Por Jorge Aulicino.
Neruda ha sido siempre, para mí y, creo, para muchos de mi generación, un padre aborrecido. Un padre a quien se admira en la adolescencia, se rechaza en la juventud y más tarde se pone uno a mirar los pedazos y tratar de entenderlos y confesarse la devoción que siente por algunos, en tanto convierte en indiferencia lo que antes era desprecio, por otros.
LEER MÁS:
Versos de película: Pablo Neruda en la pantalla grande
En una palabra, creo que Neruda escribió un libro fundamental, Residencia en la tierra, y dos poemas en particular que están entre los mejores de la lengua, juntos a muchos de Quevedo, Góngora, Lope. Esos poemas son "Tango del viudo" y "Barcarola". Entiendo, pero no van conmigo las imágenes de los Veinte poemas. Algunas, además de ridículas, me parecen detestables: "Mi cuerpo de labriego salvaje te socava". Y no se trata de que sean poemas primerizos, sino de que son poemas llenos de ego y pretenciosidad. La cuestión es entonces –y lo será más tarde, con el Canto general– estética ideológica.
LEER MÁS:
Todos podemos ser poetas
Al Canto general creo que no hay dos palabras que le crea. Aquel padre se había dedicado a hacer política adornada –casi siempre muy bien adornada- con imágenes de su inagotable arsenal. De la egolatría pasaba a un falso "unanimismo" de tipo whitmaniano. En el medio había hecho su verdadera, imborrable, residencia en la tierra.
>>> Descubrí Grandes Libros, la red social de lectores más grande de América Latina.