Literatura, periodismo y fútbol: tres pasiones en común comparte Horacio Convertini (1961) con Osvaldo Soriano, a quien leyó con ardor y placer durante años y a quien aún regresa, para confirmar que su gusto por esa obra sigue intacto. Editor de la revista "Viva", de Clarín, Convertini es un reconocido y premiado autor de literatura para adultos y también para chicos y jóvenes, con títulos como Terror en Diablo Perdido, La isla de los mutilados, La orquídea de plata. Su nombre está asociado al género de la novela negra, cuyos resortes domina con destreza. Su última novela es New Pompey y espera para julio la salida de una nueva: Los que duermen en el polvo.
“Como Bochini, ‘jugaba’ de una manera tan brillantemente simple que terminabas convencido de que escribir era una pavada. Y no”
—¿Por qué pensás que sigue siendo importante leer hoy a Soriano?
—Sus libros tienen la enorme virtud de contar un momento histórico desde el absurdo, el humor, la emoción, sin ser panfletario; entrando al tema desde la puerta más alejada, más pequeña, menos evidente, casi sin tocar el piso, que es lo que hace un gran escritor. Un rasgo que también era propio de Graham Greene. Yo, que me había desencantado un poco con sus últimas dos novelas (El ojo de la patria y La hora sin sombra), me volví a reencontrar con su narrativa hace unos veranos. Me llevé para releer en unas vacaciones A sus plantas rendido un león con mucho miedo. Temía que el desencanto creciera y arrasara también con los libros de él que me habían encantado en los ochenta. Pero disfruté como loco. Esa forma de abordar la Guerra de Malvinas, los estertores finales de la dictadura argentina y del colonialismo me volvió a fascinar.
—¿Qué puede aprender un escritor leyendo a Soriano? ¿Lo considerás un buen novelista o te gustan más sus libros de artículos periodísticos?
—Un escritor puede aprender de Soriano tres conceptos que hoy suelen subestimarse, como si fueran parientes pobres de la literatura: acción, ritmo, fluidez. Apuesta a la peripecia no en el sentido de los best seller norteamericanos sino con tramas de espesor dramático, enormes personajes y una capacidad muy fuerte de transmitir emociones. Yo cerraba un libro de Soriano y sentía que algo me había traspasado. Otra virtud: era un gran titulero. Y si en la liga de los novelistas tal vez tuviera varios por encima suyo, en la de los articulistas probablemente fuera imbatible. Su foco periodístico era muy agudo. Su muerte, por ejemplo, nos dejó sin el mejor comentarista de fútbol de la Argentina. Ese lugar hoy lo ocupan Juan José Becerra, el autor de El espectáculo del tiempo, y Hugo Asch. Pero, en un punto, Soriano se te volvía un peligro: como Bochini o como Iniesta, el crack del Barcelona, "jugaba" de una manera tan brillantemente simple que vos terminabas convencido de que escribir era una pavada. Y no.
“Ese tipo me estaba haciendo cagar de risa al mismo tiempo en que me sumergía en una de las mayores tragedias de la Argentina”
—¿Te acordás de cuándo lo leíste por primera vez y qué te pasó entonces?
—El primer libro suyo que leí fue No habrá más penas ni olvido, en la primavera democrática. Fue un flash. Ese tipo me estaba haciendo cagar de risa al mismo tiempo en que me sumergía en una de las mayores tragedias de la Argentina. Me volví fan. De ahí en más leí todo.
—¿Cuál es tu libro favorito y por qué?
—No habrá más penas ni olvido. Porque fue el primero y porque tiene la suerte de haber sido galvanizado en el recuerdo por una muy buena película de Héctor Olivera.
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—Es inevitable preguntarte cuánto de la pasión en común por San Lorenzo te ligó emocionalmente a su obra…
—Soriano fue un refuerzo inesperado y mágico en los años más oscuros del club. Que alguien de su trayectoria "militara" públicamente con artículos estupendos nos regalaba un motivo de orgullo que no encontrábamos en la cancha. A los cuervos les recomiendo que lean el artículo "El nacimiento de San Lorenzo", que Soriano publicó en La Opinión y que aparece como bonus track en Cuentos Cuervos, una antología de relatos de autores azulgranas que publicó Planeta en 2014.
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—¿Lo conociste personalmente?
—No. Pero me lo crucé un par de veces por la calle. Una vez en Florida. Pensé en acercarme, pero me retuvo cierta timidez, el temor a no saber qué decirle y su altura. Lo vi enorme. Es el día de hoy que me arrepiento.
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