La literatura agentina no sería la misma sin Ricardo Piglia. De pocas, muy pocas, poquísimas personas se puede decir algo así. Piglia cambió la manera de leer y escribir en la Argentina. La figura de escritor-lector, siempre asociada a Borges, encontró en Piglia a un exponente tanto o más avasallante, igual de erudito, fino y perspicaz.
Piglia se entregó apasionadamente a la literatura desde su adolescencia e hizo de ella un campo de batalla, ordenando series y linajes. Ya en 1967, antes de publicar La invasión —su primer libro de cuentos, con el que ganó el premio Casa de las Américas— había trabajado en una antología de escritores norteamericanos para la editorial de Jorge Álvarez: "Mi entusiasmo por la literatura norteamericana", escribiría en su diario, "fue una reacción frente a la influencia de Borges y Cortázar, que hacían estragos entre los escritores de mi generación".
Haciendo un culto de la escasez, fue autor de sólo cinco novelas: Respiración artificial (1980), considerada como la gran novela de la dictadura; La ciudad ausente (1992), que Gerardo Gandini convirtió en ópera; Plata quemada (1997), a la que, como cuenta en sus diarios, le dedicó más de 30 años de escritura y con la que ganó un polémico Premio Planeta; Blanco nocturno (2010); El camino de ida (2013). Entre sus ensayos se puede mencionar: Crítica y ficción (1986), Formas breves (1999), El último lector (1999).
Pero Piglia, en realidad, trabajó fuertemente para borrar los límites entre crítica y ficción. Un ejemplo simple pero claro de esto: quienes trabajamos en el ambiente cultural reconocemos las diferentes colecciones de Anagrama —la última editorial en donde publicó— según los colores de las tapas: gris pálido para la narrativa latinoamericana, gris oscuro para el ensayo. Así, por ejemplo, Echeverría, la novela más reciente de Caparrós, aparece en color pálido, mientras que El factor Borges, ensayo de Alan Pauls, sale en color oscuro. No puede entenderse sino como una fuerte toma de posición que todos los libros de Piglia se hayan publicado en la colección de ficción.
En 1966, tras la intervención a la universidad que hizo la dictadura de Onganía, Piglia renunció a su cátedra y se unió al conjunto de profesores que mantenía grupos de estudio por fuera de la facultad, en lo que se conoció como la "Universidad de las Catacumbas". Recién volvería en 1990, cuando dictó un seminario de once clases sobre la obra de Saer, Puig y Walsh. La transcripción de esos encuentros está publicada por Eterna Cadencia con el título Las tres vanguardias y define claramente cómo la literatura argentina se lee en clave política: "En este país sabemos muy bien de qué modo lo político incide sobre lo privado, uno aprende muy rápido la manera en que los acontecimientos históricos tocan zonas privadísimas del sujeto. Y este es el tema de los novelistas: la relación entre lo privado y la esfera pública". Si los roles como docente, lector y escritor se cruzaron y enriquecieron siempre unos a otros en su imagen pública, tal vez sea en sus célebres clases sobre Borges transmitidas por la TV Pública argentina donde ese juego haya adquirido el estatus de maestría.
Para Piglia, uno de los grandes ejes temáticos de la novela está en el final. Allí se sintetiza el camino del protagonista y se estructura la experiencia trascendental que el autor busca transmitir. Pero "el género", decía en aquel seminario, "tiende a poner al héroe en el lugar del fracaso, en una situación de muerte o de conversión": por eso los libros inconclusos de Kafka (El castillo) y Flaubert (Bouvard y Pecuchet). Es indudable que la gran novela inconclusa de Piglia es la compilación de sus diarios, que comenzó a mediados de los años cincuenta y mantuvo, podemos asumir, hasta el momento de su muerte. La cita de Escritores norteamericanos arriba mencionada es una entrada de junio del año pasado, incluida en el prólogo de la reedición de Tenemos las Máquinas.
En un juego magistral de la ficción, Piglia hace que sus diarios estén firmados por su alter ego, Emilio Renzi, protagonista de muchos de sus cuentos y novelas. Recordemos que su nombre completo es Ricardo Emilio Piglia Renzi. Hasta ahora han aparecido dos tomos: Los años de formación y Los años felices. Toda la literatura argentina atraviesa esas páginas. Sobre el final del primero, Piglia habla con Renzi: Renzi esta muy desmejorado, un poco perdido, con evidentes signos del avance de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la enfermedad que lo estaba consumiendo. Renzi dice que tiene la intención de publicar sus diarios en tres volúmenes, si es que antes no se aburre o la muerte le gana de mano.
Ricardo Piglia murió hoy. Tenía 75 años.