'. Como lectora fue una puerta amable hacia el mundo de la poesía." Larralde también señala cómo leyendo a Neruda se puede aprender a escribir poesía: "Te enseña a prestarle atención a los comienzos y sus necesarios vacíos", dice, y deja tres ejemplos con los que terminamos la nota porque, después de estas palabras, difícil agregar algo: "Desde el fondo de ti, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira"; "La mariposa volotea y arde —con el sol— a veces"; "He ido marcando con cruces de fuego, el atlas blanco de tu cuerpo".
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